Cierto alivio
LA REDUCCIÓN de los tipos de interés oficiales por el Bundesbank ha contribuido de forma determinante al alejamiento de las tensiones que dominaban los mercados financieros en las, últimas semanas. Ello no sólo ha distanciado los temores de un más amplio reajuste de paridades en el seno del Sistema Monetario-Europeo (SME), sino que ha contribuido a contemplar las posibilidades de recuperación de las economías europeas con algo menos de pesimismo. Subsisten serias dificultades para que esa recuperación sea tan rápida e intensa como deseable, pero la actitud mostrada por el banco central alemán favorece que esas posibilidades se asienten en un esquema de coordinación de las principales autoridades económicas, hasta ahora inexistente. Éste es el principal efecto de esa decisión.La acomodación con que se han definido algunos otros bancos centrales a ese movimiento del Bundesbank, rebajando igualmente sus tipos de interés, refuerza los efectos esperados de la modificación de los tipos de cambio centrales del SME que han supuesto una devaluación de la lira italiana en un 7%.
Los mercados españoles, y, en concreto, el tipo de cambio de la peseta, han sido uno de los principales beneficiarios de ambas decisiones. En primer lugar, porque nuestra moneda era hasta ayer una candidata, junto a la libra esterlina, a la devaluación, y así lo reflejaban los mercados de divisas, a cuyas tensiones depreciadoras el Banco de España se ha visto obligado a hacer frente, con importantes ventas de reservas. En segundo lugar, porque el rigor de las autoridades alemanas y su traducción en los tipos de interés sobre los activos financieros en marcos alemanes propiciaba la reducción del atractivo de los denominados en pesetas, con las consiguientes dificultades para sus tenedores y, en definitiva, para la continuidad de la política de endeudamiento del Tesoro.
Esos efectos favorables no bastan, sin embargo, para compensar el perfil adverso que hoy presenta el diagnóstico de la coyuntura española. Los impedimentos para aplicar una política presupuestaria capaz de contener el déficit, y los no menores obstáculos para conducir nuestra tasa de inflación hacia niveles compatibles con la convergencia que demanda el proyecto de Unión Económica Europea, persisten con independencia, en gran medida, de ese hoy menos adverso entorno financiero. El registro del IPC correspondiente al pasado mes de agosto, aunque menos malo que el previsto por algunos analistas (la tasa interanual se ha situado en el 5,7%), sigue ilustrando la escasa sensibilidad de las variaciones de los precios de algunos bienes y servicios a la desaceleración que está experimentando la economía y a la práctica en solitario de una rigurosa política monetaria. El mantenimiento de la inflación subyacente (excluidos los alimentos sin elaborar y los precios energéticos) habla por sí solo de la necesidad de abordar aquellas medidas previstas en el programa de convergencia más directamente destinadas a eliminar esas limitaciones estructurales que no sólo impiden el buen funcionamiento de la economía, sino, en ocasiones como la presente, despejar los factores de incertidumbre que siguen presentes en nuestra economía.
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