Montar un negocio, comprar una casa y llenarse el bolsillo
La euforia privatizadora aumenta en China
Algunos camareros del restaurante estatal Quan Ju de Pekín sirven los platos como quien repone el pesebre de un establo y se arrastran por el local como apaleados en convalecencia. El XIV Congreso del Partido Comunista Chino, reunido a puerta cerrada, trató ayer sobre la reconversión de las empresas públicas y la aplicación de medidas que animen la productividad de los cientos de millones de chinos que trabajan para organismos del Estado.
A menos de un kilómetro de distancia del Quan Ju, donde el pato se sirve a toque de trompeta, el nuevo propietario de un pequeño y modesto restaurante requiere educadamente la atención de los peatones ofreciéndoles un buen servicio y razonables precios. Su esposa, mandona, instruye a una plantilla de cinco personas y no está muy de acuerdo en interrumpir la primera tanda de cenas para que su marido reconozca ante un periodista extranjero que también quiere hacerse millonario."Hace cinco años trabajaba en una empresa pública, pero ahora intento salir adelante con mi propio negocio. Aunque tengo más preocupaciones y ahora no disfruto de seguridad social ni vivienda gratis prefiero seguir con el restaurante", explica.
El rechazo de cualquier apertura política no parece preocupar a este nuevo dueño. "No estoy muy seguro de lo que pasaría en nuestro país si se legalizasen los partidos. Deng Xiaoping lo está haciendo bien". El número de pequeños propietarios chinos, confiados todos en que el Congreso respaldará la iniciativa privada, crece a un ritmo espectacular en los últimos años, y ha pasado de 150.000 en 1978 a casi 13 millones este año.
Los empleados en este sector ganan más que sus compatriotas en empresas o comercios de titularidad estatal. Uno de estos comercios propiedad del Partido Comunista Chino, muy próximo al establecimiento donde el pago de tres consumiciones aplacó las iras de la hotelera consorte, emplea a 15 personas y vende, entre otros artículos, aires acondicionados en invierno. "Tenemos que cambiar. Hay que replantearse el trabajo y la oferta", reconoce uno de los dependientes. Una joven de 34 años, casada y con un hijo, jalea detrás del mostrador las reformas económicas del programa de Den Xiaoping, pero rechaza una privatización excesivamente ambiciosa. Sus ingresos, modestos pero vitalicios, peligran.
El seguimiento de las sesiones del XIV Congreso del partido, donde los principales dirigentes gubernamentales comparecen ante sus 1.989 delegados para informar sobre la evolución de la reforma y sus peligros, no constituye la principal preocupación de los chinos. La televisión emite los diarios boletines propagandísticos pero la meta es montar negocios, comprarse una casa y llenarse el bolsillo.
La mayoría de las personas consultadas en las calles de Pekín saluda de corrido la celebración del Congreso, descalifica el capitalismo cuando se insiste en una definición del sistema, pero pocos se recatan en confesar que les gustaría integrar la lista de millonarios nacionales. Una de las jóvenes empleadas de la tienda donde se refrigera en diciembre reconoce sin embargo que ella es feliz donde está. "Yo no tengo capacidad para ser millonaria. Respeto a quien la tenga", dice.
El empresario Liu Guansong, que gusta posar delante de su Mercedes de 17 millones de pesetas, administra restaurantes y una cadena de tiendas con 1.300 operarios. "Mi principal placer es trabajar", afirma. "Incluso los domingos". Su último puesto en la empresa estatal: funcionario del Departamento de Trabajo Rural en Jilin del Partido Comunista Chino.
El presidente del país, Yang Shankun, precisaba sin embargo en una intervención ante los delegados al congreso que no todos los mecanismos capitalistas son válidos, y citaba prácticas mafiosas en el sector inmobiliario, concretamente en la venta de parcelas a compañías extranjeras. "El juego", dijo, "queda descartado".
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