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Huellas, relojes y máquinas de refrescos

En la Expo, los visitantes con pase de temporada, la mayoría sevillanos, ponen el dedo con toda naturalidad en el lector de huella digital para poder franquear la entrada. Claro que a veces el lector no es todo lo rápido que uno espera de la tecnología punta, e incluso no funciona, pero esos son los gajes de ser conejillos de indias para una técnica todavía en maduración.Tampoco funcionan a menudo los relojes del aeropuerto de San Pablo provocando el consiguiente lío a los turistas japoneses que aterrizan sin tener ni idea de la hora de Sevilla, ni la mayoría de los relojes interiores de la Expo, con la marca japonesa bien visible. Pero las máquinas de Coca-Cola están adornadas con antenitas de radio con las que avisan ellas solas a los encargados de mantenimiento de cuándo se les acaban las bebidas, y todo el personal de información va dotado de su correspondiente teléfono móvil o intercomunicador.

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El tren de alta velocidad para por allí sin hacer apenas ruido y las cabinas del teleférico llevan un letrero que explica que el baño que sufren al iniciar el recorrido se debe a un sistema para bajar la temperatura en su interior. Los quioscos de información para el público, puestos a punto por la empresa IBM, parecen juegos electrónicos. En ellos, las pantallas responden a la presión de los dedos, pero sólo de uno en uno porque si no se hacen un lío y se bloquean. Permiten buscar lo que hay en una zona determinada de la Expo y dan otros servicios, con algunos tropiezos. Sin embargo, una vez más, la tecnología se trivializa y es difícil que el visitante inexperto capte el esfuerzo de innovación, de conseguir una comunicación fluida con el ordenador, que hay detrás.

La Expo es un sueño para los que se pelean con el teléfono a diario en España. Cabinas por doquier, que aceptan monedas y tarjetas, y todas las llamadas salen. Las nuevas centrales y la fibra óptica que recorre el subsuelo son la explicación.

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