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TOUR DE FRANCIA 1991

Indurain: "No quiero descontrolarme"

"Con lo que le ha costado entrar, ya no me lo quito hasta París". Miguel Induráin sudó lo suyo para encasquetarse ayer por la mañana el jersey amarillo. Grandullón como es el navarro, el belga John Lelangue, el joven encargado de los maillots, no encontró una talla a su medida y le largó una de las que habitualmente usa Greg LeMond. Problemas de ser primerizo en la cuestión del liderato. Induráin pasó con sus tres hermanas (Isabel, Nekane y Asunción), sus primeras horas como líder del Tour. "Soy muy feliz, pero estoy tranquilo. No quiero descontrol arme", dijo.

ENVIADO ESPECIAL

Quiso la casualidad que la organización colocara esa noche a los equipos Banesto y Z en el mismo hotel. Quiso también la casualidad que los componentes de ambas formaciones bajaran a la misma hora a cenar, lo que motivó el encuentro de Induráin y Greg LeMond. La escena fue corta, pero entrañable. El estadounidense felicitó a su posible sucesor y el español, tan simple en el trato como inmenso sobre la bicicleta, agradeció el gesto. Después, cada uno con los suyos, Greg con su mujer y su hijo mayor -Kathy y Geoffrey- y Miguel con sus hermanas.No lejos de allí, Pedro Delgado contempló lo sucedido con una triste sonrisa. El segoviano, lúcido como pocos, supo ver en aquel apretón de manos ajeno el relevo entre dos generaciones de campeones. "Llegan nuevos hombres, nuevas estrellas y las que había tienen que dejar su sitio. El futuro ahora se llama Induráin, Bugno, Chiappucci o Mauri, y este Tour dejará constancia de ello", comentó José Miguel Echávarri, el jefe del Banesto, mientras su hijo le escuchaba atentamente.

El hotel de Capvern se convirtió en lugar de peregrinación para todos aquellos aficionados, amigos y familiares que habían presenciado en vivo la soberbia ascensión de Induráin a Val Louron. Manu Arrieta, el afable masajista del Banesto, lo celebró con su frase habitual: "Me cagüen..., con lo tranquilos que estábamos y la que nos espera, sobre todo a Miguel". Cierto. El nuevo líder despidió a sus hermanas a las 10 de la noche del viernes -"Tienen que trabajar mañana y no pueden seguir más etapas", comentó- y se metió en su habitación, junto a su compañero Javier Lukin, para preparar el nuevo día.

La sonrisa

Apenas tuvo tiempo. Unas horas después, reporteros de Antenne 2, la cadena de televisión oficial del Tour, llamaban a la puerta de su habitación para recoger las impresiones del corredor español en su primer día como líder. Sin embargo, antes tuvo problemas para colocarse el maillot de líder. La prenda, muy estrecha, se negó por unos instantes a introducirse en el blanquísimo torso de Induráin. Finalmente entró, para regocijo de los presentes. "Con lo que le ha costado entrar, ya no me lo quito hasta París", sentenció Miguel con una sonrisa en aquella anodina habitación, todavía impregnada de olor a humanidad.Lo de la sonrisa de Induráin no es ninguna tontería. De ello podría dar fe el reportero de Antenne 2, que tuvo que pedir al corredor un plano especial, sonriendo forzadamente, porque la entrevista previa había resultado un poco sosa para tatarse de un hombre que tiene en su mano la victoria en el Tour de Francia. "Que quieren que sonrías unos segundos", le advirtió Echávarri. "Ah, bueno", concedió la estrella.

Una vez dibujada la sonrisa en la boca del campeón, ésta no desapareció hasta que tomó la salida en Saint Gaudens. Un rato antes, la calle principal del pueblo recibió conmocionada su aparición. "Miguel, un autógrafo", "Miguel, una foto", "Miguel, la gorra", gritaban los españoles allí presentes. Y Miguel ni caso, aunque, eso sí, sonriente. Sonriente mientras calentaba, sonriente en el control de firmas, sonriente en el Village, donde fue asediado por un colegio entero, y sonriente junto al vehículo de Banesto. "Soy muy feliz, pero estoy tranquilo. No quiero descontrolarme. Nunca en la vida me había sentido tan observado, pero sé que lo llevaré bien", comentó a EL PAÍS mientras una decena de sudorosos fotógrafos reclamaban su mirada para la histórica instantánea. "Le malllot jaune, le maillot jaune", gritaban también los periodistas franceses.

Camino de la salida, cuando los altavoces ya anunciaban el inminente inicio de la carrera, un joven vasco, cubierto con la inconfundible Ikurriña, gritó: "Hasta la torre Eiffel, hasta la torre Eiffel tienes que llevar el amarillo. No nos falles". El mismo aficionado, todavía emocionado, vio pasar a Pedro Delgado unos segundos después. "Venga Pedro, a ver si nos lo cuidas", le lanzó. Y Pedro sonrió. No sólo él se había dado cuenta de que una nueva época en la historia del ciclismo comenzó a escribirse en Val Louron.

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