El año 1492
Si viéramos 1492 desde7 el espacio, o desde esa perspectiva histórica que nos permite la visualización de aquel tiempo después de 500 años, veríamos, por ejemplo, que en el Viejo y el Nuevo Mundo se estaban llevando a cabo sacrificios humanos. En España, el país protagonista del descubrimiento de América, y en México, asiento de una de las civilizaciones más avanzadas de este continente, esto estaba sucediendo. En España, los sacerdotes de Santo Domingo condenaban al fuego corporal y espiritual a los judíos conversos acusados de herejía en los autos de fe celebrados en las plazas de Zaragoza, Ávila y Toledo; En México Tenochtitlán, los sacerdotes de Huitzilopochtli arrancaban corazones humanos en la piedra de los sacrificios del templo mayor. Testimonios impresionantes son las celdas del tormento en el castillo de la Aljafería, en Zaragoza, y los cuchillos sacrificiales hallados en los centros ceremoniales de la ciudad de México. El, artista azteca anónimo, que decoró una cabeza humana con cuchillos de obsidiana, y el artista cristiano Pedro de Berruguete, que pintó a Torquemada y a santo Domingo en autos de fe, nos dejaron representaciones invaluables de estas fiestas de la muerte, constancias del terror religioso y de los regímenes teocráticos en los que ambos vivían.El tiempo español y el tiempo mexicano estaban regidos por calendarios religiosos, y tanto los inquisidores dominicos como los sacerdotes aztecas animaban con sangre humana las fechas de sus santos y sus dioses. Unos adoraban a Jesús y María, los otros a Tezcatlipoca y Coatlicue, en sus diversas manifestaciones y nombres. Una arquitectura sagrada se había erigido en ambas partes del mundo, solamente que unos habían edificado iglesias y conventos y otros templos y calmecacs.
Muchos críticos de Cristóbal Colón y del Descubrimiento han simplificado el encuentro entre el Viejo y el Nuevo Mundo como uno de confrontación cultural entre descubridores y descubiertos, entre conquistadores y conquistados, entre pobladores y colonizados, sin saber o sin aclarar deliberadamente que adentro de esos mundos que se encontraron había diferencias culturales y sociales muy marcadas; que si en Europa en ese tiempo había guerras, la situación en el Nuevo Mundo tampoco era paradisíaca, pues las culturas dominantes no eran pacíficas. Entre los aztecas, los mayas y los incas había conquistas, dominaciones de pueblos más débiles, de los que se extraían tributos materiales y humanos. Su concepto de paraíso era distinto al judeo-cristiano. Entre los aztecas, los que iban al Tonatiuhichán (la casa del sol) eran los guerreros caídos en combate o los muertos en la piedra de los sacrificios. Los que iban al Tlalocán (el paraíso del dios del agua) eran los muertos ahogados y los niños sacrificados al dios Tláloc.
En 1492 se inició el encuentro de dos naturalezas. El Viejo Mundo se enriqueció con la flora y fauna del Nuevo, y éste con las de aquél. Especies vegetales y animales no mencionados ni por los griegos ni por los latinos, como señala Joseph de Acosta, serán vistos por primera vez: el maíz (cuyos primeros granos llevó Cristóbal Colón a España en su primer viaje), el tomate, el chocolate (que los mexicanos vendían molido y usaban de moneda, como lo escribió Hernán Cortés en su segunda carta a Carlos V), el tabaco, el algodón, especies de chiles y frijoles, la papaya, la piña, el maney, el nopal y la patata. Animales como el oso hormiguero él perezoso, el cóndor, la iguana, la boa, el jaguar, el tapir, el zorrillo, el armadillo, el papagayo, el murciélago vampiro, el tucán, el quetzal, el flamingo, especies de loros y monos, águilas, pavos, pájaros carpinteros y colibríes ocuparon un lugar destacado en las cartas, las relaciones, las historias y las memorias de sucesivas generaciones de exploradores, conquistadores, evangelizadores y pobladores, las cuatro categorías principales de hombres que hicieron el Nuevo Mundo.
No hablaré aquí sobre el vano intercambio verbal que ocurrió en la isla de Guanahaní aquel 12 de octubre, habiendo fracasado los buenos oficios del converso Luis de Torres, que con su hebreo, caldeo y arábigo iba a servir de intérprete al almirante en sus conversaciones con el Gran Jan. Lo que sucedió entonces fue el comienzo de la propagación de la lengua castellana en los territorios recién descubiertos, con lo cual llegarían a las Indias los libros y, con ellos, las culturas greco-latina y judeo-cristiana. En suma, la cultura occidental: Homero y Horacio, Ovidio y Lucrecio, Bocaccio y Plutarco, Marco Aurelio y Boecio, Ariosto y Castiglione, Aristóteles y Arquímedes, Garcilaso de la Vega y el soneto italiano, los. tratados, los vocabularios y los romanceros la Gramática hebrea de Santos Panino, las biblias impresas en Lyón y Amberes; y, en esa época, e¡ necesarísimo manual De enfermedades contagiosas de Girolamo Fracastoro. Los libros favoritos de los pobladores del Nuevo Mundo fueron los de caballerías y los picarescos, entre ellos el Amadís de Gaula y La Celestina, como puede verse por el inventario de títulos en existencia, destinados en su mayoría a las tierras americanas, que dejó a su muerte en 1540 el impresor sevillano Juan Cromberger.
Los libros comenzaron a imprimirse en México en 1539, cuando Cromberger envió a su cajista Juan Pablos a establecerse en la capital de la Nueva España. Por su parte, los nativos dieron nuevas palabras al castellano, nuevos dioses a la mitología universal. Autores como sor Juana Inés de la Cruz, la gran poeta que cierra el Siglo de Oro español en América, y el Inca Garcilaso serán frutos perdurables de ese mestizaje cultural.
No sólo los hombres que recorrieron y conquistaron las Indias hicieron descripciones precisas de la vasta naturaleza que se revelaba día tras día delante de sus ojos; también inventaron una zoología fantástica, Cristóbal Colón vio sirenas y Martín Fernández de Enciso halló en el Río del Oro a "la hiena locuaz... que un año es macho y otro hembra". Sin embargo, la fauna real ya parece imaginaria cuando Bernardino de Sahagún describe a los animales mexicanos y Francisco Hernández nos habla del perro pelado, el perro jorobado, el perro comestible y el perro montés, y cuando Francisco Javier Clavijero exalta el canto del cenzontli (de las 400 voces), llamado por él poligloto y por Linneus el orfeo de los pájaros. Todavía antes del primer viaje de Colón los lectores de los relatos de viajes confundían los reales, como el de Marco Polo, con los imaginarios, como el de Jehan de Mandeville, o el poema Le Roman d'Alexandre, donde se habla de las maravillas de la India.
El 25 de septiembre de 1493, durante su segundo viaje, en su flota de 17 naves, Cristóbal Colón transportó a las Indias semillas y plantas de trigo, cebada, cebollas, rábanos, melones, chicharros, habas, lechugas, caña de azúcar, puerros y perejil, "para probar la tierra, que parece muy maravillosa", como dijo en su Memorial a Antonio de Torres. Cargó también con animales domésticos: vacas, yeguas, ovejas, cabras, gallinas, puercos, perros y gatos, "que se crían allí en grado superlativo, y sobre todo los cerdos", según refirió Miguel de Cuneo en su Relación. Mas, por no parecerle suficiente, Colón siguió pidiendo "en cualquier carabela que acá se enviaré" carneros, corderos, asnos y yeguas "para trabajo de simiente, que acá ninguna d'estas animnalias ay de que ombre se pueda ayudar ni valer". Porque el indio tenía pocos animales para su uso, "el animal más rápido y fuerte de servicio era el hombre mismo", como indica Alfred W. Crosby, y como se verá en México con los tamemes (indios de carga). El caballo, útil para el trabajo y el camino, será decisivo en la conquista de México y Perú Y en otros conflictos americanos posteriores.
Los indios conocieron e hicieron suyos animales y plantas venidas del Viejo Mundo, "que se dan en Indias mucho mejor las cosas de Europa que en Europa las cosas de Indias", multiplicándose flora y fauna en gran abundancia por las islas y tierra firme del Océano. El trigo, que el conquistador negro Juan Garrido trajo a la Nueva España, se propagó hacia el norte y hacia el sur del continente.
Los europeos adoptaron los productos del Nuevo Mundo, como el maíz, las patatas, el tomate, el cacao y el tabaco, que entrarán en sus dietas y en sus hábitos y en algunos países resolverán el problema de las hambrunas. Aunque también entre ellos se encontró el temor de probar lo desconocido, como se, infiere de esta anécdota que cuenta el padre Joseph de Acosta: "Al emperador don Carlos le presentaron una de estas piñas, qué no debió costar poco cuidado traerla de Indias en su planta, que de otra suerte no podía venir; el olor alabó; el sabor no quiso ver qué tal era".
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