Los tordos
El dinero tiene alas, y por eso ha volado. Como un nubarrón de aves migratorias, por el cielo de los países industrializados viaja una masa de 600.000 millones de dólares buscando invernaderos, y durante el camino a veces necesita bajar para alimentarse. Así lo hacen también los tordos. Cuando divisan desde las alturas un olivar bien repleto, se tiran en picado, expolian el árbol y al menor peligro levantan el vuelo y se largan, no sin llevarse una aceituna en cada garra y otra en el pico. España ha sido un buen olivo estos últimos años, y mientras los pájaros estaban en sus ramas zampando con furia, los socialistas, a su sombra, han bailado a fondo una gran zarabanda. El despilfarro se ha convertido, en cultura, la voluptuosidad del dinero, ha sustituido al talento. El Gobierno no ha sabido aprovechar el paso esporádico de los dólares para estructurar, renovar y asear con inteligencia y austeridad nuestro país. No hay que llorar ahora que los tordos han huido. Regresarán más voraces todavía cuando haya aquí una comida sustanciosa, y tal vez volverán a limpiarnos el pesebre si seguimos siendo igual de tontos. De momento, ya han llegado los carroñeros. Estos buitres de cuello pelado y gafitas en la punta de la nariz han entrado a saco sobre los despojos de la Bolsa, contra las empresas en quiebra. Ellos reirán mañana, mientras los periodistas seguiremos cultivando hasta la ridiculez el pensamiento binaria: si las cosas van mal, sólo será noticia aquello que todavía vaya peor; si las cosas van bien, nada que no sea la propia euforia infantil se tendrá en consideración. Que estén tranquilos los pesimistas: ya hemos conquistado de nuevo nuestra pobreza, y ahora queda por alcanzar la miseria, pero pasada la crisis, cuando dentro de unos años vuelvan los tordos, que nadie haga el idiota de alegrarse sin motivo: sólo hay que esperar que el Gobierno de turno, cualquiera que sea, no los deje escapar otra vez, que los eche en la cazuela, pero no para unos pocos, como ha hecho hasta ahora, sino para todos.
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