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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Infarto en Correos

CERCA DE 5.000 millones de objetos postales son trasladados cada año a su destino por el correo público. Ello significa que unos 18 millones de paquetes y cartas -muestras comerciales, comunicaciones bancarias, felicitaciones de cumpleaños, declaraciones de amor- circulan todos los días por las venas del sistema de Correos y Telégrafos, una vieja institución convertida desde hace un mes en Organismo Autónomo Comercial. Como cada año por estas fechas, las noticias, generalmente de fuente sindical, sobre colapsos en la distribución ocasionados durante las fiestas navideñas vienen a recordar las deficiencias de ese servicio público: en invierno hay cada año días que duran semanas para una parte de la correspondencia.Los responsables del servicio discuten con los denunciantes la magnitud del desastre. Dicen los sindicatos que, tan sólo en Madrid, hay 10 millones de cartas sin clasificar, procedentes del atasco navideño, y responden los otros que no pasan de 400.000: escaso consuelo para quien espera anhelante desde hace 10 o 15 días. Y sobre todo: es cualquier cosa menos imprevisible, luego es evitable. Malos aliados son esos resignados funcionarios de quienes se quejan de que se haya convertido en ley de hierro el prejuicio según el cual los servicios públicos han de ser por fuerza ineficientes, o más ineficientes que su equivalente privado. No tiene por qué ser así, pero suele ser así.

Tanto, que existen en España un millar de empresas privadas de reparto rápido: algo impensable hace algunas décadas, cuando todas las cartas interurbanas llegaban en España en el plazo de 24 horas (y había dos repartos diarios). Esa red privada paralela descargó de parte de su fardo a los carteros públicos: entre 1980 y 1986 disminuyó el número de envíos por Correos, pero la vieja institución no aprovechó el plazo para modernizar sus estructuras y el ascenso del último lustro -motivado sobre todo por el incremento de la correspondencia bancaria- le ha desbordado. De los 5.000 millones de envíos, aproximadamente el 60% son cartas y tarjetas postales, y el resto, paquetería. A su vez, el 80% de esas cartas son de carácter comercial, y sólo el 20% personales, invirtiendo así radicalmente la relación existente hace apenas 15 o 20 años. También se ha invertido la relación entre envíos urbanos e interurbanos; ahora son mucho más numerosas las cartas enviadas desde la misma ciudad del domicilio receptor.

Con estos antecedentes, el ministerio correspondiente presentó en 1990 un plan destinado a la radical modernización del servicio en el plazo de cinco años. La proyectada reforma implicaba inversiones por un importe próximo a los 200.000 millones de pesetas distribuidos a lo largo de ese periodo. Pero se anunciaba que, para finales de 1991, el 80%, de la correspondencia ordinaria llegaría a su destino en un plazo máximo de 24 horas. Según los responsables del servicio, más del 50% de los envíos cumplían ya esa condición en mayo del año pasado, y el 83% de la otra mitad llegaba antes de las 48 horas. Un estudio realizado por el servicio británico de Correos (Royal Mail) arrojó resultados menos optimistas para España: tan sólo el 21% de las cartas interurbanas llegaba en las 24 horas siguientes, frente al 48% en Francia, el 77% en Alemania y el 80% en el Reino Unido.

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Ese resultado se aproximaba más bien al obtenido por un experimento realizado por EL PAÍS en el otoño de 1988: las cartas al director enviadas desde distintos lugares de la Península y recibidas en la Redacción de Madrid tardaron entre uno y seis días, con un promedio superior a tres días.

Lo lamentable es que Correos es un paradigma de muchos servicios públicos. Pronto hará 10 años de la llegada de los socialistas al Gobierno de la nación; sin duda habrá muchos matices, casi siempre positivos, en cuanto al ajuste de los desequilibrios macroeconómicos. Pero el balance del funcionamiento de los servicios públicos, en muchos casos, conduce al derrotismo.

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