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LA BATALLA POR LA CASA BLANCA

La aventura económica del próximo presidente

Potenciar servicios y alta tecnología es la única solución para el gigante americano

El hombre que sea elegido mañana presidente de Estados Unidos para los próximos cuatro años tendrá por delante tiempos muy difíciles en el campo económico. La medicina de caballo a aplicar en buena ley consiste en aumentar salvajemente los impuestos a todos los ciudadanos para reducir el déficit fiscal y hacer frente al lío económico actual; recortar los programas sociales del Gobierno, y racionar más aún el sistema de salud. Ni George Bush ni Bill Clinton, con todas sus diferencias, recetan tal medicina. Por tanto, gane quien gane, hay algo seguro: los votantes no habrán dado un mandato al futuro presidente para adoptar esas antipopulares medidas.

"Yo sé que hay mucha gente que lo está pasando mal en estos momentos", dijo Bush el pasado jueves en un programa de televisión. "Pero no es para decir que nos estamos hundiendo. Alguna gente lo está pasando mal, sí...", matizó. Al día siguiente, el Servicio de Alimentos y Nutrición de Estados Unidos informó que 25,9 millones de norteamericanos reciben actualmente cupones federales para adquirir alimentos, los llamados food stamps. Por tanto, algo más de uno de cada diez estadounidenses obtiene este tipo de ayuda, que para una familia de cuatro personas es de 370 dólares (unas 40.000 pesetas) por mes. En números absolutos, California es el Estado con más food stamps, seguido por Tejas, Nueva York y Florida.Más datos de última hora: los ciudadanos sin cobertura sanitaria ya son 35 millones; las fábricas de automóviles acentúan sus planes de reestructuración de plantillas; los beneficios de las empresas industriales siguen estancados; cientos de trabajadores del sector de defensa comienzan a ser despedidos; puentes, aeropuertos y carreteras necesitan ser reparados y ampliados; la productividad por trabajador crece de modo insignificante y los salarios medios de las familias retroceden.

Aún con su gran capacidad de recuperación, la economía norteamericana tardará largos años en reaccionar ante un nuevo escenario. La propuesta de Bush consiste en esperar a que las fuerzas del mercado sostengan la recuperación cíclica de la economía. Bush quiere tocar, si acaso, la epidermis y se opone frontalmente a meter el bisturí en el cuerpo económico de la nación.

La futura Administración, sea demócrata o republicana, se moverá tratando de respetar el amplio sentimiento que los economistas llaman anti impuestos en este país. El nivel de gasto en todos los niveles del Gobierno supone actualmente un 35% del Producto Nacional Bruto (PNB) y con un déficit federal de 290.000 millones de dólares en el año 1992, cifra ya oficial, resulta inevitable apelar a mayor endeudamiento para financiar cualquier programa mínimo de reformas. El Gobierno sólo podrá echar mano de una única fuente: el presupuesto militar. En 1992, las inversiones militares han llegado a los 300.000 millones de dólares.

Bill Clinton ha culpado de todos los males a Ronald Reagan y George Bush. Sin embargo, algunos de sus principales asesores van más lejos. Es el caso de Robert Relch, profesor de la Kennedy School of Government, en Harvard, e Ira Magaziner, de Oxford. Ambos vaticinaron en 1982 algo que, ahora, ya es un lugar común en Estados Unidos: el famoso declive de la economía norteamericana. Reich sostiene que el declive "tiene su raíz en la globalización de las relaciones económicas y en la incapacidad de Estados Unidos para atacar sus consecuencias en el largo plazo". Reich subraya que "Reagan y Bush exacerbaron el problema: fracasaron en la educación, en el entrenamiento de la fuerza laboral, la modernización del transporte, reconstrucción de las ciudades y mejora del medio ambiente".

El proyecto relchiniano, como se llama, acepta la globalización y propone un plan que busca convertir a Estados Unidos en un país más atractivo para la inversión de las grandes multinacionales en sectores de la economía con alto valor añadido, donde están localizados trabajadores de la "información, especialistas en comunicaciones y otros expertos -simbólicos analistas, para utilizar dos palabras-, que trabajan duro en oficinas limpias y bien iluminadas, con los cuales no podrán competir nunca mal pagados mexicanos o chinos, que carecen de formación profesional. ¿Cómo piensa seducir Reich a las grandes multinacionales? "Se trata de mejorar las comunicaciones, el sistema de transportes y la vida de las ciudades. Por ello, Clinton tiene un programa federal para sustituir los viejos sistemas telefónicos por líneas de fibra óptica; por ello, propone trenes de alta velocidad y reconstruir las carreteras al tiempo que presta atención al problema urbano".

Mano de obra cualificada

La clave, según Reich, está en la mano de obra cualificada. "El presidente Bush ha destinado, ahora, al término de su mandato, 2.000 millones de dólares para entrenamiento y formación profesional. Es un buen comienzo. Pero, ¿por qué ha tardado cuatro años para lanzar este plan? ¿Dónde estaba hace cuatro años?", dice sonriendo Reich.

El problema es que si bien los gastos se llevan adelante en el ámbito estatal y local, la mayor parte de la Financiación sale de las arcas del Gobierno federal. Los dólares liberados por los previsiblemente menores gastos militares deberían dirigirse, en principio, a financiar el plan de modernización, en lugar de reducir el déficit o financiar una baja de impuestos. "En las actuales circunstancias un dólar añadido que se gaste en infraestructura ejerce entre dos y tres veces más apalancamiento en el crecimiento del PNB que un dólar de inversión privada", asegura David Aschauer, un economista del Banco de la Reserva Federal (banco central), de Chicago. La idea sería, pues, que el plan de infraestructuras juegue el mismo papel que los gastos militares después de la Segunda Guerra Mundial. "Si dejamos la inversión pública abandonada a su suerte, como estos años, habremos de derrochar el dividendo de la paz", opina el profesor Wallace C. Peterson, de la Universidad de Nebraska, en Lincoln.

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