Claroscuro popular
NO ES extraño que, en medio de la euforia producida por la indiscutible victoria electoral del Partido Popular (PP) en Madrid, muchos de sus seguidores soñaran, en algún momento de la noche del 26 de mayo, con que el triunfo hubiera alcanzado también a toda España. Pero, a la postre, lo ocurrido en Madrid, con tener una trascendencia política innegable, no ha hecho cambiar fundamentalmente la posición electoral del PP ni, en general, el mapa electoral.El PP ha sido la formación política que más ha avanzado respecto a 1987: en votos ha aumentado en 622.000; su porcentaje ha pasado del 20,74% al 25,4%; sus concejales en capitales de provincia han pasado de 398 a 482 -es decir, el 84% de aumento-, y sus diputados autonómicos han aumentado notablemente. Ello se ha traducido en un reforzamiento considerable de su poder municipal y autonómico y, fundamentalmente, en la conquista de la mayoría, absoiuta o relativa, en 20 capitales de provincia y en cuatro comunidades autónomas.
Pero este aumento sustancial de votos no ha sido suficiente para romper el techo alcanzado por Alianza Popular, antecesora del PP, en las elecciones locales de 1983 bajo. la dirección de Manuel Fraga. Para los sucesores del líder histórico de la derecha, los 4.848.527 votos, conseguidos entonces -es decir, el 25,9% de los sufragios emitidos- siguen siendo una referencia a tener en cuenta. Superar este techo, que se mantiene prácticamente sin cambios desde las elecciones generales de 1982, sigue siendo el reto político de los actuales dirigentes del PP.
Los primeros frutos de esta estrategia han coincidido con el desmoronam lento electoral del Centro Democrático y Social (CDS). Todo parece indicar que el derrumbe centristá no hubiera sido tan estrepitoso sin el mensaje moderado con el que el PP ha invadido el mercado electoral. De hecho ha sido el partido más beneficiado por la sangría de votos sufrida por el CDS. De manera directa ha conseguido captar una parte importante de los casi 1,2 millones de votos que abandonaron el partido de Suárez desde los comicios locales de 1987, e indirectamente se ha beneficiado del reparto del espacio electoral dejado libre por los votos suaristas que no han logrado superar el 5% exigido para obtener representación.
Pero el indudable éxito del PP en la captación de votos centristas no despeja las dudas sobre su capacidad para ampliar su influencia electoral a otras zonas moderadas de la sociedad. El mensaje del PP ha sido escuchado en sectores urbanos socialmente templados, pero los resultados globales del 26 de mayo muestran que su acogida es todavía limitada. De su capacidad para romper las barreras que le siguen separando de amplios sectores de las clases medias y para articular pactos estables con los partidos regionalistas, que aglutinan un millón de votos, depende que el PP se convierta o no en alternativa de gobierno.
Sin arrancar votos del sector moderado que vota al PSOE y sin el entendimiento político con las derechas regionales, el acceso del PP al poder no dejará de ser una hipótesis escasamente verosímil.
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