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Sukús en Móstoles

Ocho inmigrantes de Zaire y Angola se abren camino con la música de su tierra

"Si los grupos de música africana triunfan en Bruselas y en París, ¿por qué no en España?". Adao Antonio N'Guele, un zaireño que vive en Móstoles desde hace 10 años, llevaba tiempo dando vueltas a esta idea. Así nació, hace 12 meses, Afro-bantwala, que en lingala quiere decir "África bantú adelante". Sus ocho componentes tuvieron diferentes motivos para emigrar de Zaire y Angola, pero ahora comparten un sueño común: triunfar en Madrid con un ritmo de su tierra, el sukús o rumba zaireña.

Bob; Banko, Dominique, Walika, Laurent, Joao, N'Guele y Belmondo son los ocho integrantes de Afro-bantwala. Tres angoleños y cinco zaireños. Todos ellos bantúes. Tres días por semana se reúnen en una antigua nave industrial cercana a Móstoles. Allí, caldeados por una vieja estufa de chimenea, ensayan hasta la madrugada con una batería y varias guitarras eléctricas. Pocas horas después vuelven a sus trabajos cotidianos (cuando los hay) en una panadería, un jardín o un taller mecánico.El hombre blanco

El proyecto de N'Guele empezó a difundirse entre la comunidad africana de Móstoles (localidad situada al sur de Madrid, con 185.000 habitantes).

Hubo fines de semana en los que llegaron a juntarse hasta 16 compatriotas en los primeros ensayos musicales. Hace un año llegó al grupo Laurent N'Samu Pembele, un asilado angolefio de 36 años. Con él apareció el único hombre blanco de la aventura, Julio Beberide, un adiestrador de perros que pasó a convertirse en manager sin saber nada de música y mucho menos de ritmos africanos.

Sus primeras decisiones fueron alquilar el local que ahora ocupan en medio del campo y limitar a ocho el número de integrantes del grupo.

La irrupción de Beberide fue fruto de la casualidad. "Conocí a Laurent porque empezó a trabajar en mi finca, me contó que hacía música con otros compatriotas y un día fui a verles", explica este hombre de 44 años con numerosos conocidos en el mundo de la farándula. "Pasado un tiempo me nombraron manager porque necesitaban un blanco que no se encontrara cerradas las puertas cuando intentase conseguir un local o iniciar contactos con las casas discográficas", recuerda Beberide. "Y así me fui involucrando en un proyecto que puede ser viable", añade.

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Por el momento, el grupo padece las penurias que acechan a los que intentan dar a conocer su música, además de otros sinsabores derivados de su condición de negros en un país poco acostumbrado a la diversidad racial.

"Hace dos semanas actuamos en una sala de fiestas de Madrid, y cuando fueron a vernos nuestros amigos y conocí dos africanos, el portero del local empezó a decir que estaba reservado el derecho de admisión", recuerdan.

Este tipo de situaciones son cotidianas.

"Es frecuente que a Julio, que es blanco, le traten de usted y a nosotros de tú", comenta Laurent.

"Luego está lo de los papeles. Cada dos pasos la policía ,anda pidiéndonos la documentación", añade.

Malasaña, Valladolid... ,

Los aldabonazos dados hasta el momento en las casas discográficas no han surtido efecto. Mientras llega esa oportunidad los músicos hacen lo que pueden: una actuación en el bar de un amigo en Malasaña, otra en Valladolid contratados por el Ayuntamiento... "Si te ofrecen 60.000 pesetas, y sólo el alquiler de una furgoneta para trasladar los instrumentos sale 30.000 pesetas, ¿cómo puedes continuar?", se pregunta N'Guele.

Ellos sienten que su música puede gustar. "Cuando actuamos vemos que la gente se contagia de nuestro ritmo", afirma Belmondo, que formó parte de otro grupo africano conocido en los locales madrileños: Afrika Lisanga.

Este hombre, que con ironía se hace llamar El Cola-Cao Solo (sin Leche), está convencido de que si el merengue y la salsa han conseguido imponerse, "puede ser un buen momento para la rumba zaireña".

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