Di´s
Para estar a la altura del debate intelectual y no quedar fuera de juego en las bellas artes, había decidido doctorarme en Di. Al fin y al cabo, si entre las mejores herencias del pasado figura la materia de Bretaña o la materia del rey Artur, ¿quién descarta que en el futuro, cuando la escritura compita con los cascos de la realidad virtual, no florecerá en las ciudades de la niebla posindustrial una materia de Diana?Con frecuencia, la literatura es un refinamiento de la nostalgia. ¿No habrá siempre un Villon que, en un alto de la pendencia en la posada de la grosse Margot se pregunte "où sont les neiges d'antan?". ¿Y no habrá un Galfredo de Monmouth, el monje autor de Historia de los británicos, que haga decir a la princesa ida lo que Eloísa escribe a Abelardo: "Para mí sería una felicidad mayor ser llamada tu compañera que no la esposa del César" ¿No habrá un Shakespeare que convierta la plebeya bulimia de Lady Di en una dolencia sublime, una especie de saudade como la de doña Isabel de Portugal, que criaba rosas en el regazo? ¿No nacerá por ventura quien ponga en boca de su confidente no esa ordinariez de calamarcito, el peor piropo en la historia de la caballería, sino lo que el trovador embriagado: "La risa de mi amada me alegra más que la de cuatrocientos ángeles"? ¿No surgirá, en fin, pluma que en el futuro diga de la pálida tez de Diana que "tan delicada es su piel que cuando bebe vino se ve fluir por su garganta el bermejo color de la bebida?
Lo que de seguro habrá será barberos como el de la florentina calle de Calimala, histórico pionero del cotilleo, que llegó a doctorarse en Médicis. En aquella barbería, cuenta Waldemar Vedel, las lenguas cortaban más que las navajas de afeitar. Los señores de Florencia no se andaban con gaitas y el barbero de la calle Calimala fue desterrado a Siena, "donde continuó manejando la navaja y la lengua".
Junto con otros apreciables placeres, la chismorrería y el cotilleo cobran su esplendor en las ciudades burguesas y el género suele multiplicarse a la par de una economía saneada, al igual que la bulimia es una enfermedad de la abundancia y la crisis actual una especie de bulimia monetaria, un vómito inapetente del dinero. Pues bien, puede ocurrir que el barbero de la calle Calimala, con su mercancía de lenguas y navajas, se haga un lugar en el mundo de la comunicación. Este nuevo barbero de la calle Calimala debe hacerse más cínico para prosperar e invoca al corazón allí donde su antecesor artesanal, más auténtico y meritorio, apuntaba directamente a las partes del pudor. En Vanity Jair, Christopher Hitchens sugiere el siguiente juego: allí donde veáis que los medios chismosos hablan de heart (corazón), poned dick (que, como explica el Collins con tres puntitos de advertencia, significa detective, pero también otra cosa).
A la búsqueda del nuevo barbero de la calle Calimala y de información para la materia de Diana, encuentro un buen surtido de lenguas y navajas en las estanterías de los best sellers, esa curiosa clase de libros que cualquier escritor debe mirar con envidia pues suelen ser los más vendidos incluso antes de salir a la venta y los más leídos antes de ser leídos. Siempre hay novedades sobre mi Di, la última, de unas quinientas páginas, lo que convierte involuntariamente a la princesa en uno de los agentes causantes de la deforestación mundial. Pero es sobre todo la prensa que invoca al corazón (¿dick?) la que alimenta y se alimenta diariamente de la materia de Diana. Estoy en la república de Irlanda, donde, gracias al heart y a los nuevos barberos de la calle Calimala, todavía reina de alguna forma la casa de Windsor. Así que compro The Sun, Daily Mirror, Daily Express, etcétera, y para disimular en los salones de Bewley's me llevo también The Irish Times, sin que falte en el lote el An Phoblacht republicano.
"Buena mezcla, sir", dice con sorna el vendedor de la esquina de Church Street, en la parte norte y populosa de Dublín. Él debe de ser uno de los contados mortales que esta mañana en el mundo abre sobre el mostrador otra nostalgia, el Socialist Worker.
Fue de esta forma que me inicié en la materia de Diana, como si alguien me abriese la puerta de atrás de, Kensington Palace, posibilidad no muy difícil a juzgar por la cantidad de bajas que se registran en el servicio, según detallan los nuevos barberos de la calle Calimala. Entre otros datos de sumo interés, también pude saber el precio exacto de una bañera relax para la princesa y de sus colores preferidos en la lencería íntima. Es decir, mucho más de lo que un auténtico caballero debe saber, pues ha de darse por satisfecho con un hilo del guante de la dama. Pero así son los trabajos de los nuevos barberos de la calle Calimala: cada mañana tienen que afilar la lengua.
Sucede que un día se derrumba la moneda. El nuevo barbero de la calle Calimala sale a la puerta para contemplar el fenómeno de la libra rodando calle abajo. Y él mismo corre, siguiendo los pasos de la prensa económica. Es el miércoles negro. Nos hemos quedado solos, Di y yo, mientras "el cielo se oscurece por el vuelo de las gallinas".
Manuel Rivas es escritor.
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