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El Plaza, la joya más preciada de Donald Trump

Richard Wilhelm, presidente del legendario hotel de Nueva York, visita Madrid

Victoria Carvajal

"Es lo más cercano a su corazón..., después de sus hijos, ¡claro!", comenta Richard Wilhelm sobre la pasión que siente Donald Trump por el hotel Plaza. Desde el piso 50 de la Trump Tower, donde el millonario tiene instalada su oficina, se contempla una vista espléndida del mítico edificio que Trump logró comprar en 1988. Es la única entre sus pertenencias inmobiliarias que no lleva inscrito su nombre, "porque tiene la suficiente personalidad", recalca Wilhelm, el hombre que cuida de esta preciada posesión de Donald Trump.Una personalidad que parece haber influido en que el número de habitaciones ocupadas por españoles se doblara en los seis primeros meses de este año. Wilhelm, algo pasmado por la explosión de turistas españoles en Nueva York, espera que dure la racha. La leyenda que rodea al hotel y el toque kitsch que le ha aportado Trump desde que asumió su gestión le han convertido en uno de los más populares de la ciudad.

El Plaza, que ha servido de escenario a famosas películas como El gran Gatsby -el autor de la novela, F. Scott Fitzgerald, se alojaba en el hotel durante largas temporadas en los años veinte-, Tal como éramos y Descalzos por el parque, está ubicado en el corazón de la Gran Manzana con una situación inmejorable: en la Quinta Avenida y bordeando la parte oeste del Central Park. Es una construcción de 19 pisos y 815 habitaciones diseñada por el arquitecto Henry Jane Hardenberg en un estilo eduardiano similar a otro de los edificios clásicos de Manhattan: el Dakota, residencia y escenario de la muerte de John Lennon en 1982.

Wilhelm recuerda la estancia de los Beatles en el Plaza cuando visitaron por primera vez EE UU en 1964. "Fue el acontecimiento más importante de aquel año. Los fans se colaban por las puertas, por las ventanas, y miles de personas pasaban horas frente al hotel para verlos salir".

Donald Trump también entró hace tiempo en la leyenda de la ciudad. Mantuvo la propiedad del Plaza pese a las deudas de más 750.000 millones de pesetas que le ahogaban hace un año (ahora reducidas a un tercio, según el semanario Business Week). El propietario de tres de los más fastuosos casinos de Atlantic City pagó 490 millones de dólares por el hotel (73.500 millones de pesetas) y se gastó otros 15.000 millones de pesetas en restaurarlo "para devolverle el esplendor de los viejos tiempos", explica su presidente.

Todo en Trump es desmesurado, incluso el coste de su divorcio de su esposa Ivana, que le supuso un desembolso de 2.500 millones de pesetas. Fue precisamente su ex mujer quien se encargó personalmente de renovar la decoración. El hotel se inundó entonces de alfombras de la India, tapicerías de Francia, pan de oro en los techos y todos los lujos imaginados por una millonaria checoslovaca en Manhattan.

Donald Trump tuvo un detalle insólito con el empleado más antiguo del hotel, Fred Cristina, un español de 71 años: colocó una placa en el mejor restaurante del Plaza, el Oak Room, conmemorando los 53 años de servicio de este hombre que empezó en el Plaza de camarero y ha llegado a director. Cristina, dice Wilhelm, retrasó su retiro cuando supo que Trump compraba el hotel, convencido de que el millonario le devolvería el esplendor del que un día fue testigo.

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