Está en la gloria
No es que estuviera lampando de hambre César Rincón -tampoco le llegaba ahí la penuria, pero su ritmo de vida, su fortuna, quedaban muy lejos del rumbo que se le supone a un torero de tronío. Sin embargo, un día llegó a Madrid, triunfó, alcanzó la gloria, y ya podía comprarse un cortijo en Linares.Es lo que les ocurre a los toreros cuando llegan a Madrid y triunfan: que a lo mejor el día anterior eran más pobres que las ratas y, en cambio, al siguiente, ya pueden comprarse un cortijo en Linares. A César Rincón, cortijos aparte, inversiones varias, sustanciosas cuentas corrientes, le enorgullece, principalmente, su coche, un Mercedes -el más caro de la tienda- con todos los adelantos que haya podido imaginar la genialidad del hombre blanco. Mas lo que le tiene auténticamente fascinado es el maletero, que da cabida a una auténtica discoteca de música salsa y, mediante sofisticados mecanismos electrónicos, la escucha mientras va al volante, que es a todas horas.
César Rincón o está toreando o está en el coche escuchando salsa, lanzado por esas carreteras camino de Madrid, la ciudad que ha elegido para establecer el definitivo hogar. Guarda los recuerdos indelebles de su patria, Colombia, y son tremendamente contradictorios: de un lado, la madre y la hermana, que murieron en el incendio de la modestísima vivienda; las privaciones, la desconsoladora sensación de no ser nadie, de no importar a nadie; de otro, el retorno, ya triunfador en Madrid, y figura del universo taurino, cuando, al hacer el paseíllo de su reaparición en el coso bogotano, el público prorrumpió en un inmenso clamor. Quizá sean éstas sus más arraigadas vivencias. Y se complace en rememorarlas desde la tranquilidad de Madrid, donde, según él mismo dice, le ha sido posible tocar un poquito de cielo.
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