Azulejos
Estaba fregando los cacharros de la cena, cuando bajo el paño de vaho producido por el chorro de agua caliente me pareció advertir una imagen luminosa en uno de los azulejos de la pared. Lo desempañé con la Vileda y observé atónito que en ese azulejo se veía El precio justo.
Cerré el grifo y me fui al salón a descansar para recuperarme. Por la televisión estaban pasando el mismo programa. Pense que quizá se había tratado de un reflejo condicionado o algo parecido. Armándome de valor regresé a la cocina y comprobé con estupor que no era ningún espejismo: el programa continuaba su curso sobre el esmalte del baldosín. Telefoneé a mi madre para contárselo, por si a ella le pasaba lo mismo en su cocina, y no me quiso escuchar: "Hijo mío", me dijo", sabemos que las cosas no te han ido muy bien desde que te fuiste de casa, pero tu padre y yo ya no podemos ayudarte ni llevarte de la mano al psicólogo como cuando eras niño; te advertí que ese alicatado que habías escogido para la cocina era de mala calidad. Si hubieras elegido el que te dije yo, que era más caro, pues a lo mejor veías el Canal +, que por lo menos es de pago, como los colegios a los que te hemos acostumbrado. Te dejo, que tu padre me llama".
Colgué y me encerré afligido en el cuarto de baño, como cuando era pequeño. Mis padres nunca se habían querido, pero ahora, a la vejez, habían encontrado el modo de llevarse bien y ya no se preocupaban por mí ni por nada que no fuera su propio bienestar. Estaba sentado en el bidé, mirando los azulejos de la pared de enfrente, mientras recordaba mi infancia y pensaba todas estas cosas, cuando en uno de ellos apareció Corcuera entrevistando a Doña Rogelia.
Huí a la cama aterrorizado y soñé que mis padres me veían llorar en el alicatado de su cocina.
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