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¿La razón contra la fe?

Algunos no creyentes dicen que los que creemos no podemos usar de la razón porque estamos mediatizados por nuestra religión, y que ponemos por encima de la razón a nuestra fe, y así aquélla se encuentra esclavizada por esta última.Yo, que me considero creyente, no tengo esa experiencia. Mi vida se desenvolvió siempre en el mundo de la formación científico-natural, y desde muy joven aprendí a poner por encima de todo a mi propia razón. Después de la negativa formación religiosa del bachillerato que recibí, y que estuvo a punto de dar al traste con mi fe religiosa por su cerrazón, tuve la suerte de conocer enseguida a unos pensadores católicos abiertos, que me ensefiaron a poner antes la razón que la fe; y de este modo todo se puso en su sitio. Ya sé que hay varios catolicismos. No es lo mismo el que nos ensefiaron en los catecismos de Ripalda o Astete, o en los manuales de religión en la época del franquismo -todos ellos deudores de una teología clerical-, que este que yo he vivido.

Algunos convertidos, como sir Arnold Lunn o G. K. Chesterton, siguieron el mismo camino que yo. No fue la emoción ni el sentimentalismo los que les llevaron al cristianismo, sino todo lo contrario. Y nunca jamás se dejaron mediatizar por los dirigentes de la religión ni por sus ciegas y dominadoras afirmaciones. Lunn confiesa que no le convencía la idea de que el agnosticismo fuese resultado de una falta de moralidad. Y su fe se hizo paso de otro modo mucho más frío, sin recitar ninguna plegaria ni entrar en un templo para dejarse envolver por un ambiente sugestivo en un momento de angustia. No; le pasó igual que a Chesterton, el cual llegó por ese claro camino de la razón, aunque sin despreciar ni mucho menos la poesía, que es verdad de la vida también y que no es exclusiva de la religión. Yo lo he sentido leyendo en momentos bien dificiles un libro profano, pero muy hondo: La voz a ti debida, de Pedro Salinas. Su reposada lectura me ayudó mucho a pasar los malos momentos de nuestra guerra civil. Y he descubierto así que, una vez ejercida la razón, no hay que dejar en la cuneta a la poesía honda que te acerca a esa profundidad de la vida en que consiste también una gran parte de la auténtica religión del espíritu, la llames como la llames; y quizás -o sin quizás- sin nada que recuerde a esa religión de nuestros años mozos, hechos de una ristra de pecados y de obligaciones clericales, desarrollados después en una teología del ordeno y mando que se prevale del misterio para dominarnos como autómatas.

En aquellos años ya lejanos en los que se forjaba mi religión leí algo que me marcó para siempre. Fue aquella observación: "Hombre: debo obrar como hombre: ser racional: debo vivir racionalmente. Antes de ser cristiano debo ser honrado, como base suya y sin la cuál todo el cristianismo se vendría abajo porque no sería sino una camisa de fuerza inhumana. Si no ponemos este orden, todo se trastrueca. Y esto me lo enseñó el profesor Gillet, del Instituto Católico de París, que fue superior general de los dominicos. Como había dicho ya el cardenal Newman: "Si el Papa hablara contra la conciencia, ( ... ) cometería uirsuicidio, provocaría el hundimiento del suelo bajo sus pies". Y conciencia, en la enseñanza tradicional de santo Tomás, es la razón práctica de cada uno, y no una morbosa angustia sentimental.

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Pero ¿qué es la fe? ¿Se trata de una obediencia ciega a algo que nos mandan aceptar? No: la fe es una experiencia, con todo lo que comporta la palabra "experiencia", de razón, de fruto de la vida, de consecuencia positiva de ella. Un hombre de experiencia no es un ciego sentimental ni un menor de edad mental. Es alguien que va decantando, a través de su vida, los elementos positivos que ella le proporciona. Es algo más que el resultado de un silogismo infantil o la impresión emotiva que cala en el que es impresionable: es vida hecha en el caminar de los días del individuo y de la humanidad. "Es un fenómeno vivido interiormente, que el científico no puede, por tanto, eliminar", confiesa el profesor de Física Nuclear del Collége de France, la más alta instancia académica francesa del pensamiento, André Astier. Otra cosa muy distinta es que éste no estuviera conforme, como me ocurre a mí, con la ingenua lógica aristotélica que fue una rémora para el desarrollo de la ciencia humana y del pensamiento religioso.

Otras veces se dice que la Biblia sólo debe ser interpretada por la autoridad de la Iglesia. Pero esto no es verdad según lo que yo aprendí, ya que "en los libros sagrados ( ... ) son muy pocas cosas cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia", y "quedan, pues, muchas y graves cosas, en cuyo examen y exposicion puede y debe ejercitarse el ingenio y la agudeza de los intérpretes católicos" (Pío XII, septiembre de 1946). Las ciencias críticas son las que deben desvelar el sentido de la Biblia, pues la fe está en otro plano espiritual, cuyo marco debe ser lo que la ciencia descubra, y no al revés. Que murió Jesús es una verdad histórica a, la que nada tiene que decir la fe; pero, si este hecho es verdad, la fe añade algo no histórico: que vivió y muñó por nosotros. Y así "ningún verdadero desacuerdo puede darse entre el teólogo -lo mismo que con el historiador- con tal de que cada uno se mantenga en su propio terreno" (León XIII). Y si hay un conflicto, éste sólo puede ser aparente, pues si la ciencia descubre algo con certeza, la fe no puede ni combatirlo ni despreciarlo, aunque sus representantes, abusivamente, lo hayan hecho más veces de lo debido.

No obstante, parece que ante la razón se levanta el fantasma de lo infalible, que el católico no tiene más remedio que acatar. Y, sin embargo, nada hay más modesto que esto, pues en 20 siglos sólo dos veces ha actuado así el Papa; y además lo ha hecho sobre algo que sólo afectaba a la piedad de los fieles, como enseña el People's cathechism de la diócesis de Nueva York. Y también sólo si "la comunidad de los creyentes ve en los decretos conciliares un reflejo de su propia fe apostólica, el concilio será aceptado", ya que "parece dificil considerar que la infalibilidad de los concilios pertenece al depósito de la fe", señala el profesor de Teología del Ateneo Pontificio de Puna (India), L. Berinejo, s. j.

Tenemos así que replantear la dogmática y su modo helénico de entender el Evangelio, porque no podemos aceptar como algo de fe lo que sólo es manera filosófico-griega de hablar de ella.

Y, por último, si uno se cree obligado a abandonar la fe recibida de la Iglesia, porque ha llegado al convencimiento de que no puede aceptar una o más cosas de las que ella sostiene por sus cabezas visibles, ¿cuál es la postura de esta misma Iglesia? Yo aprendí de un teólogo bien popular por los años treinta y cuarenta la contestación: que la teología católica reconoce unánime que el fiel de antes queda interiormente ligado a esa actitud errónea en tanto subsista en su conciencia como sincera e invencible convicción" (Karl Adam).

Siempre la prímacía de la propia conciencia, del logos sobre el ethos. Ésa es la creencia que yo aprendí, y la única que me convence.

E. Miret Magdalena es teólogo.

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