De rodillas, nunca
A medida que avanzaba en la lectura del artículo de Pedro Schwartz titulado De rodillas, infelices (EL PAÍS, 10 de enero de 1992), mi indignación daba paso a la perplejidad y a cierta vergüenza ajena.¿Quisiera usted explicamos, señor director, quién es este santo varón de tan considerable agudeza mental y, sin duda, con tantas meritorias hazañas a sus espaldas que le otorgan el derecho a juzgar tan implacablemente a todos los comunistas sin excepción?
Pide este señor en el citado artículo "una explicación [a los comunistas] de cómo pudieron hacerse esclavos de tan monstruosa filosofía y organización". Yo no puedo, desde mi modestia y en las pocas líneas disponibles, satisfacer su demanda, pero puedo ayudarle a comprender un poco los motivos de tal aberración.
Nací en 1937. Viví y me eduqué entre gente de izquierda. Vi y sufrí cómo mis familiares y amigos pasaron hambre, fueron encarcelados, exillados y, posteriormente, condenados al ostracismo por militar activamente en execrables organizaciones como son CNT, UGT, PCE y el PSOE de Pablo Iglesias.
Aquella gente que yo tanto admiraba -sin duda equivocadamente- prefirió morir en la pobreza y convivir con el miedo a abjurar de sus ideales. Una estupidez. Nada menos que pretendían cambiar el mundo, hacerlo más libre, igualitario y fra-
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