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Del fundamentalismo y el integrismo

La llamada guerra del golfo Pérsico nos ha traído al primer plano de la actualidad, y con ella al de la reflexión, el problema del fundamentalismo religioso. Fundamentalismo islámico, sin duda, pero también quizá fundamentalismo cristiano, y ése es nuestro problema. El Foro del Hecho Religioso, del que todos los años doy cuenta aquí, ha tratado este tema en el último fin de semana del mes de septiembre. Y a propósito de: él escribí y hablé yo mismo sobre la actualización, por el presidente Bush, del fundamentalismo puritano: el pueblo de Norteamérica, originariamente puritano (recuérdese New England, recuérdese que, según esta tradición, los genuinamente americanos son los WASP: blancos, anglosajones, protestantes), pueblo elegido de Dios, como otrora el judío, pero ahora por su virtud cardinal de una laboriosidad generadora de riqueza, tiene el destino manifiesto de dominar no sólo a toda América, como se venía creyendo, sino al mundo entero.Monoteísmo y fundamentalismo del pueblo elegido lo fue, originariamente, el judío, pero no por poderoso, sino, al revés, por perseguido. Tanto que se dispersó, y hasta su regreso sionista a Israel, de la mano de Estados Unidos, los judíos, superando persecuciones y limitaciones impuestas por los cristianos, se asimilaron el nuevo espíritu europeo, del que fueron y son muchos de ellos representantes eminentes. (Y, entre paréntesis, la Ilustración nos dio un importante testimonio de lo mismo con la obra del judío Moses Mendelssohn Jerusalén o acerca del poder religioso y, judaísmo, que acaba, por cierto, de ser publicada en edición bilingüe germano-española entre, nosotros).

Monoteísmo y fundamentalismo del libro, el Corán, y no del pueblo elegido, lo es el del islam. Pero el islam, según se nos hizo ver por Roger Garaudy, secundado por Emilio Galindo, padre blanco director de Darek-Nyumba, centro de estudios islamocristianos en España, fue en su origen más un despertar religioso o una, llamémosla así, herejía cristiana -como el arrianismo- que una nueva religión. Religión, luego, estrictamente monoteísta, cuyos profetas fueron, antes que Mahoma, Abraham, Moisés y Jesús; religión que en la época del esplendor de Bagdad y de Córdoba, la de los sufíes y su búsqueda de Dios, fue mucho más abierta. que el cristianismo de las cruzadas y de Santiago Matamoros. Yo diría que oyendo y leyendo a Garaudy y a Galindo, la plenitud islámica se dio, para el primero, en aquella Córdoba a la que, desde su torre de Calahorra, él ha querido volver, y que el sueño del segundo es la Granada de entonces, y con ella, del símbolo de la granada, una en sí y múltiple en sus granos.

Hablábamos antes del fundamentalismo puritano-secularizado de la Norteamérica de Bush. Mas, según Garaudy, bajo esta cobertura ideológicoreligiosa, lo que hay es el monoteísmo del mercado. (En otro lugar, en su libro Mi vuelta al siglo en solitario, también recientemente publicado en castellano, habla del politeísmo del dinero, el sexo, el poder y la nación). Y es cierto que el Occidente, gobernado hoy por Estados Unidos, está sometido al imperialismo del mercado, el cual, con la lógica puesta de manifiesto por la teoría de sistemas, se extiende mucho más allá y envuelve al Estado de Israel y a La Meca decaída de Arabía Saudí. El islam se halla en plena decadencia, la de un pueblo fanatizado, imitación de un pasado que no volverá, una sharía o ley presuntamente divina del lapidar a la esposa infiel y cortar la mano al ladrón, más una pequeña minoría de poderosos en contubernio con Occidente.

Si la ponencia de Garaudy se centró en la denuncia del economicismo occidental y en la grandeza pasada y la miseria presente del islam, las de Manuel Fraijó y Rafael Aguirre trataron más bien el tema teológico-filosófico del fundamentalismo. El fundamentalismo en sentido estricto sería el del islamismo (y, como acabamos de ver, no necesariamente el del islam), que considera el Corán como directamente revelado por Dios a Mahoma, copia idéntica de la escritura divina. La distinción entre libro revelado y libro simplemente inspirado aparece así como muy importante, pues hace al segundo susceptible de una exégesis, en tanto que crítica, liberadora de fundamentalismo. Mas la tentación del cristianismo católico es, más que el fundamentalismo estrictamente dicho, el integrismo: no es el libro, sino la Iglesia, señora del depositum fidei, la que posee la palabra; y con frecuencia, también ahora, Iglesia de la restauración, vuelta de espaldas al Concilio Vaticano II, sorda a las apelaciones de la historia, de la hermenéutica de la escritura, de la teología y de la filosofía.

Fundamentalismo estrictamente dicho y fundamentalismo integrista son las dos grandes tentaciones de las religiones monoteístas. Fraijó, concretando más, reflexionó sobre la pretensión de universalidad y la de verdad absoluta. La primera puede conducir a un imperialismo (constantinismo, Sacro Imperio) que no distinga lo religioso de lo profano y que se haga fanático, intolerante, maniqueo. Por otra parte, se preguntaba Fraijó, ¿la religión es absoluta o es verdadera? Reaccionando contra el nulla salus extra EccIesiam, el teólogo Rahner, con sus tesis de los cristianos anónimos, sostuvo la idea de que todos (unos sabiéndolo; otros, los anónimos, sin saberlo) seríamos cristianos, y con ella, la verdad absoluta del cristianismo. Pero ¿no será más cierto que todas las verdaderas religiones sean religiones verdaderas, aunque no igualmente verdaderas? De ahí la necesidad del diálogo entre ellas, y a este propósito se recordó, además de a Raimundo Pániker, el acierto de la distinción de Bergson entre las religiones estáticas o paralizadas en el pasado y dinámicas o históricas, y la reserva escatológica de que habló Metz, es decir, la insuficiencia, hasta el final de los tiempos, de nuestro saber.

¿Y el problema del mal? ¿Cómo puede entenderlo un monoteísmo fundamentalista? Parece que, frente a su concepción ontologista, su reducción historicista -de una historia trascendente- sería más satisfactoria. Pero Ortiz-Osés, con su conocido sentido del humor (humor que, dosificadarnente, ayuda al entendimiento), afirmó que, para tomarlo en serio, cabría hablar -nada menos- del demonio como de una cuarta persona de la hasta ahora denominada Trinidad.

Tras lo dicho, el lector advertirá que nuestro foro no tuvo nada de fundamentalista. Tampoco nuestra época lo tiene: la metafísica ha sido reducida en ella, como ya he escrito en otras ocasiones, a un sistema de preguntas, mas también la teología se ha vuelto, se está volviendo, más y más problemática. El mejor resumen del espíritu del foro de este año lo dio, a mi entender, Ignacio Sotelo, con su propuesta del tema para el año que viene: no, como podría haberse pensado, tan ingenua como posmodernamente, El agnosticismo tras la religiosidad, sino, inviertiendo los términos y mirando la realidad por su anverso, La religiosidad del agnosticismo. En el foro, quien más quien menos, todos fuimos, todos somos agnósticos, o, si se prefiere, críticamente religiosos.

José Luis L. Aranguren es ensayista y filósofo, catedrático de Ética.

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