El Atlético necesitaba un punto más en Burgos
Sólo Schuster y el juego de los brazos salvaron anoche al Atlético de confirmar al Burgos como matagigantes de la Liga: Schuster, porque mostró sobre El Plantío que la precisión y el buen gusto son virtudes de los ganadores; y los brazos, porque hasta cuatro veces golpeó el balón en tales extremidades rojiblancas y ni una sola vez el árbitro interpretó voluntariedad. En una quinta ocasión los brazos de Vizcaíno derribaron a Balint dentro del área cuando el delantero burealesista le había quebrado con un autopase de pecho; pero estos penaltis no abundan en la casa del pobre.El Burgos acabó negociando ayer su 13º empate en esta Liga, y dicen los lugareños que sólo las interpretaciones arbitrales han evitado que este equipo ocupe las posiciones que dan paso a Europa. El reglamento da al árbitro la capacidad de entrar en la mente de los jugadores y decidir si tocaron el balón voluntariamente con la mano o si fue el cuero el que escogió tropezar en ella. Y el árbitro aplicó ayer el reglamento, lo cual no deja margen al recurso por ilegalidad, sino solamente al recurso de golpear los pies contra el suelo, muy utilizado en El Plantío para desahogo general y para combatir el invierno.
La pataleta fue general, y hasta tres penaltis se reclamaron. El reglamento dicta que uno de ellos debía señalarse (el empujón a Balint), que el otro queda a interpretación del juez (una mano dentro del área) y que al tercero -el primero por orden de aparición- no ha lugar, por ser el pecho de Donato una zona noble para el juego.
Al margen de estas discisiones, el partido de ayer contribuyó a demostrar que la clave de este deporte es cosa de psicólogos. Haber cómo se explica, si no, que el Burgos comenzase arrollando en la primera media hora y que en cambio el Atlético se reencontrase a sí mismo tras el gol que Schuster puso en la cabeza de Manolo. El tanto derrumbó al equipo local, que acabó la primera parte transfigurado y buscándose en su propia área.
Los 45 minutos iniciales mostraron un juego poco parecido al que está de moda por todos los campos. Los dos equipos plantearon esquema calcados el uno del otro, con seriedad defensiva, apoyos en corto para pasar al campo contrario y balones en profundidad a la zona de peligro. El emparejamiento Schuster-Babaric se planteaba como la clavedel encuentro, y en cierto modo lo fue. Los dos se miraron siempre de lejos, y el jugador atlético administró certero todos los balones, dio brillo al contraataque y demostró conocer las leyes de la física y las matemáticas. Barbarie pudo también, merced a la despreocupación de Schuster y de su fiel escudero Vizcaíno, abrir decenas de balones y desahogar al Burgos de la presión establecida por el entrenador del Atlético. Parecía un duelo de caballeros, en el que ni siquiera se acudía a la sucia tetra del fuera de juego: el primero fue señalado en el minuto 36, y más por el empecinamiento de Manolo en no mirar a su alrededor que por la provocación de los defensores. El despiste del actual máximo goleador de la Liga anuló una jugada de Futre que acabaría con su pase a la red mientras en línea aireaba la banderola.
Tanta caballerosidad concluyó en la segunda mitad, y los dos equipos, también imitándose a la perfección, diseñaron un sistema de agobio que quitó brillantez al partido. Sólo Schuster sobrevoló entre los barullos de piernas, como venía haciendo desde el principio. No sólo puso el guante en su bota, sino que además se acompaño de una bandeja con la que servía sabrosos pases para Futre, Manolo, y Alfredo.
En el Burgos, el lateral derecho Alejandro comenzaba a llamar a la puerta de misiones personales más altas, comprometedoras internadas y centros; mientras que Ayúcar y Joseba Aguirre se explicaban como un solo hombre desdoblado en cuatro piernas.
El Burgos dejó contenta a su afición y sólo sucumbió a balón parado. En esa jugada, Schuster demostró la importancia de jugadores como él. Delineó la parábola hacia el hueco donde Manolo, el más bajito de los delanteros, iba a situarse un segundo después; y escribió así, una vez más, que, por encima de las tácticas, lo que verdaderamente lleva el balón a la portería es el mimo en el toque, la cadencia que toma el cuero y la búsqueda sincronizada del remate a gol.
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