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Adiós a la subasta postal

Los 'subasteros' licitan los paquetes en una segunda puja clandestina

El sótano del bar García en la calle Chile, de Madrid, celebró ayer la última subasta clandestina de Correos. Fue a las once de la mañana. Media hora antes se había celebrado la subasta oficial de objetos postales sin dueño que Correos convoca cada año a través del Boletín Oficial del Estado. En esta subasta los subasteros se ponen de acuerdo para adjudicarse los lotes sin pujar entre ellos. Más tarde son licitados en una puja clandestina.

En la subasta oficial, los subasteros eran funcionarios de la Secretaría General de Comunicaciones. El marco era un pasillo de una enorme nave repleta de anaqueles con fajos de material procedente del archivo general. En el centro, los seis funcionarios fedatarios de la subasta, y enfrente, doce subasteros.

Bragas y camisetas

La operación fue brevísima porque nadie pujaba por los primeros lotes. Por el número uno, compuesto por 14 juguetes tasados en 19.500 pesetas, nadie dio un duro. El segundo valorado en 30.500 pesetas tampoco suscitó interés alguno. Todo eran bragas, camisetas, agujas, bobinas, medias y calcetines.

La subasta se declaró desierta en cuatro de los 13 lotes. El más valioso de todos fue el último: 22 envíos postales en total, tasados en 137.700 pesetas. Se adjudicó sin añadir una peseta más, como estaba convenido. Concluida la sesión, los adjudicatarios pagaron en efectivo.

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Pero la operación no acabó ahí. Frente al Archivo General de la Secretaría General de Comunicaciones, al otro lado de la calle está el bar García. Allí es donde se celebra la auténtica subasta.

"Si alguien viene por libre no tiene nada que hacer aquí", decía José Antonio, un subastero de Navalcarnero, el primer día que se abrió la exposición al público con los objetos postales que Correos subasta cada año.

Son paquetes con las direcciones incorrectadas del remitente o el destinatario y que nadie reclama. Pasado un plazo de tiempo, Correos agrupa estos envíos sin dueño de toda España y convoca su subasta desde las páginas del Boletín Oficial del Estado.

La mayoría de los subasteros son dueños de tiendas especializadas en mercancías procedentes de los llamados Decomisos (bienes subastados tras ser retenidos por Aduanas) o quincallería varia. Todos se conocen entre ellos y se ponen de acuerdo para que ninguno puje en la subasta oficial.

Los únicos que se enteran, al parecer, son los llamados subasteros. Pero si alguien ajeno al equipo intenta participar en la subasta por libre, va apañado. La triquiñuela es tal que, por ejemplo, el lote número 10, que en Correos se había adjudicado en su precio de salida -67.700 pesetas-, consiguió alcanzar media hora después, en la auténtica subasta del bar García, las 105.000 pesetas.

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