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Este extraño retorno a Camus

Este retorno a Camus es un escarmiento de la historia. Éramos unos cuantos los que lo esperábamos, los que acechábamos el momento de la reparación. En el que los suyos, y sólo ellos, le harían justicia. La impostura era que hasta ahora se viera secuestrado por los bienpensantes, sus adversarios naturales: aquellos que normalmente lo hubieran rechazado. Si alguna vez se le rescataba, no podía ser sino culpa suya. Moral de Cruz Roja, comportamiento de explorador, rebelión a cambio de poder, candidato a la santidad sin Dios, esteta de los valores, suministrador de opios y proveedor de coartadas: de eso es de lo que la sociedad intelectual, su familia, le acusaba. Interrogada acerca de la legitimidad de su desprecio, esta sociedad blandía, acusadora, las pruebas de la gran acogida de la burguesía._En las bibliotecas, Camus se unía -como corresponde- a Teilhard de Chardin, Péguy y Saint-Exupéry. Se le leía en las parroquias y sus libros se daban como regalo. En cuanto a su pensamiento, si acaso se le reconocía uno, se denunciaba en él al hijo natural de Alain y de Bergson; y más tarde, cuando Jacques Monod publicó El azar y la necesidad, le ajustaron las cuentas con implacable condescendencia: se trata de una ilustración científica del pensamiento camusiano. Crimen de los crímenes: las reediciones póstumas, mientras tanto, no dejan de aumentar. Solemne, un fariseo decreta: "Cuando la iglesia está llena es cuando hay que preguntarse por el dogma".No es el purgatorio. Es el infierno.

Mayo del 68: tenemos, tengo, una esperanza. Imposible, pensábamos,, para los libertarios y los defensores de la espontaneidad no reconocerse en Camus. Me refiero aquí a Mayo del 68 en toda la riqueza de su imprevisibilidad, y no tal y como lo amaestraron y después reconstruyeron los nuevos adeptos a la vieja doctrina. En Camus había material para constituir el breviario de estos alegres iconoclastas . Un pequeño libro verde para los primeros amaneceres del mundo. A los 28 años, Camus escribe: "Sí, el hombre es su propio fin y su único fin. Si quiere ser algo, es en esta vida" (El mito de Sisifo). "Mi reino", añadía, "es de este mundo". Y cita a Píndaro: " ¡Oh alma mía!, no aspires a la vida inmortal, sino agota el campo de lo posible". Supriman la palabra alma: podía haber sido una de las frases escritas en los muros de la Sorbona. Más adelante: "No tengo sino aversión hacia esos amantes de la libertad que quieren adornarla con dos. vueltas de cadenas, y hacia esos servidores de la justicia que piensan que la única manera de hacerle un buen servicio es consagrando varias generaciones a la injusticia" (Carnets). ¿Dónde está su sitio sino entre los estudiantes que lo quieren todo, ya? ¿Dónde se sitúa el autor de Calígula sino entre quienes quieren extirpar de sí mismos el apego al poder y el fanatismo mortífero de la lógica? Sin embargo, no se desenterrará ningún texto; no volverá a abrirse ningún libro; no volverá a representarse ninguna obra de teatro. Los hijos de El hombre rebelde no desprecian a su padre. Lo desconocen.¿En todas partes? No: ni mucho menos. Pero en Francia no lo saben. En agosto de 1968, un refugiado checo que había sido profesor de literatura francesa en la Facultad de Praga (Bios Yanakakis) cuenta cómo la re presión de la famosa primavera le sorprendió en plena clase sobre Camus. Las traducciones clandestinas en Europa del Este, los libros que les pedían a los diplomáticos occidentales en Moscú, las discusiones entre estudiantes comunistas en Varsovia, los testimonios de Sájarov, de Chafarevitch y de Zinoviev: todo ello revela que Camus encontró en otro lugar su verdadero público. En otro lugar quiere decir allí donde la opresión y el asesinato se justifican en nombre de la historia. ¿Ocurre esto también en Francia? Sí, pero sólo en teoría. En otros lugares, la opresión y el asesinato son realidades cuya justificación filosófica ya no es tolerable, ya no se tolera. En Francia hubo que esperar aún 10 años más.Y por fin ocurrió. Pero ¿cómo? ¿Habrá que prepararse para un nuevo malentendido, esta vez en sentido contrario? Ya veremos. Observemos ante todo que en Occidente este encuentro lo protagonizan los jóvenes, y en el Este de los disidentes: suntuoso retorno, conforme a su destino. Porque los jóvenes y los disidentes se libran de la historia. Pero la verdad es que, desde un principio, entre Camus y los intelectuales, entre Camus y la izquierda marxista, siempre ha estado la historia. El sentido de la historia, la filosofía de la historia, el mesianismo histórico. Es decir, que, como pantalla, siempre ha estado esa parte del marxismo que propone claves para el futuro, pero también razones de Estado para el presente; una voluntad de transformar el mundo, pero también el sacrificio de los mejores hombres que habitan ese mundo. Para Camus, al contrario que para algunos de sus nuevos herederos, la profecía histórica no es todo el marxismo, que ha forjado instrumentos de análisis siempre utilizables. Pero el comunismo ha asumido por completo esa falsa ciencia de la previsión que pretende además excomulgar a quienes se atreven a cuestionarla. A los 22 años, ya harto y amenazado, Camus rechaza la trampa de la -esperanza: "De la caja de Pandora donde hervían los males de la humanidad, los griegos sacaron la esperanza, después de todos los demás y como el más terrible de todos. No hay símbolo más edificante, puesto que la esperanza, al contrario de lo que se cree, equivale a la resignación, y vivir no es resignarse".Es un texto de Noces, ese librito que debería hacer reflexionar a todos los que desprecian el lirismo de Camus; pero es también un texto que anuncia toda una filosofía. Ya desde los 22 años se subleva contra la esperanza ofrecida por los religiosos de cualquier signo: por todos esos a los que su maestro Jean Grenier denunciaba como adeptos al espíritu de ortodoxia. Ello no impedirá que Camus se afilie al partido comunista, pero será eso mismo lo que le hará salir. La esperanza no puede servir para justificar el universo de los campos de concentración. A partir del momento en que Camus descubre la realidad de los campos de concentración en la Unión Soviética, realidad que él creía que era patrimonio exclusivo del nazismo, todo su pensamiento político, toda su concepción histórica se organizan, se ordenan, se estructuran en torno a este descubrimiento. Se prohíbe a sí mismo toda acción que no dé cuenta de la realidad de los campos de concentración. En 1952 plantea una cuestión candente,

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Este extraño retorno a Camus

Viene de la página anterior decisiva: ¿en nombre de qué se puede tolerar que la Unión Soviética encierre a millones de ciudadanos en campos de concentración, si no es porque la Unión Soviética surge como el único y exclusivo-instrumento de la realización de lo absoluto en la historia? Sartre acepta la pregunta, pero responde que le preocupa tanto la realidad de los campos de concentración como el uso que de esa realidad hace la sociedad burguesa. Por otra parte, entre el nazismo y; el estalinismo, Sartre ve una diferencia no de hecho, pero sí de intención, que, en su opinión, es considerable.El mundo no se ha movido. A uno le da la impresión de haber oído ya eso en algún sitio, sobre todo desde hace tres años y con la cantinela del Gulag. Bueno, pues sí, el mundo no se ha movido, pero hay que reconocer que en 1952 los que hablaban de ello en medio del dolor y del desierto tenían un mérito fabuloso. El mundo no se ha movido, excepto que, en 1968, Sartre dejó de atribuirle buenas intenciones a la URSS, y que, cuando estaba a punto de descubrir cuáles son los caminos que toma la historia, se negó a seguir respondiendo.

En aquella época, los que se apartaban del socialismo soviético estaban condenados a ser almas cándidas, suprema injuria. El alma cándida, según esta acepción de los verdugos-filósofos, no era sólo la tara del intelectual perdido en el sentimentalismo llorón. Era sobre todo la ignorancia del intelectual mediocre, del que no conocía ni a Hegel ni la crítica marxista al socialismo utópico; del que no disponía de este arsenal de armas absolutas: el secreto, el código, la clave, para descifrar las contradicciones del capitalismo, el sentido oculto de la historia y el carácter progresista de la violencia. Con el dogma defendido por los sacerdotes de una Iglesia vuelta, hacia el Vaticano moscovita, ya no había sitio para los buscadores angustiados, para los hombres del rechazo y del presente. La propia duda era un crimen debido a su función paralizante. A Camus, servidor objetivo del enemigo de clase, unas veces se le calificaba de benévolo escritor' que filosofaba por encima de sus capacidades; otras, de pastor que bailaba al son que tocaba la burguesía.

¿Se equivocó la burguesía al considerar, siquiera por un momento, a Camus como uno de los suyos? Para los que conocieron al hombre capaz de escribir La caída, esa obra maestra de la subversión, no cabe la menor duda. Nada le era más ajeno que la obsesión por la seguridad, por la conservación de los privilegios materiales, cualquier clase de conformismo en las ideas, en las costumbres, en la organización de la vida. Durante mucho tiempo, los únicos frenos que puso a su apetito de placer fueron los límites impuestos por su enfermedad y su deseo de no aguzar las desgracias del mundo. El dinero, los honores, el prestigio, en resumen, todo lo que es burgués, le causaba espanto.

Pero ¿servía indirectamente a los intereses de aquellos a quienes despreciaba? Puede que los comunistas y los burgueses lo creyeran así. Camus se interesa pronto por el mundo en su dimensión planetaria. Lo que le obsesiona es ver cómo los humillados y los ultrajados acabarán rebelándose, y cómo su rebelión será traicionada en la revolución. La lucha contra las ideologías adulteradas, desviadas, alienantes, contra el asesinato lógico y el delirio histórico, esa lucha le parece mil veces más importante que la del destino inmediato de la burguesía francesa. Aunque, cuando los, comunistas y sus compañeros de viaje acusen de "desesperar a Billancourt" a quienes denuncian el estalinismo, la burguesía les creerá. La derecha pensará que puede reconocer en Camus no sólo a uno de los suyos, por supuesto, sino a uno de sus aliados que, sin quererlo, podría aplazar su declive sembrando la duda entre sus enemigos. Por lo demás, es sabido que esa duda no paralizará a nadie. Pero hay que subrayar además que Camus no se resignó nunca ni al capitalismo ni a la condición obrera. Ni esperanza en el paraíso socialista ni resignación ante la explotación capitalista: vivía su rebelión en presente. Ella nunca le abandonó.

Lo más extraño en esta historia de regreso es que pone de manifiesto una necesidad de Camus que no es la necesidad de un pensamiento, sino la de una actitud. Porque, en definitiva, ese recurso a la moral no es más que la comprobación del fracaso de la filosofía. Camus no nos ofrece ninguna de esas arquitecturas de sabiduría, ninguna de esas catedrales de seguridad a las que se entre para ver la luz. No propone ningún sistema global, ninguna concepción del mundo, y lo cierto es que este maestro del pensar es sobre todo un discípulo del rechazo y de la duda. Es más un modelo que un profesor, más testigo que juez, más contagioso que persuasivo. Tiene sus recetas personales. Cuando dice: "Me parece - imposible no plantar cara al terror que el comunismo supone hoy en día, ni, por ejemplo, a los campos de concentración". Cuando no vacila en reconocer que se ha equivocado y que en lo sucesivo hará lo imposible por respetar los valores morales, aunque esta expresión les parezca ridícula a los pedantes del realismo histórico. Cuando pide a los intelectuales, como si hablara consigo mismo, que acaten cuatro obligaciones -"identificar el totalitarismo y denunciarlo; no mentir y saber reconocer lo que se des conoce; negarse a dominar; y rechazar - en toda ocasión y bajo cualquier pretexto toda clase de despotismo, aun cuando sea transitorio"- a uno le da la impresión de que posee por fin unas reglas de vida que lo protegen de los más sanguinarios extravíos. Ésta es la era de los balances, de los inventarios, de las rupturas: la caracteriza una crisis, y es la de todo lo que se consideraba universal. La extraña necesidad que tenemos de Camus es aceptar el estallido, consentir la contradicción, tolerar el misterio. No para lamentarse en la desilusión y arrellanarse, como él diría, en un sillón, en el sentido del Apocalipsis o de la maldición; no para bailar por última vez sobre el volcán con los caballeros del esteticismo, sino para asumir, entre los humillados y los ofendidos de la historia, y nunca en otro sitio, ese papel accidental, inútil y patético que el hombre hereda al acceder a una existencia sobre la que nadie le ha consultado. Con este lema inscrito en la antigua lápida sepulcral fenicia erigida sobre las ruinas de Tipasa: "Aquí entiendo a qué llaman gloria: al derecho de amar sin límites".Jean Daniel es director del semanario francés Le Nouvel Observateur.

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