Un relevista en Pozuelo
No hacer el ridículo. Esa era la obsesión de este relevista cuando llegó al centro de concentración, tres horas antes del momento de la verdad. "Debe correr 500 metros en tres minutos", decía la carta del COOB. Y 500 metros en tres minutos, para los que no son deportistas habituales y además son un poco exagerados, suenan a maratón.En el papel también se podía leer: "Número del relevo: 210. Torre de electricidad a la derecha", y, según los periódicos, el tramo tocaba poco antes de entrar en Aravaca. "Bien, no habrá gente", piensa uno. "Será una cosa tranquila, intimista. Nadie te verá sufrir si no aguantas".
Todo iba sobre ruedas. En un autocar viajábamos 40 relevistas. Y Madrid parecía una autopista. Ni un atasco. Ni una parada en un semáforo... Claro que un par de motoristas de la Guardia Civil abrían el paso. Después, cuando tu hora se acerca, cambias el autobús por un minibús para 10 personas. Los nervios crecen.
Uno ya se imaginaba un hermoso descampado entre Pozuelo y Aravaca. Una buena bajadita, por ejemplo. Y entonces seacercó ella, la voluntaria del COOB: "¿Quiénes son el 209 y el 210? Bueno, váis a hacer un relevo institucional. El alcalde de Pozuelo tendrá una antorcha, la encenderá con la del 209 y prenderá la del 210. No me había repuesto del susto, cuando apareció al fondo la plaza de Pozuelo.
Juro que ví a medio millón de personas. Busqué el poder junto al cono que señalaba el principio del relevo. Ahí estaba. "¿Es usted el alcalde?" Lo era. Pero no tenía antorcha. "Creo que debe encenderla usted, aunque el sistema es un poco complicado porque hay que abrir el gas". Lo dije a toda velocidad, mientras el 209 se acercaba a ritmo de Carl Lewis y el alcalde hacía ademán de quedarse con mi antorcha. Al alcalde no debió gustarle eso de "... gas" y contestó: "Enciéndala usted".
El lío fue tal que mis nervios se quedaron con el alcalde. El medio millón de personas (en realidad debían ser unas 1.000) comenzó a aplaudir, y las piernas se pusieron en funcionamiento de forma automática. Todo acabó muy pronto. La emoción, el empujón que te da la gente, convierten los 500 metros en un paseo cortísimo, en una gozada compartida.
Fue emocionante. Como también lo fue ver luego la ciudad, decenas de miles de personas, volcarse con la antorcha. Con ella, los Juegos Olímpicos por fin llegaron a Madrid. Y la ciudad disfrutó tanto como un relevista en Pozuelo.
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