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El Madrid no remató a un rival muy respetuoso

Santiago Segurola

Los goles hablaron más que el partido en Chamartín: fue una noche de grandes detalles y juego discreto. El Madrid cobró ventaja con dos goles luminosos y Penev devolvió la vida al Valencia con un rosca monumental. El pelaje del partido favoreció al Madrid: juego al paso, tensión baja y tiempo para pensar. Es el paisaje que más conviene al Madrid, cuando prevalece la clase individual. Pero el Valencia también tiene futbolistas de talento. Penev es uno. Su gol fue de futbolista caro.Todo lo que valió el partido se debió a los tres goles. Iba el encuentro medio dormido, como si no ocurriera nada, cuando apareció Hagi por la izquierda. Levantó la cabeza y sacó un pase raso y cruzado para que Michel reventara la pelota. La reventó y entró por la escuadra. Seguía la cosa igual -toma, mira, ahí te va, te la devuelvo cortito, ten cuidado, dame-, y entonces Butragueño entró en danza. Fue formidable. Se cosió el balón al pie y se dirigió al área con el tobillo de goma. Medio hipnotizados, Boro y Camarasa seguían el baile del Buitre. Butragueño buscaba algo. Tenía a Lasa a la izquierda, listo para recoger un paso horizontal, progresar y tirar el centro. Pero entonces surgió lo más grande: Butragueño dejó torcidos a los centrales valencianos y metió un chanfle precioso con el interior del pie: el pase a la red. A 80 metros, Jaro se llevó las manos a la cabeza, estupefacto, como todos.

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Luego, cuando resbalaba el segundo tiempo, Penev respondió con un cafionazo y dejó todo en el aire.

El envoltorio de los goles agrandó la tenue línea del partido. Vinieron los dos equipos preocupados del otro. De hecho, fueron simétricos y se enzarzaron en una pelea demasiado táctica, sin concesiones a la brillantez. Claro que siempre queda el factor humano, para lo bueno y para lo malo. Queda la posibilidad de una irrupción inesperada de Butragueño o la persistencia de Villarroya. Uno que ofrece lo inesperado; el otro, también, pero al revés. Villarroya se sale de lo estipulado en los partidos por su atropello, sus apariciones sin medida y por un conflicto permanente con el balón, una pelea que lejos de hacerle imprevisible le vuelve el jugador más predecible del mundo.

El Valencia contribuyó demasiado a la mecánica del partido. Hiddink hizo una concesión inesperada de salida. Quitó a Giner el marcaje de Butragueno después de la última polémica de Mestalla. Sobre el Buitre puso a Boro. El técnico del Valencia no quería jaleos. Fue una demostración de excesivo respeto al Madrid. Por lo demás, el Valencia jugó con defensas largos, como el Madrid; con tres centrales, como el Madrid, y dos delanteros, como el Madrid. Se miraron demasiado al espejo.

El problema del Valencia fue su timidez, un aspecto preocupante en un equipo que tiene una traza excelente. En la batalla psicológica, había dado ventaja y estuvo a punto de pagarlo muy caro. El Madrid vivió bien y sin excesos con esa propuesta de partido. Le quedaba pasar los exámenes particulares. Michel apareció como medio centro, sustituto del represaliado Milla. Desde esa posición, Michel ofrece más garantías que Milla, aunque quedan algunas contrapartidas: la obligación de encontrar a Villarroya en la banda derecha y una cierta falta de solidez mental por parte de Michel para soportar todas las tareas inherentes al cargo de mediocentro. En cualquier caso, hizo cosas grandes y jugó con generosidad. Su gol demostró que es uno de los escasos jugadores que deciden los partidos en cualquier momento. La otra gran cuestión era el resultado de la primera alianza entre Butragueño y Alfonso. La perspectiva es magnífica. Butragueño parece sentirse cómodo con un jugador listo, irituitivo y alineado en las mismas tesis que el Buitre. Sin embargo, Beenhakker tuvo dudas en el segundo tiempo. Entre el ingenio y el trabajo, se decantó por el buzo. Sacó a Aldana a la cancha y el público emitió el veredicto: quiere al novato en la hierba.

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