Los conservadores recurren a Thatcher para mejorar sus expectativas electorales
El Partido Conservador no levanta el vuelo en los sondeos preelectorales. La leve pero persistente ventaja laborista ha obligado a los dirigentes tories a tragarse su orgullo y recuperar, para situarla al frente de la campaña, a Margaret Thatcher, la ex primera ministra que ellos mismos derribaron en noviembre de 1990. De un día para otro, Thatcher ha dejado de ser un estorbo y ha vuelto triunfalmente para convertirse en el mascarón de proa del buque conservador.
Thatcher intervino el domingo en un mitin en Londres para lanzar un furioso ataque contra "la amenaza socialista" que, según ella, encarnan los laboristas. La intervención estaba programada desde hace un par de semanas, pero en principio debía ser más breve y discreta. Fuentes conservadoras admiten que la escasa repercusión popular obtenida en la primera semana de campaña aconseja "endurecer el tono" de los ataques contra los demás partidos y, simultáneamente, "expresar con más claridad" qué ofrecen los tories para obtener una cuarta legislatura en el poder. Todo esto será más sencillo, dicen, si Thatcher vuelve a la tribuna de oradores.Se trata de una auténtica cura de humildad para John Major y para el presidente del partido, Chris Patten. El manifiesto electoral conservador, del que ambos son máximos responsables, no hacía ninguna mención a la década thatcherista en sus 50 folios y sólo citaba a Margaret Thatcher en una nota a pie de página, referida a un debate parlamentario sobre la Comunidad Europea. La nueva línea del partido pretendía aproximarse a la democracia cristiana continental y abandonar el radicalismo de Thatcher; este cambio de rumbo no ha dado, de momento, los resultados previstos.
Chris Patten, enemigo declarado de Thatcher, pareció echarse una reprimenda a sí mismo cuando la presentó en el mitin del domingo: "Los Gobiernos que has encabezado, Margaret, han cambiado el Reino Unido; nadie debería olvidar esto". En una esquina del estrado, serio y callado, permanecía Michael Heseltine, el hombre que forzó personalmente la caída de Thatcher. La ex primera ministra no dudó en criticar la forma en que ha comenzado la campaña conservadora: "No debemos permanecer a la defensiva. Hay que atacar, atacar, atacar", exclamó.
Los laboristas afirman que la recuperación de Thatcher demuestra que "ha cundido el pánico entre los conservadores". Los liberal-demócratas también observan "un evidente desconcierto" en las filas de John Major. Los tories no han esgrimido hasta ahora otro argumento electoral que la rebaja en los impuestos, frente a la elevación propuesta por los laboristas para los salarios más altos. Major y su gente agitan una y otra vez el espantajo de los "impuestos confiscatorios" que "arruinarán a la clase media" y "acabarán con la prosperidad británica".
Pero la prosperidad que se atribuyen los conservadores es muy discutible. Los sucesivos índices de desempleo, inflación y déficit comercial demuestran en conjunto que la recesión es mucho más grave de lo que admite el canciller del Exchequer, Norman Lamont.
Para complicar más la situación de Major y de su canciller financiero, el diario The Guardian publicó ayer un informe que demostraba que el presupuesto presentado por Lamont justo antes de convocarse las elecciones no equilibra los gastos corrientes del Estado con los ingresos por impuestos, un principio que ha sido escrupulosamente respetado por todos los Gobiernos británicos en los últimos 30 años.
Según The Guardian, buena parte de la deuda pública (hasta cinco billones de pesetas en 1984) no se destinará a inversiones que reactiven la economía, sino a pagar gastos corrientes y a hacer posible la reducción de impuestos en la que los tories basan sus esperanzas de éxito en las elecciones.
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