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Los visitantes de los presos de Carabanchel hacen colas sin sala de espera ni aseos dignos

La hacinada prisión de Carabanchel ofrece pocas facilidades a los familiares de los presos. Para comunicar con los internos, los visitantes -unos 2.000- se ven obligados a hacer largas colas a la intemperie, sin una sala de espera y sin retretes dignos. Tan deplorable es el estado de los aseos (el pasado domingo había charcos de orina en el suelo y el hedor era insoportable) que los visitantes se ven abocados a realizar sus necesidades fisiológicas en una zona de arbolado o en los rincones del patio. "Te cae una gota de algo y seguro que pillas una infección que te mueres", decía un familiar.

El estado de los aseos no es, sin embargo, lo peor. En Carabanchel (que cobija a unos 2.200 internos, el doble de los que razonablemente puede) ni siquiera hay una sala de espera para los visitantes. El recibidor es el patio.Desde que un familiar llega a la prisión y hasta que le toca el turno para comunicar con el recluso -salvo que haya madrugado mucho- tiene que aguardar horas y horas, a expensas del frío y, en no pocas ocasiones, de la lluvia.

Curiosamente, los únicos aseos que hay en el patio han permanecido cerrados durante casi tres meses. En ese tiempo se han producido espectáculos tercermundistas. "He visto con mis propios ojos cómo algunas mujeres formaban corrillos, en mitad del patio, o entre los coches de los funcionarios, para taparse unas a otras y poder orinar", asegura Juan Figueroa, vicepresidente nacional del Cuerpo de Ayudantes de Instituciones Penitenciarias (ACAIP).

Matea Cabrerizo, una matriarca gitana que confiesa tener tres "hijos enfermos dentro [en Carabanchel]", explicaba este último domingo: "Esta cárcel es la peor de España. En la de Meco", comparaba, "hay una sala de espera en condiciones; aquí, ya ve usted... Ni aseos dignos".

Retretes de pago

Los aseos, compuestos por cuatro retretes, en habitáculos diferenciados para hombres y mujeres, fueron clausurados en vísperas del pasado verano "para reformarlos", según subrayó la pasada semana un portavoz de Carabanchel. Y se reabrieron el último domingo de octubre.Tal reforma, si en efecto la ha habido, era anteayer inapreciable. Sólo algunos retoques de pintura en las paredes, pero desdibujados por el hedor, las pintadas y los charcos de orina. Un verdadero asco. "Nosotros también somos criaturas humanas, ¿no cree usted?", decía Matea, con un tono de impotencia. "¿Acaso por ser madres de presos no tenemos derecho a un aseo digno?", remataba una anciana gitana que se cubría su cabeza con un pañuelo negro.

El citado portavoz de Carabanchel señaló que los aseos fueron clausurados -además de por la supuesta reforma- porque algunos visitantes los utilizaban "para inyectarse droga". "Está en marcha un proyecto para instalar aseos automáticos de pago", agregó. El jefe de servicio que estaba el domingo en Carabanchel rehusó hablar con este periódico.

El deterioro de las duchas de los funcionarios también es patente. Resulta repugnante pensar que alguien se puede lavar en ellas. "Sólo hay cuatro y a cual de ellas más antihigiénica", señala el vicepresidente nacional del sindicato ACAIP, Juan Figueroa.

Lo que más molesta a los familiares son, sin embargo, las aglomeraciones y esperas que han de soportar antes de llegar a algunos de los 48 locutorios que hay en la prisión. "Esto es peor que la consulta del médico", ironizaba otro familiar. "Llevo aquí desde las ocho de la mañana. Son las doce y, ya ve, todavía sigo esperando", se quejaba el padre de un recluso ("No ponga mi nombre porque mi jefe lee todos los días el periódico y no quiero que se entere de mi problema").

El frío se dejaba notar anteayer en el patio de Carabanchel, sobre todo en las primeras horas de la mañana. La cola de entrada a la cárcel la formaban unas 50 personas. "Antes era mejor: los familiares podían venir dos veces por semana a comunicar; ahora, sin embargo, sólo permiten las visitas el sábado o el domingo, por eso se forman esas colas", argumenta Figueroa.

José Sánchez, hermano de un preso y asiduo visitante desde hace años, indicaba: "No tenemos ni una mala máquina de café para calentarnos el estómago". José también ha resistido muchas fatigas en el patio de la cárcel, donde además, para sentarse, sólo hay un banco de madera y otros tres de cemento.

Insuficientes para los cientos de personas que se concentran allí los fines de semana. Ancianos y niños se sientan en pequeños bloques de cemento desperdigados por el patio buscando un rayo de sol. "En la de Meco", comparaba Matea, "hay una sala para las visitas y sillas; aquí, ya ve usted, el suelo y los pegotes de cemento".

Antes de llegar al patio, hay que pasar por el control de visitas y engrosar la periódica cola de los fines de semana. "Ahí te puedes tirar una hora de pie y estás expuesto a que llegue alguien que se quiera colar y se arme el follón", decía una muchacha que, niño en brazos, llevaba tres horas de espera.

"La semana pasada hubo incluso peleas; a los guardias les da igual. Si nos matamos unos a otros, ni se inmutan".

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