Antorcha de paz
EL FUEGO olímpico llegó ayer a Cataluña para iniciar su recorrido por toda España. Un viaje simbólico que concluirá el 25 de julio en el estadio Olímpico de Barcelona, donde empezarán los Juegos. La llegada de la antorcha, que prendió en Olimpia hace una semana del mismísimo sol, es un acto significativo del ceremonial. Algunos pueden argumentar que se trata de una ceremonia caduca en unos tiempos tan modernos. Pero el fuego cobija el sentido mítico de los Juegos, y ofrece al deporte un sentido más humano y menos mecánico. El fuego, uno de los cuatro elementos del cosmos, es universal, una de las primeras herencias que el hombre ha regalado al hombre. Las banderas marcan el territorio de los Juegos, pero el fuego señala su aspiración cosmopolita. El otro gran mito olímpico es el de la paz, el ser tiempo de tregua. Conviene recordarlo cuando una ciudad olímpica como Sarajevo está sometida a un asedio bélico de intenciones exterminadoras.La antorcha recorrerá durante este mes toda España porque los Juegos son de Barcelona, pero también de Cataluña y de todos los españoles. Y no sólo eso: son asimismo los Juegos de todo aquel ciudadano, sea de la patria que sea, que estime el deporte o la simbología que encierran unos Juegos. La resonancia que arrastra esta convocatoria es motivo de inevitables operaciones mercantiles -que sirven, además, para sufragarlos- y de innumerables maniobras políticas. En este último aspecto, el pacto institucional sobre el tratamiento de lenguas y banderas cierra una polémica agudizada por sectores nacionalistas. Y la cierra sensatamente, reconociendo de manera suficiente tanto lo que es Cataluña como lo que es España.
Llega, pues, la antorcha y con ella empieza la fiesta olímpica. Vibrar por la simbología que la acompaña es una lúdica manifestación de deseos de paz y universalidad.
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