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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Izquierda Unida, en la encrucijada

IZQUIERDA UNIDA (IU), o mejor, la fuerza principal de la coalición, el Partido Comunista de España (PCE), ha preferido no moverse de donde está que aventurarse por derroteros inexplorados en cuanto a organización, estrategia y formulaciones ideológicas. Pero existen ocasiones en las que no arriesgarse a avanzar puede suponer lisa y llanamente retroceder. Y con mayor motivo si las decisiones que se toman tienen como referencia vivencias y modelos del pasado, por más que quienes las adoptan crean de buena fe que alumbran el futuro. Esta situación es la que puede corresponder hoy a Izquierda Unida, a tenor del desarrollo y de los resultados habidos en su III Asamblea Federal celebrada el último fin de semana en Madrid.El vacío creado por la dimisión de Julio Anguita al frente de IU en noviembre ha sido colmado: nuevamente vuelve a tomar las riendas de la coalición. Éste es el resultado más obvio de cuantos se han producido en la III Asamblea. Pero lo preocupante es que la vuelta de Anguita no es integradora, dado que es efecto de su inequívoco alineamiento con una de las partes en liza, precisamente la que defiende las tesis más inmovilistas en todos los terrenos. En realidad, hace tiempo que Anguita había elegido liderar, tras algunas vacilaciones, la resistencia a la dinámica renovadora de sus socios en la coalición, que pretendían materializarla en la transformación de esta última en un partido de nueva planta, capaz de aglutinar las mejores tradiciones de la cultura de izquierda y las nuevas aspiraciones sociales.

Pero la cuestión es si la victoria de Anguita en esas condiciones no va a hipotecar gravemente el desarrollo futuro de IU, que nació en 1986 como solución de emergencia para contener el desplome electoral del PCE, cuya cosecha de votos había sufrido una caída espectacular desde las primeras elecciones de 1977. Pero, tratándose de una solución de emergencia, se daba por supuesto que la fórmula de la coalición era transitoria y que en algún momento la nueva organización debería alcanzar la plena soberanía. Algo que se hizo políticamente aconsejable desde el momento mismo en que se puso de manifiesto que el enganche electoral de IU superaba al del comunismo histórico. De momento al menos, la decisión de mantener la coalición como una federación de partidos constituye un serio quebranto del impulso unitario que anima desde sus orígenes el proyecto de IU.

Julio Anguita ha recurrido a la regla de las mayorías y minorías como garantía frente al riesgo de rompimientos en el seno de IU. Es cierto que el respeto a esta regla es esencial en el funcionamiento de una organización democrática, pero a condición de que la relación de fuerzas se configure en torno a cuestiones que no afecten a la concepción misma de la organización y a su estrategia. No parece ser éste el caso actual de IU. El hecho de que el llamado sector renovador, liderado por Nicolás Sartorius, haya tenido que forzar un acuerdo para excluir del debate cuestionamientos a la Constitución o enmiendas que equiparaban la insurrección y las urnas como dos vías igualmente legítimas para acceder al poder muestra la marginalidad de algunas de las posturas en liza -absolutamente ajenas al presente español y europeo- y, en consecuencia, la dificultad de la convergencia. Una marginalidad de la que ha hecho gala el sector mayoritario, capitaneado por Julio Anguita, al imponer en la Asamblea el rechazo al Tratado de Unión Europea de Maastricht, en flagrante contradicción con el apoyo crítico que le otorgaron en su momento los parlamentarios nacionales y europeos de IU.

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La posibilidad de una opción de izquierda diferenciada -y no por definición opuesta- a la que en estos momentos puede representar en España el PSOE pasa por transmitir a la sociedad mensajes que no se reduzcan al negativismo del no es esto y de la mera resistencia frente a lo que ocurre alrededor. Tal actitud puede ser moral y personalmente digna de respeto, pero política y socialmente conduce a la frustración. La opción política que se empeñara en hacer bandera de esta actitud lo pagaría, más pronto que tarde, con su aislamiento: en las urnas y en la sociedad.

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