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Tribuna
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Ellos

Rosa Montero

Recibo una carta sobria y emocionante de Pilar, una mujer de 33 años que acaba de perder a su marido en un accidente. Me pide que escriba unas palabras de homenaje a esos hombres que, como su esposo, Arturo, son "hombres completos: amigos, compañeros, amantes, esposos, padres". Son pocos, dice ella, y por eso se merecen nuestro reconocimiento doblemente. Tiene razón Pilar: hace mucho que les debemos unas palabras a ellos.Son la otra parte del mundo, las antípodas. Que las mujeres reivindiquemos la igualdad de oportunidades no significa que nos creamos iguales a los hombres: no lo somos. Ahí reside la fascinación y la conde na, el desasosiego y el embeleso: en el espacio negro que nos une y separa, en la ignorancia con que nos contemplamos mutuamente. Ellos son lo que no somos nosotras, y vi ceversa. La otreidad que nos limita y nos define. Giramos muy cerca los unos de las otras en el espacio, planetas solitarios y separados que se atraen y se repelen: y cuando nuestros campos magnéticos se cruzan saltan chispas. Todos andamos un poco chamuscados por estos fuegos artificiales tan terribles y bellos.

Dicen los clásicos que amar es dar lo que no se tiene y ser quien no se es. Es salirse de uno mismo e inventar el milagro de un territorio común en el que coincidir siquiera un instante con el otro. La vida está llena de estos encuentros imposibles y mágicos, momentos en que ellos nos hicieron el regalo y el esfuerzo de saltar el abismo. Hablo de esos hombres generosos que nos cuidaron en una fiebre, que nos sonrieron en el instante justo, que lloraron con nosotras, que nos ayudaron en un trabajo, que nos apoyaron en un momento de debilidad y nos reconocieron en uno de fortaleza, hombres maravillosos que nos miraron viéndonos. Gracias de corazón, en fin, a todos ellos.

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