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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Picasso del cante

LA MUERTE de José Monge, Camarón de la Isla, no por intuida deja de ser un mazazo al sentir de las gentes y sobre todo al muy selecto grupo de quienes, desde la sensibilidad, crean magia y belleza con su trabajo. Con él no sólo muere un cantaor de 42 años, muere también un hombre que ha roto los esquemas tradicionales del cante y que, probablemente sin buscarlo, trascendió el ámbito de los aficionados para convertirse en un espectáculo social, multitudinario.

El fenómeno Camarón quedaba ejemplarmente reflejado en sus conciertos. A ellos acudían los gitanos con sus mejores galas, dispuestos a rendirle pleitesía desde mucho antes de que comenzara, sabedores de que lo que estaba en la tarima había entrado hace tiempo en la leyenda; y los payos, con la conciencia de que quien se sentaba al lado de Tomatito podía ser parangonado sin exceso con el Picasso del cante, aquel que desde el respeto a las esencias de su arte, a los cantaores tradicionales, sabía dar un aire nuevo, sorprendente y siempre próximo al milagro. Ésa es una de las grandes cualidades de los genios.

Tras su muerte, semanas después de la edición de su última obra, Potro de rabia y miel, no podemos sentir otra cosa que la rabia por la ausencia de quien ya no podrá ofrecer más ejemplos de su talento y la miel por todo lo que nos ha legado. Como espléndidamente lo definió su mujer, Dolores Montoya, "el cante de Camarón te lo pones planchado por la mañana y ya te disparas. Un cante de él es como el sol".

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