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Sonia la dulce

La viuda de Gandhi, llamada a perpetuar en la política india el nombre de su marido

Como para Cenicienta las campanadas, para Sonia Gandhi, nacida Maino, el letal ramo de flores que ofrecieron el martes a su marido, Rajiv, ha significado el fin del sueño. Hasta anteayer, Sonia, italiana de 44 años, hija de un pequeño industrial de la construcción turinés, reinaba como primera dama sobre un país de 800 millones de habitantes por gracia de su matrimonio con Rajiv Gandhi en 1968. Desde ayer es sólo una viuda a quien el tentacular Partido del Congreso indio quiere meter en política para explotar una imagen de marca acreditada en el martirologio y arrasar en las aplazadas elecciones generales de las que saldrá un Gobierno para los próximos cinco años.

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La viuda de Gandhi intenta perpetuar la dinastía que ha gobernado la India

El exótico idilio entre la chica italiana estudiante de inglés en Cambridge y el joven ingeniero de éxito, nieto del pandit Nehru, llamado por un quiebro de la historia a ser primer ministro de la India, comenzó en Inglaterra en 1963. La boda, aprobada por la madre del novio, Indira Gandhi, se celebró en febrero del año que conmociono a Europa, 1968, y la joven pareja hizo desde entonces una vida de glamour en Delhi -piloto comercial (Indian Airlines) él; guapa ex azafata, refinada y yerna de una mujer carismática, ella- hasta 1985.Ahí cambió el sino de Sonia y la suerte de la todopoderosa dinastía Gandhi. Indira fue asesinada en octubre de 1984 y contra todo pronóstico, el inexperto, y según algunos amigos atolondrado, Rajiv asumió su omniponente herencia. De la noche a la mañana, Sonia Maino se vió envuelta en la espesa pomada política india.

Cambió sus vaqueros por un sari y se fue autoimponiendo con éxito, la discreción y recato que la cultura de su país de adopción reclama para toda esposa. Los indios, sin embargo nunca vieron bien la boda de un hindú de casta elevada y apellido mítico con una extranjera con la que tenía que hablar en inglés, a pesar de que la extranjera se hubiera esforzado en vestir como ellos y en aprender hindi, el idioma más usado de entre las docenas que se hablan en el país. Y a pesar de que la extranjera incluso donase sus hermosos ojos para que pudieran ser de utilidad a un indio de verdad el día de mañana.

Mujer influyente...

Sus enemigos dicen que influyó políticamente en Rajiv más de lo conveniente, y que la personalidad light del líder político asesinado el martes cerca de la tórrida Madrás encontró en la firme Sonia Maino un contrapeso excesivo. El grupo de amigos íntimos de Gandhi y de Sonia que el dirigente asesinado catapultó durante su mandato a la carrera política, era conocido en Delhi como la brigada Gucci (por la marca de lujo italiana), un juego de palabras contra Sonia y los gustos de los yuppies que han gobernado sin especiales méritos y durante cinco años, entre 1984 y 1989, todo un subcontinente.

Su cuñada Maneka -viuda de Sanjay Gandhi, hermano de Rajiv muerto en accidente en 1980 y destinado a llevar la antorcha política de Indira a pesar de apadrinar procedimientos políticos que bordeaban el código penal- la comparaba con Imelda Marcos. Con lengua menos afilada, el ex presidente indio Zail Singh hablaba abiertamente de la italiana Sonia como de una "desestabilizadora". Maneka, en su descargo, iba para primera dama cuando Sanjay alcanzaba el estrellato político, y vió en su cuñada una rival innecesaria.

Otros dicen, sin embargo, que Sonia renegaba abiertamente de la política. Tarik Aziz, dramaturgo y novelista de origen pakistaní residente en Londres, cuenta que cuando Rajiv Gandhi fue forzado por su madre a asumir la posición de delfín dejada vacante por la muerte de Sanjay, "Sonia se horrorizó" y dijo a algunos amigos que preferiría ver a sus hijos "mendigando en las calles antes que permitir a su padre entrar en el suelo mundo de la política india".

En cualquier caso, Sonla ha mantenido durante los últimos siete años una tenue imagen pública y su vida privada al abrigo de mirones y cotillas. La casa del matrimonio Gandhiy sus dos hijos, Rahul, 20 años, y Pryanka, de 18, en un barrio residencial de Delhi, pasaba desapercibida, salvo por una discreta vigilancia policial en la calle de entrada. Los desplazamientos de la primera dama se reducían a lo que el protocolo marca como imprescindible, y sólo en campaña electoral intentaba sin éxito galvanizar a las mujeres indias en nombre del apellido de su marido. Incluso sus viajes a Italia, donde siguen viviendo su madre y sus tres hermanas, se habían reducido al máximo por motivos de seguridad. El último fue hace tres años, para asistir al entierro de su padre.

Hasta ayer, al menos públicamente la viuda Gandhi no había entrado en política. Pero la historia enseña que la India contemporánea, demasiado vasta, pobre y dispar para ideologías y programas, herida por religiones y nacionalidades contrapuestas, necesita nombres a los que venerar, antorchas a las que seguir, dinastías.

¿Y quién conoce qué demandas puede plantear hoy el Partido del Congreso, maquinaria de gobernar, en todos los sentidos engrasada y corrompida, y junto al Ejército una de las dos piernas que sostienen al cíclope, para mantener vivo y andando al gigante?. ¿Y quién conoce lo que una mujer herida, joven todavía, con dos hijos que se apellidan Gandhi, con un país prestado y un nombre también prestado escrito ya en la historia, puede resolver sobre perdurar y perdurarse?.

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