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Recordando a Hannah Arendt

Joaquín Estefanía

A sólo unas horas de que comience en Madrid la histórica conferencia de paz de Oriente Próximo, es oportuno recordar la figura y la obra de Harmah Arendt, aquella intelectual judía de origen alemán, autora de un libro clave en la historia del pensamiento, Los orígenes del totalitarismo. Arendt tuvo que pasar de la labor teórica a la acción política a causa de la llegada del nazismo al poder en Alemania y a los intentos de Hifier de aplicar la llamada solución final sobre los judíos.Al contrario que Marx, que tuvo una conciencia política precoz al escribir su ensayo Sobre la cuestión judía y luego se "desjudeizó", Hannah Arendt descubrió la política en tanto que judía ("el único grupo al que he pertenecido fue el de los sionistas, y esto sólo fue a causa de Hitler", declaró), lo que tuvo una notable influencia en su carácter y en su pensamiento.Pasa a la página 13

Recordando a Hannah Arendt

Viene de la primera páginaArendt conoció la creación del Estado de Israel a finales de los años cuarenta, y a partir de ese momento manifestó cotidianamente su preocupación por las relaciones entre los árabes y los israelíes. Adversaria frontal de cualquier sistema coaccionador de la libertad, le entristecía pensar, como expresó a su íntima amiga la escritora norteamericana Mary McCarthy, que la liberación de los judíos pudiese conseguirse a expensas de otro pueblo, lo que le causó problemas con algunas de sus gentes, que en ocasiones llegaron a calificarla de "parla" (de pionera a paria).

En 1948, Hannah Arendt escribió algo que resume, 43 años después, el espíritu con el que debe abordarse la conferencia .de paz: "La idea de una cooperación árabe-judía, aunque nunca se ha llevado a la práctica a ningún nivel y hoy día parece más imposible que nunca, no es un sueño idealista actual, sino una sensata afirmación del hecho de que sin ella toda la aventura judía en Palestina está condenada al fracaso".

Por ello mismo, la probabilidad de que el próximo miércoles se inicie una negociación profunda en Madrid entre los representantes de Israel y los de los países árabes es un éxito en sí mismo, independientemente de los resultados que se obtengan. Considerada la conferencia de paz como uno de los corolarios lógicos de la guerra del Golfo, si de algo hay que dar las gracias a Sadam Husein es, irónicamente, de la cumbre de Madrid. Hace unos meses, al cumplirse un año de esa guerra -es decir, de la agresión iraquí sobre Kuwait-, muchos analistas entendieron que, restablecidas las fronteras entre los dos países como estaban antes de agosto de 1990, el resto de los objetivos de la fuerza multinacional no se habían cumplido. A saber: la cuestión palestina, el problema de Líbano y el avance de la democracia en las monarquías conservadoras del golfo Pérsico. Finalizado el conflicto bélico, la política del doble rasero (aplicación de las resoluciones de las Naciones Unidas en un solo sentido) habría triunfado, lo que sería un indicador más de la hipocresía del nuevo orden internacional impuesto por la única superpotencia realmente existente en el planeta: Estados Unidos.

La convocatoria de la conferencia de paz demuestra la necesidad de prudencia en lo que se refiere a la política exterior de los Estados, siempre que no exista el tiempo preciso para hacer un balance, pues muchas veces lo que parece no se corresponde exactamente con lo que sucede. La fuerza de las armas jamás ha servido para demostrar ni corregir un error, ni para resolver un problema histórico; antes bien, lo ha afianzado y prolongado en el tiempo. Se ¡mpone, pues, la fuerza de la diplomacia y de la negociación. Solucionada la invasión de Kuwait, el presidente Bush declaró que había llegado el momento de arreglar el conflicto árabe-israelí"; la primera muestra concreta es la convocatoria de la conferencia de paz. Una vez que comience, se darán los suficientes elementos para saber si de verdad existe voluntad conciliadora -voluntad de aplicar el principio "paz por territorios", que es otra manera de decir fronteras seguras para cada una de las partes, incluido el Estado de Israel- o todo es una gigantesca pantomima, como aseguran los más escépticos observadores, y de lo que se trata es de llegar, con la colaboración de la ONU, a una especie de segunda edición corregida y aumentada de los acuerdos de Camp David, en los que Israel ganase de nuevo, como en 1979, por goleada.

De lo que se tiene que hablar en Madrid es de la aplicación de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, que preven el intercambio de territorios ocupados (incluido un sector de Jerusalén) a cambio de la paz en Oriente Próximo; del reconocimiento de derechos nacionales al pueblo palestino, y de la creación de nuevos asentamientos isrealíes en Cisjordania y Gaza. Un elemento que influirá decisivamente en el curso de las conversaciones será el comportamiento de las respectivas retaguardias: la crisis en el Gobierno israelí y el desarrollo de la Intifada a partir de los próximos días. No deja de ser curioso también que esta iniciativa de paz, tras más de cuatro décadas de continuas refriegas, tenga lugar en un país que hace siglos expulsó a judíos y árabes de sus tierras; Madrid ha conseguido ser ahora una especie de mínimo común denominador, lo que significa un enorme éxito de la política extenor de Felipe González, que logrará sentar, además, alrededor de su mesa a los presidentes Bush y Gorbachov.

Mientras llegan los convocados y se reúnen para mirarse a los ojos, volvamos otra vez a la Hannah Arendt de 1948: "Existen muy pocas dudas sobre el resultado final de una guerra total entre árabes y judíos. Se pueden ganar muchas batallas sin ganar la guerra... E, incluso si los judíos ganasen la guerra, su final supondría la destrucción del único logro del sionismo en Palestina. El país que aparecería entonces sería algo muy diferente al soñado por la judería mundial, tanto sionista como no sionista. Los judíos victoriosos vivirían rodeados por una población árabe totalmente hostil hacia ellos, recluidos tras unas fronteras continuamente amenazadas, obsesionados por la autodefensa física hasta un grado tal que sumergiría todos los demás intereses y actividades. El desarrollo de la cultura judía dejaría de ser asunto del pueblo en general; los experimentos sociales se descartarían como lujos poco prácticos; el pensamiento político giraría en torno a la estrategia militar; el desarrollo económico estaría exclusivamente determinado por las necesidades de la guerra. Y éste sería el destino de una nación que -independientemente de cuántos emigrantes pueda absorber y hasta dónde pueda extender sus fronteras- seguiría siendo un pueblo muy pequeño, ampliamente superado en número por sus hostiles vecinos. En tales circunstancias, los judíos palestinos acabarían siendo una de esas tribus guerreras cuyas posibilidades e importancia la historia nos ha enseñado de sobra desde la época de Esparta".

Después de leer este impresionante diagnóstico, merece la pena dar esta oportunidad a la paz. Y ser sus anfitriones.

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