Debate con desmesuras
Desde las filas socialistas se piden cambios en la mecánica de este tipo de sesiones
El debate sobre el estado de la nación de este año ha aportado más de una desmesura. Para empezar, la duración de la primera jornada: ocho horas, sin respeto alguno para los cuartos de final de las copas de Europa. Sólo los conductores de los ministros acertaron en la hora de finalización. Todas las apuestas señalaban las nueve de la noche, la hora del comienzo de los partidos, pero ellos pronosticaron las once. Algo sabrían.
Otra desmesura vino dada por el número de resoluciones presentadas, 200 en total; muchas de ellas, sobre cuestiones que ni siquiera se habían tratado en el debate, como la integración del condado de Treviño y de la localidad cántabra de Villaverde de Trucíos en el País Vasco.Y no faltó la resolución que en cada debate de este tipo se dedica a Ceuta y Melilla. En 1987, el propio Felipe González anunció en su discurso el envío a la Cámara de los estatutos para las dos ciudades. En 1988 una resolución instaba al Gobierno a remitir los textos. Y en 1989 (el último debate sobre el estado de la nación celebrado hasta ahora) también los grupos parlamentarios votaron la inmediata aprobación de tales leyes.
En efecto, las resoluciones como las aprobadas ayer no obligan jurídicamente al Gobierno, sino que constituyen solamente un compromiso político, una obligación moral. También pretendían obtener un compromiso del Gobierno los cerca de 2.000 mineros que se manifestaron ayer en las proximidades del Congreso ante un imponente despliegue policial. Los manifestantes hicieron estallar algunos petardos y corearon el grito "en la próxima visita traemos dinamita". Marcelino Camacho, presidente de Comisiones Obreras, sindicato convocante de la protesta, entró en el Congreso para entregar un escrito con las reclamaciones de los mineros.
El hecho de que la oposición quisiera imponer al Ejecutivo tantas obligaciones morales y el largo debate de ayer llevaron a las filas socialistas el deseo de modificar la mecánica de estas sesiones.
"Sesión aburridísima"
En eso tendrán el apoyo de Julio Anguita, coordinador general de Izquierda Unida. "Se han presentado una monstruosidad de resoluciones", dijo el dirigente comunista. "El registro se cierra a las 9.30 y el pleno comenzaba a las 11, así que no puede haber tiempo de estudiarlas. Esto demuestra que este debate es sólo una puesta en escena. Habría que sustituirlo por debates sectoriales, sobre educación, Fuerzas Armadas, economía... se ganaría así en intensidad. Vimos. ayer una intervención de réplica delpresidente de hora y media, ya casi a las 11 de la noche... en fin, con este sistema se puede decir que este debate aburre a las ovejas", agregó.
Una fuente del Gobierno señaló en los pasillos que no tiene sentido que en un debate sobre los problemas del conjunto de la nación intervengan 11 portavoces (incluidos los del Grupo Mixto), lo que "no ocurre en ningún país europeo"; y mucho menos que incluso se planteen algunos problemas que tienen su mejor marco en los parlamentos autónomos y que en este hemiciclo pueden parecer muy localistas. También la diputada socialista Carmen Romero, esposa del principal protagonista del debate, puso reparos al desarrollo de la sesión que no dudó en calificar de "aburridísima".
El debate sobre el estado de la nación llegó el miércoles hasta los lavabos reservados a los diputados. En uno de los descansos coincidieron codo con codo en los urinarios el presidente del Gobierno, Felipe González, y el portavoz de Unión Valenciana (UV), Vicente González Lizondo. Algunos diputados presentes en los servicios pudieron escuchar cómo el parlamentario valenciano continuaba explicando, en semejante actitud, los argumentos que había esbozado en el pleno. González le escuchaba pacientemente.
En esta conversación, acompañada en su tramo final por el ruido de las cisternas, González Lizondo recordó al presidente que ya en el anterior debate sobre el estado de la nación le recomendó que reajustara su Gabinete, y concluyó diciendo que al final el jefe del Gobierno le ha dado la razón. Felipe González zanjó la amistosa charla con una sonrisa y unas irónicas palabras confirmatorias: efectivamente, admitió que había cambiado a varios ministros después de tener en cuenta los consejos de Unión Valenciana.
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