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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El gesto de Havel

"NO PUEDO asumir la responsabilidad de una evolución sobre la que he dejado de tener influencia. No quiero ser un freno para la evolución histórica, pero tampoco quiero ser un simple burócrata que espera el momento en que se le diga que tiene que abandonar su cargo deforma definitiva". Quien así se expresaba el pasado viernes ante las cámaras de televisión de su país era Václav Havel. Anunciaba su intención de dimitir mañana, lunes, de la presidencia de la República Federativa Checa y Eslovaca. La decisión se hizo pública unos minutos después de que el Parlamento de Eslovaquia proclamara la soberanía nacional: 113 votos a favor, 24 en contra y 10 abstenciones dejaron claro el deseo de la mayoría.El constante proceso de desmembración de los países del este europeo -impulsado, en algunas ocasiones, por la artificiosidad de un diseño más ideológico que geográfico, étnico o cultural de las fronteras, y en otras, por las ansias de dominación de los más fuertes- desemboca, en cualquier caso, en situaciones que la razón desaconseja. La situación económica internacional en general, y la de aquellos países que tratan de adaptar su sistema al de la economía de mercado en particular, acentúa las tensiones políticas y sociales. Havel es, al menos de momento, una víctima de los nuevos aires que recorren el centro de Europa.

Intelectual de impecable biografía personal democrática, cofundador de Carta 77 -un movimiento en defensa de los derechos humanos que aglutinó a los disidentes del régimen comunista-, negociador incansable, impulsor de la llamada revolución de terciopelo, cabeza visible del movimiento Foro Cívico y uno de los artífices de la transición hacia la democracia, alcanzó su mayor éxito político al ser elegido presidente de su país en julio de 1990, en las primeras elecciones libres celebradas en Checoslovaquia desde 1946. Es cierto que Havel renuncia a presidir una federación abocada a la escisión, pero, pese a ello, su gesto es casi insólito en el ámbito de la política, en donde no es frecuente ceder el poder cuando se llega a la conclusión de que continuar en él es estéril.

La decisión del Parlamento de Eslovaquia de declarar la soberanía es un nuevo paso hacia la cada vez más inevitable partición en dos Estados, con centros en Praga y Bratislava; es una consecuencia directa de los resultados electorales del pasado 6 de junio, en los que el nacionalista Movimiento para una Eslovaquia Democrática, liderado por VIadirnir Meciar, obtuvo un muy holgado primer lugar. Los checos votaron mayoritariamente por el Partido Democrático Cívico, dirigido por VácIav Kraus, de orientación derechista y decidido partidario de un tránsito radical hacia la economía de mercado. Dos opciones políticas que se sustentan en dos realidades económicas diferentes: Eslovaquia es la república menos industrializada, con menos desarrollo económico y, al parecer, más proclive a pensar que sus males proceden exclusivamente del predominio checo.

La euforia que se vivía en Bratislava tras conocerse la declaración de soberanía no puede ocultar una realidad muy dura, en la que los problemas económicos, pero también de las minorías y muy especialmente los 600.000 húngaros que allí residen-, serán claves para comprobar el talante democrático de quienes ahora enarbolan la secesión. Tiempos difíciles en los que sólo el sentido común, una manifiesta voluntad de resolver los problemas mediante el diálogo y una enraizada convicción en la convivencia pacífica han distinguido hasta ahora la evolución checa y eslovaca de los casos de Yugoslavia o de algunas de las repúblicas de la CEI.

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