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Tribuna:Francisco J. Llera es profesor de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco.
Tribuna
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Terrorismo y opinión pública

Los terroristas tienen especial interés en que sus acciones adquieran espectacularidad e impacto masivo, sobre todo al entrar en juego el azar. Debemos estar preparados a que con la rutinización impuesta por el tiempo sus acciones sean mas brutales o cuando menos tengan más notoriedad. Tales efectos sólo se pueden conseguir con el concurso de los medios de comunicación de masas como aspersores de imágenes y creadores de opinión. La opinión pública es hoy el gran actor mediador entre la política y los rituales colectivos, de los que forma, parte el terrorismo. Podríamos decir que ella misma deviene en un ritual.Realidades complejas en el plano psicológico, cultural, económico o político encuentran su estado final cristalizando en opiniones, actitudes y motivos de acción individual que condensan eso que llamamos opinión pública. Ésta hoy ,no funciona con grandes discursos y explicaciones, sino con simplificaciones en forma de flash informativo, de titular, de imagen fugaz, de juicio de valor o de cliché acuñado. Aunque el proceder técnico del aparato in-formativo sea homologable entrié- sociedades, incluso de muy diferente nivel de desarrollo, no sucede lo mismo con su funcionamiento social, mucho más dependiente de la contextura cultural y la estructura política de cada sociedad. En tal sentido, no es indiferente que una sociedad sea democrática o no, ni que su régimen político sea una estructura con solera o esté todavía por consolidarse. Tampoco es lo mismo una cultura política bien estructurada, de valores, actitudes, identidades y liderazgos, que definen opiniones estables, que otra fragmentaria, cambiante y que cede fácilmente al desencanto o a la explosión emocional. Esto es especialmente importante en aquellas sociedades que pudiéramos llamar débiles, con grupos sociales poco articulados, en procesos de cambio rápido y a las que la masificación con vierte en poco más que una su cesión de estados de opinión. Y no digamos nada si esas sociedades. pudieran estar tocadas, en mayor o menor medida, por los argumentos o los discursos de los terroristas. Hay un gran consenso entre los investigadores sociales del fenómeno terrorista contemporáneo en que el objetivo principal del terrorismo es irrumpir como actor principal en la escena política, intentado el cambio fáctico del sistema político o de sus decisiones, para lo que la actuación directa sobre la opinión pública resulta altamente rentable. El terrorista necesita ser noticia de primera página, y diariamente a ser posible; convertirse en vanguardia de una demanda social más o menos amplia, tratando de activar su supuesta base social, aprovechar cualquier motivo de queja o protesta social, maximizando la movilización, y crear una brecha entre la opinión pública y las instituciones, dando lugar al movimiento. No les importa tanto demostrar que las instituciones no satisfacen las demandas sociales (motivaciones formales) cuanto que no son capaces de acabar con ellos mismos (acción-represión-acción). Se trata,de debilitar la moral del enemigo, y para esto es fundamental la opinión pública (desmoralización). Al final, el éxito de los terroristas consiste en hacerse imprescindibles como actores en la propia liquidación de la violencia generada por ellos, buscando. una negociación en la que sea , n sujeto y no objeto.

La violencia terrorista en nuestro país tiene un nombre propio, ETA, responsable de miles de actos violentos y cientos de muertes. ETA ha logrado crear un movimiento social y una subcultura política en cuyo seno se entiende, se justifica, se apoya y hasta se practica de forma dispersa la violencia política (ataques a casas del pueblo, vandalismo, atentados contra supuestos intereses franceses, etcétera). El terrorismo, necesita generar una cultura propia. La cultura política de la Violencia produce una inversión de sentido, de lenguaje y de valores, tanto más importante cuanto más medios tenga para comunicarse con la opinión pública y para movilizar a sus incondicionales. Esta dinámica produce un gran estrés en la opinión pública, que tiene que moverse entre dos sistemas simbólicos: uno, mayoritario, pero plural y tolerante; el otro minoritario, pero autoritario. Uno, definido como de paz y diálogo, y el otro, definido por ellos mismos como de guerra. De ahí que cualquier cesión simbólica o de lenguaje (sobre todo por parte de los políticos) puede echar a la opinión pública, siempre frágil, en manos de la lógica de los terroristas, como una forma de aminorar la tensión. A esta estrategia, por tanto, no le favorecen cesiones como el asunto de Leizarán o las mociones de independencia en los ayuntamientos.

La pelota está en el campo del sistema y de la cultura política democráticos, que tienen que arreglárselas para desmontar política y culturalmente el movimiento. Además de encerrar a los terroristas para impedir que actúen, porque su éxito es la acción, es decir, su eficacia mortífera, su capacidad de aterrorizar. En este terreno, los medios de comunicación tienen una enorme responsabilidad, porque al lado de las libertades constitucionales de prensa, información y expresión están las exigencias éticas de no ser instrumentalizados por estrategias no queridas. Por ello, el tratamiento del terrorismo es precisamente una de las cuestiones que inciden directamente en las discusiones sobre los mecanismos de, autorregulación, no descartables por principio.

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