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Entrevista:

"El Este no es un lugar de misión sino de diálogo"

Está al frente de la nunciatura de la Santa Sede en Lituania, Letonia y Estonia desde comienzos de año. Es el arzobispo Justo Mullor (Jaén, 1932). Dice que no ha sido recibido como un intruso en Estonia, de donde es desde la semana pasada obispo, y Letonia, ambas de mayoría protestante. Son, para la Iglesia católica, tierras de diálogo y no de misión, asegura. Habla, en una entrevista mediante cuestionario, de la secularización; se pregunta si no será una gracia de Dios y una invitación a purificar el hecho religioso.

Pregunta. Hace poco que ha sido nombrado nuncio apostólico en las repúblicas bálticas. Lituania es prácticamente católica, pero en Letonia y Estonia es hegemónica la confesión protestante. ¿Cuáles son sus prioridades? ¿Considera que Letonia y Estonia pueden recibirle como un intruso?

Respuesta. Acabo de regresar de estos dos países, donde nada ni nadie me ha hecho sentir un intruso. Protestantes y ortodoxos, comenzando por los arzobispos de Riga y de Tallinn, me han recibido en sus casas con hospitalidad realmente fraterna. Medio siglo a la sombra de la misma cruz y rezando juntos en las mismas catacumbas excluyen considerar intruso a otro cristiano. En este clima, mis prioridades pastorales y diplomáticas girarán en torno a la realización plena del Concilio Vaticano II -comprendida la consolidación del diálogo ecuménico- y a la colaboración en la búsqueda de una fórmula de sana convivencia que excluya nuevas opresiones y materialismos.

P. La Iglesia ortodoxa considera a los uniatas [católicos de rito bizantino] como un caballo de Troya del Vaticano, al que se acusa de querer renovar "un pasado de conquista. ¿Considera usted que los países del Este son tierras de misión para la Iglesia católica?

R. Vivo en Vilna, ciudad de la que fue arzobispo el beato Jorge Matulaitis. Fue un pionero del movimiento ecuménico moderno. Según él, estas tierras son un lugar ideal de contacto y de diálogo entre ambas iglesias. Y también entre éstas y el luteranismo. Porque existe, el problema uniata exige una solución clara y justa. La clave de ésta podría darla el reconocimiento, también de parte ortodoxa, de la libertad de conciencia de cada miembro de la comunidad católica de rito bizantino. Ellos no son propiedad de ninguna Iglesia. Al contrario de cuanto creyó Stalin, son rieles y no objetos. Estimo que si en su día el Concilio Panortodoxo reconociera, como el Vaticano II, el carácter eminentemente personal de la libertad religiosa, el problema uniata encontraría justa, adecuada y definitiva solución.

Pufiricar lo religioso

P. Europa occidental sufre un importante proceso de secularización. ¿Puede interpretarse la nueva evangelización de Europa, propuesta por Juan Pablo II, como una estrategia destinada a compensar con una mayor presencia en el Este la pérdida de la influencia de la Iglesia católica en Occidente?

R. El proceso de secularización es un dato real. Pero, a mi juicio, no constituye un dato definitivo. Existen varias hipótesis. Una de ellas, optimista y compleja, ve la secularización como parte de un amplio proceso de profundización espiritual. Según ella, cabe preguntarse: ¿no será la secularización una gracia de Dios para las iglesias? ¿No podrá constituir una invitación a purificar el hecho religioso de sus adherencias mundanas? ¿No podría servir esa purificación para revalorizar la dimensión social de la religión ante un futuro, que ya es presente, altamente tecnificado y tentado de alienaciones deshumanizantes? Dios está habituado a escribir derecho con renglones torcidos... Otra hipótesis, más fácil e inmediata, formula esta pregunta: el llamado hombre secular, ¿ha dejado realmente de oír a Dios o es víctima de un silencio artificial sobre Dios? Al contrario que la civilización rural, propicia a la autenticidad y a la contemplación, la civilización industrial y urbana se presta a mayores manipulaciones del hombre y de su entorno físico, moral y cultural. De cualquier modo, frente a la reducción en algunas latitudes de la práctica religiosa, de la disminución de las vocaciones pastorales y religiosas, del aumento de situaciones familiares irregulares, ahí están los nuevos y vigorosos movimientos de espiritualidad, la sed religiosa, el ecumenismo, el nuevo interés por la idea misionera, la promoción del laicado.

Es en ese contexto donde se sitúa la nueva evangelización de Europa o, lo que es lo mismo, de la evangelización de la nueva Europa. No se trata de una cuestión de zonas de influencia. Según Juan Pablo II, la Europa de hoy necesita una respuesta cristiana, de raíz también ecuménica, a las grandes interrogantes que se le plantean. Si de influencia se tratara, ella no sería la de católicos, ortodoxos o protestantes en determinados países, sino la del cristianismo en Europa y en el mundo. La secularización interroga a todas las iglesias.

P. La guerra del Golfo, la guerra civil en Yugoslavia y el golpe de Estado en Argelia son conflictos marcados por un fuerte componente religioso. ¿Qué opinión le merece esta circunstancia?

R. El llamado componente religioso de esas tres realidades me parece menor que su componente político. A mi parecer, ninguna de ellas puede ser calificada de guerra de religión. Tal vez en Argelia el componente religioso ha sido más fuerte. La religión mayoritaria ha podido vehicular allí protestas masivas y urgentes.

P. Si añade el conflicto entre azeríes -musulmanes- y armenios -cristianos- a todas las fiebres nacionalistas, ¿no cree que aparecen en Europa factores de inestabilidad?

R. Lleva usted razón. Existen graves factores de inestabilidad. No obstante, mi experiencia internacional me induce a creer que los fanatismos irán decreciendo.

Identidad y religión

P. En muchos de estos conflictos la identidad nacional se ha asociado con la religión. ¿Cree que debe ser así?

R. Creo que la historia camina hacia una sana y amistosa separación entre Iglesia y nación, o más bien, entre Iglesia y Política en general. Cuando no existían fuerzas organizadas con vocación más técnicamente política, la religión ejercía un papel sustitutivo. La amistad histórica entre iglesias -católica, ortodoxa y protestante- y determinadas naciones se inscribe en esa situación. Sin ayudas eclesiales hubieran sido más prolongados los enfrentamientos entre pueblos colonizados y pueblos colonizadores.

La nación y el imperio

Pregunta. La Iglesia católica mantiene habitualmente buenas relaciones con los nacionalismos: Polonia, Croacia, Lituania, Cataluña, País Vasco, Irlanda. ¿Por qué?

Respuesta. Se trata, creo, de un resultado de ese papel subsidiario de las iglesias en estadios anteriores a la democracia que hoy viven esas y otras naciones dentro de Estados de derecho. Por vocación evangélica, la Iglesia está de por sí junto al más débil. Y la nación suele ser más débil que el "imperio", entre comillas, sea éste político, económico o cultural. Es normal que pueblos que se han sentido amparados por la Iglesia mantengan con ella relaciones buenas y estables. En esa línea, no sorprende tampoco que el Tercer Mundo vea en la Iglesia católica -en concreto en las más recientes encíclicas sociales de Juan Pablo II- una firme defensa de sus legítimos derechos frente a antiguos y modernos imperialismos.

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