Votar a plazos
LO QUE en 1977 fue novedad se ha convertido en habitual. Entre aquel 15 de junio y este 26 de mayo han tenido lugar en España cinco elecciones legislativas, cuatro locales, tres -en algún caso, cuatro- autonómicas, dos europeas, tres referendos. Un mínimo de 17 elecciones o consultas, más de una por año. Esa frecuentación de las urnas permite al elector una diversificación de su voto atendiendo a consideraciones más complejas que la espontánea identificación con unas siglas o una ideología. Distribuyendo sus lealtades entre las diferentes convocatoria s, el ciudadano tiene oportunidad de votar a plazos.Esta campaña ha resultado más o menos como las anteriores, con la salvedad de que esta vez sólo ha durado 15 días. No es cierto que haya sido más agresiva que otras, aunque algunas recientes intervenciones de famosos oradores puedan producir esa impresión: siempre parece que lo último es lo más terrible, pero la proporción de descalificaciones donde serían de esperar argumentos se mantiene constante desde hace años. Y ni siquiera la ceguera para con la viga en el ojo propio demostrada al respecto por algunos líderes puede ser considerada una novedad.
Que las principales fuerzas de la oposición se empeñen en considerar las elecciones locales como primarias, tratando de sacar provecho de sus líderes nacionales antes que de acreditar a los candidatos realmente existentes, es bastante inadecuado y de inciertos resultados: habrá que analizar con cuidado en este aspecto lo que suceda en Cataluña, donde la politización nacionalista de los comicios locales ha sido elemento clave de la campaña. Pero, adecuado o no, resulta habitual en la mayoría de los países democráticos. En todo caso, es de agradecer que nadie haya pretendido que lo que estaba en juego en la elección de un alcalde o presidente autonómico era la opción entre dos modelos de sociedad alternativos.
En fin, que la reiteración sea casi la única figura retórica utilizada por los oradores y que éstos rivalicen frecuentemente en histrionismo buscando la complicidad de un público rendido de antemano y anhelante de escuchar otra vez lo de siempre es algo casi inevitable mientras los mítines, esas eufóricas ceremonias destinadas a ser exhibidas por televisión, sigan siendo el eje de las campañas. La existencia, por primera vez en periodo electoral, de televisiones priva das ha propiciado algunos debates a dos entre candi datos rivales; pero la cautela con que los contrincantes han evitado los terrenos comprometidos ha reducido su eco entre el electorado.
En cuanto a los temas de debate, hay que reconocer a los socialistas el talento de haber sabido marcar el ritmo de aparición o difuminación de lo que interesaba en cada momento. No se podía hablar de la reforma del servicio militar, por más que el CDS lo intentara aprovechando el papel de los ayuntamientos en el alistamiento de los quintos, y no se habló. Tampoco mucho del cobro de comisiones en relación a la concesión de contratas por parte de ciertos ayuntamientos u otras instituciones, pese a ser un tema de gran actualidad. Pero quien no tiene un Juan Guerra a la espalda lleva su Naseiro en el bolsillo, y más valía no menearlo. Lo mismo sucedió con el problema del aborto.
Sería injusto, sin embargo, ignorar que algunos de los principales motivos de preocupación de los ciudadanos han conseguido abrirse paso entre las generalizaciones. En primer lugar, el problema de la vivienda. Y aunque sólo se llegase a concretar la mitad de lo que unos y otros han prometido al respecto, ya habría que agradecer al clima de competencia electoral la oportunidad de haberlo hecho aflorar. El que exista unanimidad en el diagnóstico es ya un importante avance, y difícilmente podrá ahora oponerse ningún partido a la combinación de medidas sobre el coste del suelo y abaratamiento de la financiación que se deducen de ese diagnóstico, y cuya plasmación práctica requiere de la cooperación de las distintas administraciones.
El segundo gran tema ha sido el de la seguridad ciudadana, singularmente en todo lo relacionado con la drogadicción. Da la impresión de que los partidos no han sido capaces de escapar del dilema entre el conformismo disfrazado de buena conciencia y la obsesión represiva. Junto a esos dos asuntos, el de la circulación y los transportes públicos, principalmente en las grandes ciudades, ha competido con los específicos de cada localidad en los programas y discursos.
Se trata de asuntos que afectan muy directamente a los ciudadanos. Lo suficiente al menos como para, superando la tentación del escepticismo radical, ejercer el domingo el derecho al voto. Aunque sea un voto depositado a plazos y sin otro entusiasmo que el del ciudadano que sabe lo mucho que a muchos costó conquistar la posibilidad de hacerlo.
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