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Morír sin traicionarse

Jorge Valdano

"Hay que morir sin traicionarse". Esa fue una de las frases inaugurales de Pacho Maturana al llegar a España. De fútbol no muere nadie, pero son muchos los que se traicionan espantados por el miedo al fracaso. Por eso a un entrenador sólo se le conoce bien cuando le toca perder. Es entonces cuando pone a prueba la calidad de su instinto, el espesor de su personalidad y la fortaleza de sus convicciones.Francisco Maturana tenía en el Nacional de Medellín una idea y un grupo de buenos jugadores. Juntos ganaron una Copa Libertadores de América por primera vez en el fútbol colombiano y lograron clasificar a su selección para el Campeonato del Mundo de Italia 90 tras 28 años de frustraciones.

El técnico puso ese prestigio al servicio del Valladolid y a sus nuevos jugadores los ayudó a pensar enseñándoles que los espacios son más importantes que los enemigos. Así, en el reino del hombre a hombre fue imponiendo, con ciertas dificultades, la zona presionante. Con un trabajo paciente, duro y metódico, alcanzó respuestas razonablemente buenas: un funcionamiento armónico y un lugar tibio en la tabla de la clasificación, el noveno puesto.

La nostalgia del triunfo

Quizá fue la frustrada posibilidad de entrenar al Real Madrid lo que desató en Maturana la nostalgia del triunfo. Se acordó de quienes fueron parte importante de tiempos mejores y apostó por ellos: René Higuita, Leonel Álvarez y Carlos Valderrama.

El portero-libero fracasó en las dos funciones que. lo pluriempleaban. Mucho trópico para Valladolid. Le faltó capacidad de adaptación, frialdad e incluso suerte: si falló ocho veces, ocho goles. Se rindió y su regreso golpeó a Maturana. Tampoco Valderrama pudo imponer el fútbol preciso y breve para el que sirve. También abandonó sin mucha pelea dejando aún más vencido a su entrenador. Álvarez, un centrocampista de contención, tácticamente inteligente, de juego combativo y rendimiento parejo, pero al que alcanzó la onda expansiva de las críticas por el sospechoso hecho de ser colombiano, igualmente se ha ido.

Así que sólo queda Maturana, piloto que sirve para las tormentas, luchador que será el último en abandonar esa nave extragada por errores que también son suyos. Y está, intacta, su idea generosa, tan ganadora o perdedora como cualquier otra de las mezquinas que abundan.

La historia es vieja: el Valladolid tiene problemas y su entrenador peligra. Maturana estará lleno de dudas, pero sus conceptos no se negocian. Le tocó perder, que en esta profesión es morir un poco, y lo hace, como advirtió, sin traicionarse. Mientras él mantenga su lealtad, yo no tengo ningún inconveniente en renovarle mi admiración.

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