El independentismo gandhiano de Ángel Colom
Esquerra Republicana se revela como la tercera fuerza catalana, separatista y antiviolenta
Angel Colom i Colom, al que se le conoce también con el mote de El Seis Alas, que se intuyen de su nombre volador y sus dos apellidos -colom, paloma-, ha alzado en estas elecciones el vuelo del independentismo catalán. Y de pronto las bromas se han acabado. A las pocas horas de conocerse los resultados, Convergéncia i Unió tenía que reconocer con boca pequeña lo que las cifras indicaban: un partido cuyo único mensaje era una inequívoca llamada a la independencia estaba a punto de doblar su representación parlamentaria. Limitada, sí, pero doblada. En el balcón de la sede de ERC de la calle Villarroel, Colom se dirigió a los simpatizantes congregados en la calle casi sin megafonía y con un flexo de oficina que le iluminaba la cara. Se había pasado la campaña diciendo que serían la tercera fuerza de Cataluña, y ya lo eran. Llegó la policía autonómica para proteger la sede y fue entonces cuando Jaume Rodri, un veterano militante, dijo: "Esa es la evidencia del triunfo. Si llega la policía para protegernos, señal de que ya somos algo".Bajo el verbo flamígero de Colom se concentraba un pasado y un futuro: jóvenes que nacieron con la democracia y viejos republicanos que renacieron con ella. Un anciano resbaló por las escaleras y ahí estaban los chavales para ayudarle a levantarse y abrazarse al abuelo. Esquerra Republicana ha visto cómo desde noviembre de 1989, cuando Colom se hizo cargo del partido en una acción de "entrismo" de manual, la edad media de sus militantes se rebajaba en 20 años. Candidatos bien plantados, atractivos, creíbles y un soporte audiovisual imaginativo han conseguido romper la estética del boy scout irreductible para hacerse un lugar en el imaginario político del catalán medio. El gran activo de Colom. ha sido el de sintetizar un mensaje audaz como el de independencia y despojarle del temor y del riesgo evidente hasta hacerlo atractivo al ama de casa o al convergente insatisfecho del compromiso español de Pujol. Porque el independentismo siempre ha existido (algo) y existe (ahora más) en Cataluña. Pero los catalanes intuyen en Colom la ventaja de que ese independentismo de fin de siglo está administrado por un gandhiano, un hombre que lleva 20 años practicando la no-violencia y que, en vez de tirar piedras a la policía, siempre prefirió sentarse en el suelo y esperar a que los guardias le sacaran de ahí a fuerza de brazos. Ingenuidad, tal vez. Pero nada de batasunismos. "¿A qué renunciaría si se viera obligado a defender la independencia con la violencia?", le preguntaron la semana pasada. "A la independencia", respondió Colom. Y ayer, agarrado a su megáfono, repitió por tres veces que llegarían a sus objetivos "pacífica y democráticamente".
Ayer toda esta gente iba llegando a los balcones sorprendidos de Esquerra Republicana y la guardia urbana acabó cortando la calle. Alguien gritó entonces que aquel trozo de calle era el primer territorio de la futura Cataluña independiente. Heribert Barrera anunció que tras Eslovaquia y Escocia, Cataluña estaba en tercer lugar en la cola de los nuevos Estados. Flamearon las primeras banderas y en los despachos, entre el tintineo del cava, ya se hablaba de que ahora les tocaba representación en el Senado y un sillón en las televisiones públicas y que así vencían la asfixia económica que había obligado a pedir un crédito de un millón a cada candidato y Cenicienta empezaba a calzarse sus zapatitos. De cristal, claro.
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