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Un poquito de merengue, por favor

Los ex guerrilleros de El Salvador descubren los encantos de la ciudad tras 12 años de guerra

Dejan el monte como tropa licenciada. En una mano, un hatillo con la ropa de campaña, a modo de recuerdo; en el bolsillo suficientes colones (moneda salvadoreña) para divertirse, y en la cartera, un certificado de desmovilización, expedido por las Naciones Unidas, que los convierte en ciudadanos que, tras 12 años de guerra, vuelven a la vida normal. Lo primero que buscan es un local para bailar merengue, otro para saborear una hamburguesa y un comercio donde comprarse ropa bonita. El trago de vodka tampoco falta.Son los jóvenes guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que, en virtud de los acuerdos de paz, se están desmovilizando gradualmente en El Salvador. Dejan las armas en manos de los boinas azules de la ONU. A cambio, reciben un bono para adquirir gratis todos los elementos básicos para montar una casa, desde una batería de cocina a una modesta sala de comedor. Pero lo primero que quieren es darle marcha al cuerpo y, si pueden, encontrar una muchacha o un muchacho con quienes emparejarse y poder disfrutar del futuro.

Muchos van en busca de sus familias, otros no las encuentran porque ya no existen. Alegría y tristeza son compensadas con merengue, con salsa y hasta con rumba catalana. La guerra ha sido cruel con ellos, y aunque se han comprometido a mantener la misma disciplina moral durante la paz, el cuerpo les pide baile, televisión, fútbol y alguna ropa bonita para pasear por las calles.

Ana, de 24 años, se lo pasó de locura el sábado en el autobús que la trasladó desde San Antonio de los Ranchos, donde se demovilizó el viernes, a San Salvador. Su ilusión era comprarse una falda, prenda que desde niña dejó de usar. Andrés, de 31, viajó a Morazán para ver la tumba de sus padres, muertos durante el tiempo en que él defendía la montaña. Después quería irse a bailar para olvidar penas.

Después de viajar desde Tecoluca, Rubén, de 31 años, se presentó en la Universidad Centroamericana porque quiere reemprender sus estudios de ingeniería. Más tarde se fue a un McDonald's, visitó una tienda y se compró tejanos, zapatos negros y camisa de algodón. Con la ropa nueva puesta, llamó a una amiga y se fueron a bailar a un local de salsa donde había una fiesta de Halloween, la celebración de Todos los Santos.

La guerrilla regresa con esperanzas de encontrarse un país nuevo, y también de divertirse. Hay quien ha estudiado en el monte, quien incluso ha aprendido a leer o a especializarse en un oficio. Han dejado las armas con lágrimas, pero tienen confianza en que la paz no sólo les resuelva sus vidas particulares, sino que haga de El Salvador un país distinto. En este paréntesis entre lo que dejan y lo que les espera se han topado con una ciudad llena de vida, cuyos encantos habían olvidado, y no la desaprovechan.

Juan, de 23 años, bajó desde el cerro de Guazapa con dos ilusiones: dedicarse todo el sábado a ver televisión e ir el domingo con su novia, también guerrillera, a conocer el mar. "Después me haré policía. Pero no voy a atemorizar a nadie. La policía debe proteger y ayudar al ciudadano. Es mi pequeña contribución a esta paz".

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