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Haití

Rosa Montero

Pasan los días, pasan las semanas y, aspirados por el torbellino de la actualidad, nos hemos olvidado por completo de los haitianos. Es fácil olvidarse de ellos, desde luego: poseen el patético y disputado récord de ser el país más pobre del planeta. Por eso se nos cae enseguida de la memoria. Se escurre Haití de nuestras cabezas, se desprende de nuestra conciencia como un polvo insustancial, una basurílla.El caso es que ya hace un mes del golpe de los militares carniceros. Me asombra que, tras tantisimas hambrunas y degüellos, aún quede algún haítiano que matar. Pero se ve que sí que quedan. E incluso aspiran a ser libres y felices: un 67% de los electores votó por Aristide, y eso que para acercarse a las urnas en Haití hacen falta bemoles, porque los asesinos de este golpe y de siempre se suelen entretener los días de votación rebanando gaznates.

Pasan los días, pasan las semanas y no sucede nada. Les están torturando, les están oprimiendo y tiranizando, y la comunidad internacional, que al principio exhibió un paripé de indignación, ahora mira educadamente para otro lado. Tanta discreción me asombra: ¿no entró Estados Unidos en Panamá para meter en cintura a su ex colega Noriega? ¿Y qué me dicen de la invasión de Granada? ¿No acudieron allí al trote pelón para "defénder la dernocracia"? Y eso que en Granada ni siquiera contaban con la excusa de un golpe.

Se diría, en fin, que la suerte de los haitianos nos la refanfínfia. Con todo lo que nos sermonea el reverendo Bush sobre el nuevo orden mundial, sobre la libertad y la justicia, y ahora resulta que hay pueblos tan pobres que sus muertos ni siquiera cotizan en el mercado internacional de valores democráticos: creo que el cambio anda como a 100.000 haitianos por un kuwaití, cadáver más o menos.

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