Confesiones en el jardín
Dice la leyenda que fue aquí, en los jardines de los Reales Alcázares, donde don Pedro el Cruel -por otros llamado el Justiciero- moría de amor por doña María Coronel, señora de alta cuna e inalcanzable cama que prefirió el abrazo.casto del aceite hirviendo a las caricias de tan reales manos. Precisamente fue aquí donde el lunes, noche real de San Juan, Felipe González confesó en voz alta, pausadamente, con un whisky con hielo derretido en una mano y un larguísimo puro habano,en la otra, políticas cuestiones sobre su pasado reciente y el devenir de los suyos. Escoltado por tamarindos.y jacarandás, en un jardín que reconoció nunca haber paseado y a sabiendas de que sus palabras traspasarían la intimidad del real aposento, el presidente del Gobierno habló sin prisas, plenamente consciente de que sus palabras resucitarían otras, quizá menos templadas.El presidente, sudando un calor más propio de la revolucionaria, patria de sus puros que de la ciudad que le vio nacer, habló sin complejos de las equivocaciones de sus amigos, y dejó caer frases rotundas, palabras aparentemente deshilachadas con gran contenido político. Llegó a decir González: "Muchos caerán en el camino. Sería perfectamente legítimo que compañeros quisieran sustituirme. Guillermo Galeote, que sigue y seguirá siendo un entrañable amigo mío se ha apartado voluntariamente, asumiendo sus responsabilidades y con el afán de no dañar al partido ...". González, y esto llamó la atención de los que le escuchaban creyéndose víctimas de alguna ensoñación propia del lugar, habló midiendo sus palabras, pero con contundencia; comprensivo y sonriente, pero terriblemente firme.
Habló de nueva etapa la última ejecutiva marcó un punto de inflexión"-, reconoció cansancio y llegó a sofiar con la vuelta a casa: "Una de mis ilusiones es ser alcalde de Sevilla...".
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