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EXITO ESPAÑOL EN LAS COPAS DE EUROPA

Lección impecable del Atlético en Old Trafford

El Atlético despachó al actual campeón de la Recopa de Europa, el Manchester United. Dicho así suena imponente. Si se añade que fue en Old Trafford, uno de los santuarios de la mitología futbolística mundial, pues soberbio. Ahora bien, si además se especifica que el trabajo fue impecable, generoso y concienzudo, vale afirmar, sin temor a la exageración, que el club rojiblanco vivió ayer una de las jornadas más intensas de su historia, una de esas noches que la grada del Manzanares recordará con el pecho henchido y la voz gruesa. Así se recordará, porque así fue, por más que el encuentro ofreciera un marcador rácano (1-1) y un espectáculo más emotivo que real. Del encuentro de dos estilos sobrevivió el que predica un trato más amable con el balón. Es un detalle saludable. Quedaron en la cuneta otros valores, los propios del fútbol inglés, como la nobleza, lo que siempre es una mala noticia. Son cosas que pasan. Anoche, el que pasó fue, y con avales para enderezar su atormentada historia reciente en Europa, el Atlético.Aragonés y Ferguson, los técnicos en contienda, edificaron tan intenso desafío desde dos filosofías distintas, pero igual de ambiciosas, lo que dice mucho de este par de estrategas. El Manchester recurrió a los aspectos más emotivos y aguerridos de este deporte, como son un ambiente explosivo y una entrega sin límites, exenta de decoración. La vida, o la pierna -en fútbol es lo mismo- en cada balón. Así de simple. Así de hermoso.

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Para ello, el United buscó encerrar el partido en el espacio de terreno del Atlético. Allí donde no hay espacio para acomodar la pelota, la brújula queda en manos del que más empuja, del que más corre, del que más salta y, en definitiva, del que más se la juega. Con esto y cuatro o cinco hombres en punta, el camino hacia la remontada es posible. El Atlético lanzó otra propuesta. Como la gesta ya quedó escrita en el Calderón, buscó el balón, cuestión que los ingleses menos dominan. De esta manera, Luis puso el cuello al situar a Moya, Futre y Manolo adelantados, decisión que, de entrada, se antojaba un tanto chulesca. Los ingleses murieron por cada metro. Los españoles, por coser el balón a sus botas.

Como se preveía, el Manchester sacó el rodillo y planchó al Atlético en los minutos iniciales. Encorajinados por la grada, los de rojo giraron la bota hacia el área rojiblanca, espacio plagado de codazos, patadones y demás tarascadas, en el que sonaron terroríficos chasquidos. Hubo un beneficiado claro de tan áspero arranque, el Manchester, que logró su gol en el cuarto minuto de partido. El tanto fue impresionante. Mientras el balón de Robson buscaba el área en una preciosa parábola, seis, siete, ocho o más cabezas vestidas de rojo despegaron en su busca. Tremendo. El premio fue para la de Hughes, la más gorda y dura de todas.

Manosear el balón

La traca inicial del Manchester no tuvo, sin embargo, continuidad. Más dotado técnicamente, el Atlético comenzó a manosear el balón y a abrirlo en busca de Futre, jugador de discutible resolución, pero que, como mínimo, garantiza un kilo de oxígeno y obliga al repliegue del rival. Agua en el desierto es lo que vale el portugués en momentos así. Lo cierto es que bien pronto comenzaron a verse las carencias defensivas del Manchester, fruto de la ausencia de Pallister y del espíritu suicida que Ferguson dedicó al encuentro. Así, Futre (m. 24), Manolo (m. 37) y Moya (m. 40) pudieron echar el cierre al partido de haber tenido algo más de tino.

La segunda mitad desvió el duelo a unos momentos de tremenda suciedad. Cuatro tarjetas mostró el árbitro en apenas cinco minutos. Cobraron más los rojiblancos, pues la premura de tiempo cargó de tornillería las botas de los ingleses. Fue un arrebato innecesario, pues el partido y la eliminatoria estaban ya en las maletas del Atlético. Ferguson, quemó la poca cera que le quedaba y sacó de la enfermería al contuso Pallister, en busca de algún milagro llegado del cielo en forma de balón.

Pero lo único que cayó fue lluvia y el pobre de Abel, que en uno de sus vuelos aterrizó con tan mala fortuna que dio con su compañero Donato y quedó conmocionado.

La ausencia del bregado portero no alteró el partido. Primero, porque Diego cumplió con solvencia -detuvo con agilidad un disparo de Giggs y otro de McCIair cargados de cicuta-, y segundo, porque Schuster se había encargado de lacrar la eliminatoria unos minutos antes con uno de sus habituales trancazos en saque de falta.

El empate fundió los plomos de Old Trafford, que sin cánticos es un estadio hermoso, pero triste, y vació las piernas de los jugadores ingleses, perdidos ya sin método ni adrenalina. Se quedó sin fútbol europeo tan sagrado recinto y, tras el abrazo sincero de los jugadores, otros cantos recorrieron el césped mientras las gradas se vaciaban. Decían "campeones, campeones", pero en español.

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