El año del tarot
Los adivinos sólo han dicho cuatro o cinco tonterías sensatas sobre el año que ahora comienza. Desde que aparecen en las páginas amarillas de la guía telefónica y están sujetos a licencia fiscal y al impuesto de actividades diversas, se han vuelto prudentes como minoristas. De las que he podido leer o escuchar, la profecía más osada es la de aquel que predice para el 92 el compromiso matrimonial del príncipe Felipe con una rubia que no será, ¡oh, cielos!, Isabel Sartorius.Pero nadie ha dicho lo que yo mismo, simple aficionado, he podido ver en los arcanos mayores: el 92 no existirá. Esas cartas no mienten, y el silencio de los cartomantes profesionales sólo se explica por su acatamiento al tope de un 6% para el IPC (índice de profecías computables), en el que no hay cabida, obviamente, para un augurio que afecte al ciento por ciento del universo estadístico.
Nunca antes había sucedido algo semejante en el calendario. En distintas épocas y lugares, las gentes han podido tener la sensación de que la flecha del tiempo iba hacia adelante o hacia atrás, pero por vez primera en la historia la flecha del tiempo se ha tomado un respiró, escamoteada en el carcaj de un dios aburrido.
Y así, como decía Ortega que viajaba a veces el dinero falso pegado como una lapa al verdadero, el 92 ya ha sucedido, agazapado como una sombra al año que realmente pasó. ¿Cómo entender, si no, esa impresión generalizada de que las cosas no irán ni bien ni mal ni todo lo contrario, mientras se avecinan grandes fastos, monumentales conmemoraciones, deslumbrantes efemérides? ¿Cómo explicar el popular escepticismo a pesar del entusiasmo que apologistas y detractores han puesto en ese admirable empeño de que el 92 exista de verdad? ¿No será que el común de las gentes tiene la intuición de que el 92, espléndido y zalamero, ya ha pasado -osea, nos lo hicieron- y el pueblo se acomoda en sol y sombra para verlo en diferido? Lo que llaman derrotismo o pesimismo, ¿no será una especie de exculpación colectiva, la resaca que sigue a la hipnosis y a la danza en torno al Año del Tótem?
Habíamos digerido intelectualmente el fin de la historia, pero no estoy seguro de que nuestro organismo acepte sin rechistar la evaporación de un año. Busco en el tarot alguna señal que me encabalgue en la Flecha del Tiempo y sólo encuentro el retablo de la perplejidad.
-Las cosas se nos fueron de las manos, hay que reconocerlo -dice el Mago, que es de Tafalla-. Son riesgos que se corren cuando se altera la idea artesanal del tiempo.
-Lo de la nao Victoria no estaba programado para el 91 -se disculpa el Ahorcado, que es sevillano-. El 92 era su chiste.
-¿Y qué decir del tren ese que vuela? -canta la Rueda de la Fortuna, que es catalana y sensata.
-¡Lagarto, niña, lagarto! -dice el Loco.
-¡Un disparate! -dice la Templanza.
-¡Pero vendrá gente!, ¡mucha gente! -dice el Emperador.
-¿Y si no Viene? -apunta, por detrás, el Diablo.
-¿Qué clase de arcano eres tú? -pregunta el Papa.
-¿Yo? ¡Gallego! -dice el Diablo.
-¡Oh, Tiempo de paradojas! -clama el Emperador-. Hay que subvencionar a las vacas para que no den leche y pagar a los mineros para que no saquen carbón.
-Más preocupa lo de la lotería de Navidad -vuelve a hablar el Mago.
-Mal síntoma, sí, señor -dice la Luna, que es de Levante.
-Me preocupa porque es un mal síntoma, efectivamente -explica el Mago-. Siempre se jugó en España con la esperanza de echarse a la bartola, no dar golpe, andar de cuchipanda y vivir como un marqués, que son dos días. ¡Fíjense ahora! Los afortunados amarran el parné, vuelven al tajo, fichan y achantan la mui. ¿Quién va a crear así puestos de trabajo?
-¡Así está España! -dice el Loco.
-¡Una vergüenza! -exclama la Rueda de la Fortuna.
-¡Un escándalo! -dice el Juicio.
-Para otra vez hay que ser más mirado -apostilla el Diablo-. Conozco mucha gente que sueña con gloriosos cortes de manga. ¡La tira de gente!
-¡Toma, y yo! -dice el Papa.
-Todo pasa por este maldito año, que es y no es -dice la Fortaleza.
-¡El 92, quién lo pillara!- dice la Muerte.
-¡Empalago de cifras! -dice la Templanza.
-¡Una quimera! -dice el Carro.
-¡La gente espera el maná! -dicen las Estrellas.
-¡La gente no espera nada! -dice el Ermitaño.
-La gente espera y no espera -dice el Diablo.
-Estoy contigo -dice el Papa.
-Le hemos dado todo muy hecho -dice el Mago.
-¡Un año entero! -dice el Enamorado.
-¡Menudo despiste! la Muerte.
-Al Tiempo hay que dejarlo correr -dice la Rueda de la Fortuna-. El Tiempo se hace con las manos. Y una pizca de suerte.
-No me jalo una rosca -dice el Loco.
Vese cómo el Emperador sale de su ensimismamiento. Mira con seriedad al resto de los arcanos mientras acaricia su circular amuleto dorado.
-Algo habrá que hacer para que el 92 exista -dice el Emperador.
-Quizá unas elecciones -dice el Mago, no con mucho entusiasmo.
-¿Y si no se ganan? -dice el Diablo.
-¿Y si no se pierden -dice el Papa.
-¡Ah, el Tiempo, qué nostalgia! -dice el Mundo.
es escritor.
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