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La fatiga de Europa

Es absolutamente obvio que estamos viviendo una época de crisis. Y es asimismo obvio que esa crisis va alcanzando intensidades insospechadas. Hasta aquí nada que no sea de conocimiento general, ni nada que no deje de afectar a todos los europeos. Ahora bien, esta crisis múltiple -de valores morales, de fallos socioeconómicos, de ubicua desorientación, de desconfianza difusa-, este conjunto de negatividades, va engendrando, inevitable e imperceptiblemente, un estado de ánimo sin duda inquietante.De arriba abajo, de norte a sur, todo el mundo está irritado,' nervioso, hosco, enquistado. Europa está fatigada, peligrosamente fatigada, cosa que Husserl ya advirtió en 1935, en una conferencia luego incluida en su monumental libro La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Allí se dice textualmente que Ias naciones europeas están enfermas", ("Die europäischen nationen sind krank"), para añadir esto tan dramático: "El mayor peligro de Europa es el cansancio" (''Europas grosste Gafahr ist die Müdigkeit"). Pero, con todo, yo no sé hasta qué punto la dura situación actual podrá ser remediada "desde el espíritu de la filosofia". ¿Surgirá la nueva vida "de las cenizas del gran cansancio"? ("aus der Asche der grossen Müdigkeit?").

Concedamos un amplio margen de confianza a estas ilusionadas y honestas aserciones. Dejemos que el sutil aire espiritual en que flotan se acerque a nuestros pulmones. Pero ¿no estaremos ante ideas cuya salida, una y otra vez, se ha mostrado impracticable? Porque lo que en realidad acontece hoy es que el alma del europeo está atiborrada de incontables, crueles desengaños. Todos los sistemas que en tiempos nos encandilaron, desde el ansia de la poesía pura hasta el vislumbre de la realización inmediata de la justicia social, se vinieron abajo sin que ese derrumbe nos dejase impávidos, como en el verso de Horacio. Todos, unos más y otros menos, hemos sido engañados. Todos, unos más y otros menos, colocamos nuestras ilusiones a números que jamás salieron. La gente europea ya no tolera soluciones primarias, por muy arropadas que vengan en complejas y difíciles lucubraciones. La gente europea concluyó por percatarse de que cuando creía decir algo nuevo, en realidad lo que hacía era, simplemente, decir lo que otros querían que dijese. Todo se reducía a un control ocultó y bien disfrazado. Europa, casi toda Europa, vivió durante largos años en libertad vigilada.

A Europa se la encarceló sin que ella se diese cuenta del encierro. Lo impedía el agobio de las ideas mostrencas, de las obsesiones cegadoras. La lógica fue sustituida por el fanatismo. Todo consistió, pues, en un ejercicio de vergonzosa tercería del pensamiento. No había otra cosa. Y no se advertía que, por un notable juego de escamoteo, las ideas eran trocadas, por el deseo sin más. Pero el deseo, esto es, la fantasía, siempre cobra portazgo. Montaigne, con su sosegada pupila, ya lo había visto: "Notre fantasie fait de soi et de nous ce qu'il lui plait". El europeo, con enérgica vocación de solidificar su específica persona, quedó convertido en marioneta.

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Hay, por tanto, una crisis que pone al descubierto lo más hondo y subjetivo de cada cual. Si se me pidiera algo así como la formulación en pocas palabras de lo que es el actual estado de ánimo colectivo, yo diría que se asemeja fielmente a lo que en la clínica se conoce como "fatiga irritable". ¿En qué consiste? Sencillamente, en un estado de hiperestesia, de hipertrófica susceptibilidad, nacida en el exceso de cierta constante tensión anímica. As piraba el europeo a mucho. Se le dio poco. Y entonces, cansado, agotado por la desoladora espera, apareció la fatiga. Lo que sucede es que esa fatiga no es el producto de algún trabajo creador, sino el resultado de una utopía jamás realizada. Pero, justo por eso, el cansan cio engendró, a su vez, una parte alícuota de frenesí, de protesta, en suma, de irritación. Una cosa trae la otra, y cuando esto acontece, el individuo se encuentra metido en un angosto círculo difícil de superar. En un círculo infernal.

¿Quién no ha pasado por etapas de terrible excitación en las que el sueño se evapora y en las que, por eso mismo, por sufrir de incoercible insomnio, la cabeza no es capaz de volver a entrar en el reparo nocturno?. Es una situación paradójica: cuanto más sueño, más dificultad para dormir. Pues bien, cuanta más crisis, más impulso inconsciente por acentuarla y por meterse en su tenebroso ámbito. Me atrevo a sugerir la sospecha de que en muchas mentes europeas no existe voluntad de solución, voluntad de buscarle salida al impasse en el que Europa, "ese pequeño cabo del continente asiático" -según la definición de Valéry-, anda metida. Anda a trompicones, dando manotazos a diestro y siniestro, enajenada, de espaldas a su historia y a su inmensa, a su espléndida, renovadora esencia.

Sí, Europa está enferma. Necesitamos, para curarla, del "heroísmo de la razón" que Husserl urgentemente pedía. Mas ese heroísmo habrá de ponerse en marcha, bajo la batuta enérgica, bajo la égida irrefrenable que nos empuje a todos a sentimos europeos de raíz. Incitaciones nunca nos han faltado. Allá a lo lejos, ejemplo entre otros muchos, Fr. Schlegel nos hace señas. A buen seguro que la solución que él ofrecía ya no sea, por desgracia, practicable. Ya no sea, en el sentido más genuino del calificativo; operativa. Pero, con todo, señalaba una meta. Quiero decir que abría una puerta. En cambio, hoy, a lo que parece, las puertas sólo se entornan o, inútilmente, se cierran. Se cierran en la incomprensión, en la cortedad miope, incluso en el exabrupto. Finalmente, en la esterilidad. Los europeos están fatigados, cansados, aburridos. ¿Cómo rellenar estos huecos existenciales? He aquí el problema. Para resolverlo, varias condiciones son indispensables, a saber, la paciencia, la humildad, el realismo, la constancia en el esfuerzo. Y, por descontado, el optimismo. Jamás Europa se dio por vencida. Jamás quedó anulada. Ahora, eso pienso yo, menos que nunca. A pesar de todos los pesares, allá en el horizonte histórico algo se vislumbra. Hay un afán innegable de entendimiento en unidad, todo lo soterrado que se quiera, pero, al fin y al cabo, con potencia de simiente prometedora de futuras cosechas.

Hubo un tiempo, no excesivamente lejano, en el que los desastres, los desajustes, los falseamientos nacionales y tantas y tantas otras cosas dieron lugar a una sofocante atmósfera de desánimo que, a no dudarlo, se aparecía como encinta de próximas, de inminentes catástrofes. Todo era dejación, y esto lo sentían en la propia carne muy importantes espíritus de la época. Denis de Rougemont nos trae a la memoria a aquel brillante y reaccionario Friedrich von Gentz, autor de esta atroz y significativa frase: "He perdido todas las ganas de ser un europeo".

Para terminar. No olvidemos que Europa no se hizo de la noche a la mañana. Europa necesitó mucho tiempo para ser propiamente Europa. Va buen seguro que aún no lo es del todo. Europa es, esencialmente, una crisis intermitente. Pero esas crisis están metidas en la propia naturaleza de Europa, en lo que ella es. Esas crisis son su básica continuidad.

Dicho de otra manera: Europa se constituye, en esencia, como un permanente problema. Y esto es lo que produce la incertidumbre y el desasosiego. Que nacen, como subraya André Philip, "de la naturaleza misma de nuestras certezas". Se ha dicho que la libertad es una invención europea. Y que Europa es, al tiempo, la patria de la memoria. En nombre de esas líneas de fuerza del campo magnético en el que gira la vida colectiva, no nos dejemos vencer por Ia fatiga irritable". El hombre europeo siempre anduvo desgarrado por muy trágicas contradicciones. Por, su borrasca creadora.

Desde ese agarrotamiento, que hoy es el nuestro, agucemos la mirada. Es el punto de partida. Plantear a fondo un problema ya es un comienzo de solución. He aquí el motivo para la confianza. Para la no irritada, ni cansada confianza.

del Colegio Libre de Eméritos, es delegado del Gobierno en Galicia.

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