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Tribuna:AVISOS PARA EL DERRUMBE / 5
Tribuna
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Como si nada

10 de julio 91. Queridos biznietos: con algo de retraso os escribía hoy (ya lo perdonaréis), y no porque hubiera estado yo tan ocupado, sino las muchas ocupaciones de los prójimos: tan ajetreados día tras día en hacer muchas cosas para no hacer nada (difícil esto de quedarse sin hacer nada por las buenas: cualquiera sabe, si se hubieran dedicado sin más a no hacer nada, sin tenérselo que disimular haciendo tantas cosas: a lo mejor no estabais vosotros, viditas mías, pasando ahora las que estaréis pasando), en fin, que me agobiaban con sus trabajos y producción de nadas forradas de papel de cosas, y sin ganas siquiera para escribiros a vosotros, mis prendas desconocidas, me dejaban.Era mayormente por el futuro por lo que trabajaban. Llenos estábamos de futuro por doquiera: cada día teníamos más futuro en este mundo -no os imagináis: como si día a día se estuviera el mundo convirtiendo en un solar con montes de escombros claveteado de carteles "Perdonen las, molestias: estamos trabajando por su futuro", y cada día reprogramar los ordenadores de la Empresa con vistas a un futuro cada vez más gordo, y cada día más escombros y más letreros sustitutos de la cosa: "Aquí en nov. 1991 nueva fábrica de camisetas", "Aquí puente románico restaurado dic. 1991", "Aquí (descampado de barrancos arcillosos) "se inaugurará en enero 1992 la urbanización de superlujo: dése prisa: Ya puede V. estar viviendo en ella su futuro".

Y en especial por estos pagos la preparación del 1992, que llevaba ya más de cinco años. ¿Os habrá quedado alguna noticia de ello, inocentes de mis pecados? Habréis tal vez visitado los desbarrancones a lo largo de la Mancha y Andalucía: era por donde iba a ir el Alta Velocidad, primero para unir París con Sevilla a tiralíneas para broche de gloria de ese '92, que luego se retrasó y se quedó en una gloria algo más corta, y luego, ya pasado el '92, fue dejándose de usar (¿quién iba a tener que usar una cosa así más que los Ejecutivos de Dios que estuvieran preparando el 1992 a toda prisa?), pero los desgarrones de la tierra y la muerte de los pueblos, ésos ahí habrán quedado, y no sé si a vuestros ojos, hermosos contrafuturos míos, se habrán ido ya redimiendo con algún tapiz de herrumbre y de yerbajos, o seguiréis viéndolos como llaga insultante y testimonio enconado de la estupidez humana.

Ah, y os hablo ahí al paso de Sevilla, cuando quizá a vosotros el nombre ya no os diga casi nada: pues sí, había una ciudad, vieja y grande, llena de callejas de sombra y vida... Bueno, el caso es que la saña de los Ejecutivos de Dios se encarnizó con ella y... Había por aquí un poeta, amigable, pero equivocado, quejándose de que, por ser de allí algunos Altos Oficiales que a la sazón regían nuestros destinos (como si los Ejecutivos tuvieran más patria que el solar vacío del Universo), por eso le dedicaban a esa Sevilla cuantías desproporcionadas de dinero, en desmedro de pueblos menos favorecidos: no sabía él (ay de Sevilla) que la inversión del Dinero de lo Alto (ése que se nombra con 12 y 13 ceros) no puede ser otra cosa que inversión para el futuro y para la muerte, como que administración de muerte es la función de Estado y Capital.

Contrafuturo

Y bueno, os contaba de lo del '92 por estos pagos porque era lo que me caía más a mano: ya os habrá quedado algún registro de lo que más en grande se estaba haciendo, por el Futuro, por los ámbitos del Planeta, por la calzada bituminosa del Desarrollo y por las zanjas descarnadas de sus márgenes, la asolación de las selvas del Nuevo Mundo, la elevación de murallas de bloques de nichos mortuorios en torno a los restos de ciudad y campos del Viejo, en torno a las playas hormigueantes del mundo entero... En fin, que no paraban, y cada vez más y más de prisa, por el '92, por el 2000, por el 2035... Que no les hablaran, que no querían verlo, de que en verdad estaban trabajando por ese contrafuturo en que íbais vosotros a florecer, viditas mías, en que la muerte que latía bajo sus afanes tendría que revelarse tan desoladoramente.

Pero hoy a lo que os iba era a este asombro cotidiano que me consumía de que, entre tanto, la gente corriente, los administrados, los de por acá abajo, siguieran viviendo como si nada, cumpliendo sus funciones, haciendo talmente como si vivieran, haciendo con sus vidas privadas lo que podían y querían: seguían casándose, unas veces a lo grande, con novia de cola y banquete de ostras para todos, otras ajuntándose algo vergonzantemente, pero ajuntándose y en consecuencia comprándose un nicho conjunto en los bloques nortuorios; seguían criando hijos para el Cielo (¿no habréis, por cierto, vosotros, delicias de mi corazón, surgido como resultas de segundo o tercer grado de algo de eso?), es decir, educándolos concienzudamente para el Futuro; seguían acudiendo los Domingos desde sus bloques suburbanos a los Grandes Hospitales de la Urbe a visitar a los parientes, carne de cirujía, que les quedaban, y por los pasillos intercambiando, como en un ferial, lo que cada uno sabía de dolencias y de profilaxis; y en fin, seguían muriéndose, con más o menos eutanasia, como antes, como si nada: como si las operaciones barbáricas de la Gran Empresa y el Estado, allá por lo alto, no tuvieran nada que ver con el negocio privado de sus vidas: como si todo aquel tinglado desolador que los millones de millones tramaban allá en lo alto fuera como una cúpula de plástico medio transparente bajo la cual podían sus vidas seguirse desarrollando como siempre, como si nada.

Es cierto, para ser precisos, que había algunos que no podían, que no sabían practicar esa disociación pasmosa, que no les entraba cómo podía uno vivir en semejante mundo, y tiraban por tanto por la vía de la locura declarada: eran justamente estos clientes míos, que, según os estaba escribiendo, ahora mismo, trepaban penosamente por ascensores y escaleras de esta torre, a pedirme hora, a ver si yo (¿quién les habría dado las señas?) les ayudaba por lo menos a morir sensatamente. Pero ésos, por más que a mí me tocaran tantos que a veces no me dejaban, colgándoseme al cuello, ni respiro para escribirme con vosotros, eran sólo muchos: lo que es la Mayoría, ésos seguían, ya os digo, viviendo como si nada, como si se pudiera.

Y ¿sabéis cuál era el secreto de esto que parecía imposible, de que, casi al borde del barranco, casi comidos ya sus cuerpos a mitad por las mandíbulas de la Mantis Religiosa del Poder Abstracto, siguieran sin embargo coleando y comiendo para la nada y haciendo como que vivían? Pues era sencillamente el progreso sumo de la separación entre lo público y lo privado, como dos mundos, en una casi perfecta esquizofrenia, de la que sólo esos loquillos míos (que oían por la Televisión citar su Nombre Propio, buscados a muerte por el F. B. I. o por el K. K. K.) eran unas rebabas de imperfección de tal divorcio. Ese divorcio de público y privado era el truco esencial de la Democracia Progresada y lo que explica que ese Régimen y no otro fuera el destinado al éxito último en la dominación del pueblo.

Antaño, bajo regímenes menos progresados, se nos contaba que las gentes habían visto sus vidas sometidas y ocasionalmente sacrificadas al Bien Público, esto es, a la Corona, a la creación de Imperios o de Españas, a la Constitución, a la Revolución... Eran entes abstractos, ideales, que de vez en cuando se tragaban para sustentarse un cierto número de vidas, por esclavitud, por levas, por purgas raciales; la gente probablemente no vivía tampoco en aquellos tiempos, pero al menos la distinción entre Ciclope y marineros de Ulises, entre Dios y víctimas, estaba clara.

Pero ahora el progreso había consistido, lindos espejitos míos, en que lo Público se había ido haciendo cada vez más y más privado, en el sentido que indicaban la progresiva identificación de] Estado con el Capital (¡no más, política que la economía!) y el hecho de que los representantes del Poder hubieran tenido que irse desprendiendo de todas las doraduras con que la Abstracción se decoraba antaño para su dominio, y hubieran venido a ser cada vez más familiares y privados.

Pues bien: en el trance en que el ideal era tan dinero como el dinero era ideal, en que lo general era particular y tan de casa como lo propio, era justamente cuando la idea democrática descubría su verdad volviéndose del revés: siendo ya la cosa pública mero asunto de tenderos y amas de casa, elevado al suprabillonaje y la sublimación, pero lo mismo, y no consistiendo ya la vida de las personas en otra cosa que en mero servicio a los cambios de dinero (pues las cosas que ellos compraban y vendían no eran más que formas de dinero, pero tanto más preciso era mantener la ilusión de que eran cosas diversas v concretas), resultaba paradójicamente (pero ¡oh la aplastante perogrullez de la paradoja!) que era entonces cuando la gente más enteramente se desentendía de la cuestión pública: ¿para qué, si era, sólo que en gordo, lo mismo que la privada?: allá con eso los políticos.

De manera que, al ser la política economía y el estado capital, pues cada uno en su casa y Dios en la de todos: a mover dinero (a mover, esto es, vacío de cosas) lo mismo en lo alto que por lo bajo, acá milloncejos y allá billonazos, pero el mismo entretenimiento.

La trampa del Régimen

Y así es como podía yo irme explicando un poco este asombro de que, entre las grietas mismas y los crujidos ominosos del derrumbe en que iba el Sistema a hundirse por la propia demencia de su ideal y de su fe, siguieran las personas como si nada, haciendo como que vivían, dedicándose a sus negocios y sus familias... Considerad, entrañitas mías lejanas, cómo en tanto las estaría yo pasando, que casi no tenía ya más vida privada que la pública, que no entendía más realidades que las palpables y de cada día, que no os digo, que casi que me daban a ratos ganas de darles la razón a estos malditos y moribundos, que venían a mi consulta y dejarme llevar con ellos por las olitas de la locura, si no fuera que entonces lo encerraban y definían a tino y estaba ya también sirviéndole al Sistema desde su puesto de marginadito o de muertecito.

Tenía al menos que intentar, con la poca sensatez que me hubieran dejado todavía, avisaros a vosotros de cómo era el truco de este Dominio a cuyas ruinas os asomáis ahora con asco en los ojos y rabia entre los dientes: que no volviérais a caer en la trampa del Régimen que maldecís ahora y escupís sobre sus escombros: eso: que no hay, de verdad, vida privada; que no hay más moral que la política, política es el pan que ganas y los besos que robas. Así como no hay otro lenguaje que el común ni mas razón que la común, así no hay más asunto privado ni más alma propia que la pública. Que no sigáis muriendo vosotros, vidas mías, sin daros cuenta; que no sigáis contribuyendo, por fe en vuestra vida privada, a la administración de vuestra muerte. Y, por si para ello os sirven, estos besos al viento y la salud que no tengo y que os mando.

es catedrático de Latín.

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