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Urtáin recibe sepultura en Cestona, su pueblo, rodeado del mundo del deporte rural vasco

El mundo del deporte rural vasco, harrijasotzailes (levantadores de piedras), segalaris (segadores de hierba), aizkolaris (cortadores de troncos), y un buen grupo de antiguos boxeadores se unieron ayer por la tarde al duelo de los familiares y amigos de José Manuel Ibar, Urtáin, en su funeral. Más de medio centenar de personas, entre ellas el ex púgil Pedro Carrasco y el levantador de piedras Iñaki Perurena, asistió a la ceremonia religiosa, que se inició a las 19.30 en la iglesia de Arrona, el barrio de Cestona (Guipúzcoa) en el que nació el boxeador.

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Su hermana Antxoni espera una carta

Antxoni, hermana de Urtáin, y Marisa, la compañera que le había abandonado recientemente, prorrumpieron en sollozos en el momento en que el féretro fue introducido en el templo. Luego, camino del cementerio, la gente despidió a José Manuel Ibar con un sonoro aplauso que se extendió al paso de su madre.Antes, por la mañana, en Madrid, todos se sentían algo culpables del suicidio de Urtáin, que decidió acabar el martes con su vida arrojándose al vacío desde la terraza de su casa, en un décimo piso. Nadie, eso sí, se atrevía a reconocerlo. En la sala 6 del tanatorio, Marisa; sus hijos, Vanessa y José Manuel; su hermano Eusebio; algunos de sus compañeros de profesión, como Carrasco, José Legrá, Alfredo Evangelista, José Durán y Manolo Calvo, y el que fuera su preparador, Alfonso del Río, se reunieron para estar junto a él en su último viaje. Muy pocos dijeron estar al corriente de sus apuros y su amargura.

"De haberlo sabido, nada de esto habría ocurrido", repetían una y otra vez. Urtáin tuvo en la soledad a su mayor rival. No estaba acostumbrado a pedir ayuda. Guardaba celosamente sus angustias. Quiso mantener esa imagen de hombre fuerte hasta el final. Ni su familia estaba enterada de sus dificultades. La Fundación Amigos del Deporte tuvo que hacerse cargo de los gastos del entierro.

Eusebio no encontraba explicación a lo ocurrido: "Nos ha cogido por sorpresa. No lo esperábamos". Marisa intentaba disimular tras unas gafas sus ojos enrojecidos: "Estoy muy mal y preocupada por los chicos, que se encuentran fatal".

Del Río daba rienda suelta a la desesperación: "Fueron muchos años los que estuve con él. Era más que un amigo". Él, que residía a tan sólo 300 metros del ex púgil, sí que sabía de sus zozobras. La última vez que le vio fue el viernes: "Solía pedirme dinero, pero se lo daba a gusto". Urtáin le llamó el lunes a última hora, pero no obtuvo respuesta. Su ex entrenador no estaba. "Si hubiese podido hablar con él, seguro que esto no hubría sucedido", se lamentaba Del Río con lágrimas en los ojos.

Para Carrasco, Urtáin "era una persona desilusionada, cansada de la vida". "Inexplicable", afirmabas Evangelista; "su pérdida es irreparable. Por otra parte, la gente enseguida relaciona estas cosas con que los boxeadores estamos locos". Durán y Calvo coincidían en que Urtáin no les pidió ayuda cuando hace mes y medio le llamaron para anunciarle la existencia de una agrupación de ex boxeadores que se acababa de crear en Madrid.

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