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Tribuna
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El rock

Un cura que se gana la vida y el cielo sosteniendo que el diablo existe ha justificado lo difícil que es tomar contacto con el maligno precisamente porque el maligno hace todo lo posible para que se ponga en duda su existencia. Es un viejo truco, tan viejo como la lucha entre el bien y el mal, que luego utilizaron siempre los malos para seguir haciendo de las suyas sin que los buenos se dieran cuenta. Ahora el diablo, como las almejas, el agua, el petróleo, el trabajo y el espacio para aparcar, es un bien escaso. Son muy pocos los exorcistas reclamados para sacar al maligno de las personas decentes, y así nos va.Si en el pasado el diablo se apoderaba de las almas tentándolas con toda clase de bienes terrenales, hoy le sería muy dificil recurrir a este tipo de reclamos, especialmente en el Norte fértil, donde quien más quien menos todos tenemos una tarjeta de crédito, por pequeño que sea el crédito. Era comprensible que en el pasado preconsumista el diablo sedujera a las conciencias prometiéndoles cosas que ahora están de rebajas dos o tres veces al año en los grandes almacenes. Incluso hoy día, aprovechándose de lo poco que Dios, en su infinita sabiduría, hace llover en el Chad o en Malí, el diablo puede seducir a las almas del Chad o de Malí prometiéndoles un cuarto de litro de clara (mezcla de cerveza y tónica de limón). Pero la dialéctica entre Dios y el diablo en el llamado Tercer Mundo tiene una lógica intransferible al Norte.

Aquí donde Dios es abundancia y muchas veces incluso Boletín Oficial del Estado, el diablo no ceja, pero lo tiene más crudo. Los desdiablizadores aseguran que el diablo está presente en muchas piezas de música rock, independientemente de los decibelios. En cuanto el Papa se reponga se va a someter a un régimen tenaz de Rolling Stones, Sex Pistols, Sting, Marta Sánchez, y nos va a caer un dogma que va a repercutir en el revival de la polca.

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