La derrota de la guerra
EN LAS elecciones israelíes del pasado martes han ocurrido dos hechos significativos: por primera vez en 15 años, los conservadores del Likud han sido derrotados de forma concluyente; por otra parte, y como es costumbre en el panorama político israelí, la victoria laborista, aun cuando sólida, no ha otorgado la mayoría absoluta a los vencedores. Pero ambas circunstancias redundan, por diferentes razones, en beneficio de una tercera conclusión, la más importante de todas: ha salido profundamente beneficiado el proceso de paz de Oriente Próximo.Hasta ayer, el Likud tenía 40 escaños y los laboristas 39 en una Kneset (Parlamento) de 120 diputados. El resto era ocupado por una constelación de pequeños partidos y representantes religiosos que manejaban la llave de la gobemabilidad de Israel y que otorgaban sus favores, por motivos exclusivamente pertinentes, a sus respectivas formaciones. Este equilibrio político incómodo se rompió completamente al perder el Likud, del primer ministro Isaac Shamir, nada menos que ocho escaños (se queda con 32) y ganar los laboristas seis (llegan a 45). Los comicios han dado además la capacidad de bisagra a dos partidos con los que, probablemente, se aliarán los vencedores: el frente pacifista Meretz, que ha obtenido 12 asientos, y el ortodoxo Shas, que, con siete, configurarían una cómoda coalición gubernamental de 64 escaños. Pero siendo como es la política israelí, nunca cabe descartar la constitución, al final de un largo camino sembrado de dificultades, de una renovada coalición laborístas-Likud. Sería una mala noticia para la paz de la zona.
Las claves del triunfo laborista son de dos tipos. Por una parte, la personalidad misma del líder socialista, Isaac Rabin. Un halcón entre las palomas, es decir, un duro entre los que quieren la paz. Rabin fue, no se olvide, ministro de Defensa en la coalición Likud-laborismo entre 1984 y 1990 y, posteriormente, embajador israelí en Washington. En uno y otro cargos mantuvo importantes y continuados contactos con la Administración de George Bush. Es un dirigente político de perfiles sin duda más definidos hoy que los del cansado Simón Peres, al que derrotó hace unas semanas en la lucha por el liderazgo laborista.
Rabin ha conseguido convencer a una mayoría de sus compatriotas de que para defender la supervivencia de Israel no es necesario mantener un aparato de ocupación que vaya más allá de las estrictas necesidades estratégicas. Lo malo en este caso es que éstas, aun teniendo menor entidad que la anexión mantenida por Shamir, siguen siendo intolerables para los árabes: los altos del Golán, todo Jerusalén y los altos de Cisjordania que co"ntrolan, el río Jordán. Las propuestas del político socialista,van vinculadas a un guiño dirigido a Washington y, de paso, a los palestinos: la congelación, al menos temporal, de la construcción de nuevos asentamientos. Ello servirá seguramente para que el Congreso de Estados Unidos reconsidere su negativa a facilitar garantías de créditos por valor de 10.000 millones de dólares para concluir los asentamientos en construcción y financiar la inmigración de judíos, y, al mismo tiempo, para no comprometer la ayuda anual de Washington (3.000 millones de dólares de asistencia económica y militar). No es descabellado pensar, por otra parte, que el plan laborista de que se celebren unas elecciones autonomistas en los territorios ocupados facilitaría que los palestinos pusieran fin a la Intifada. Al fin y al cabo, sus líderes en esos territorios han tenido una constante aproximación pragmática a los problemas de la zona.
La segunda clave de la victoria laborista tiene que ver con motivaciones sociológicas mucho más profundas. Por una parte, es consecuencia de la iniciación de las conversaciones de paz entre árabes y judíos. La Conferencia de Madrid abrió para los israelíes un panorama de futuro en el que las opciones ya no eran defenderse o morir, sino pactar o agostarse. En Israel empieza a parecer viable una solución del conflicto basada en el intercambio de tierra por paz, una posibilidad dificilmente resistible para un país cansado de mantener una mentalidad y una práctica de guerra desde su fundación, en 1948. Como gustaba de señalar el antiguo embajador de Israel en Madrid Slilomo Ben Ami, la ocupación, la hostilidad, de los ocupados, la Intifada, las muertes, son graves para los palestinos, pero también "enormemente desmoralizadoras para los judíos".
En Israel se ha votado por la paz, una opción que no es sencilla, pero que ahora puede ser perseguida con mayor ahínco por todos, e incluso por un George Bush necesitado de éxitos antes de la elección presidencial de noviembre en Estados Unidos.
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