Las deudas de honor
Los inversores entraron por fin en la lógica de que la mejor defensa es un ataque. Sin excesivas euforias, de repente se ha reanudado la afluencia de fondos hacia la renta variable en lo que podríamos llamar una primera etapa sensata de la especulación. La segunda fase, la del apetito de cuantiosas ganancias, puede ser una fiebre ulterior que rompería en mil pedazos la porcelana china en que se ha convertido la resistencia de los cambios. Todo está, pues, en manos de la inversión. De repente la Bolsa, un mercado hoy encerrado sobre sí mismo y prisionero de sus demonios endogámicos, no descuenta expectativas externas. Sea porque el ambiente general -sobre todo el mercado monetario- es demasiado negativo, sea porque el exceso de pesimismo acaba reforzando.El dinero tiene la palabra cuando la demanda genera más que nunca su oferta. El futuro inmediato de los mercados de acciones está en manos de las voluntades, y su principal amenaza es la impaciencia. Cuando los diletantes entran en los negocios, crece el temor, pensaba un personaje de L'argent, de Zola. Una reflexión cuyos efectos perversos acabarían por hacer entender las pérdidas bursátiles como deudas de honor.
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