Siempre llaman dos veces
El fax y los mensajeros han convertido al cartero en despacho de la intimidad
Dos carteros, Jesús Catalán y José Luis Fernández. Hasta hace poco coincidían trabajando como hombres del saco cargados de noticias de trascendencia privada. Jesús Catalán se ha jubilado después de media vida alimentando buzones. Con menos experiencia y sin uniforme, José Luis Fernández, funcionario de Correos en activo en el barrio de Salamanca, afirma que ni el teléfono ni el fax podrán anular la figura del cartero.
José Luis Fernández decidió hacerse cartero cuando un golpe de mala suerte o mala administración dejó en el paro a los 3.000 empleados de su anterior empresa. La luz se encendió en las páginas de un periódico en forma de oposición para funcionarios de Correos, "y algo había que hacer". Eran 1.500 plazas para casi toda España y -a pesar de tener la misma idea que otros 49.999 aspirantes- consiguió un puesto, que todavía mantiene, "porque ya estoy mayorcito para andar empezando mil cosas sin terminar ninguna. El examen no fue demasiado dificil, pero en las oposiciones hay que competir".Desde el primer día, José Luis estuvo destinado al reparto de buenas y malas nuevas en el barrio de Salamanca. ¿Cuántas cartas? Muchísimas. Al menos a mí me parecía interminable; creo que no pude con todas, y al día siguiente prolongué la jornada para demostrarme a mí mismo que podía ser un cartero ejemplar".
Portero automático
Entre las albricias y algún incidente, José Luis Fernández recauda detalles para su propio anecdotario. Ese recelo generado desde que los porteros físicos entraron en periodo de extinción. Una, dos, tres y más veces tuvo que llamar aquel día José Luis al telefonillo para escuchar la aviesa voz de una vecina que estuvo a punto de hacerle enseñar la patita. "Pretendía que dejara allí mismo las cartas, y yo no podía hacer eso de ninguna manera. Volví a la central, se lo expliqué a mi jefe y no hubo más problemas. En otra ocasión, un vecino se empeñó en darme propina. Tuve que aceptarla cuando el portero me comentó que mi rechazo era toda una ofensa para aquel vecino. Lo normal es que, excepto con los certificados, pocas veces veas la cara al destinatario de las cartas".¿Has visto la película ... ? "El cartero siempre llama dos veces", se adelanta al contestar. "No. No la he visto". Alguien os ha descrito como "el único animal que tropieza dos veces con la misma puerta", le comentamos. "Hay casos aislados de carteros que roban o misivas que tardan años en llegar. Pero, cuando entregamos correctamente un sobre cuya dirección no se entiende o está equivocada, no salimos en los periódicos".
Jesús Catalán debutó como portanuevas el 10 de marzo de 1953. Entonces era más fácil compartir las cartas con sus destinatarios. "Porque la gente escribía a menudo, había menos coches y muchos menos teléfonos".
Además de hacerse amigo de los porteros del distrito 14 de Madrid pudo barruntar buenas y malas nuevas, poner fin a la espera interminable de una carta de amor o constatar si es cierto que el coronel no tiene quien le escriba. Sus interlocutores no eran sólo esos buzones tragones y silenciosos.
Flecha amarilla
"Salía de la central con la cartera al hombro y media docena de paquetes bajo el brazo. Cada vez había más cosas: impresos, certificados, reembolsos, valores, giros, telebenes, que son los telegramas por teléfono...". Con la aparición del fax o la competencia de los mensajeros, el cartero ha quedado para despachar la intimidad. "Hacemos más de lo que debemos".Y pasa a relatar las fachadas de tantas y tantas cartas imposibles. "Llegó un buen día un sobre tan sólo con una flecha amarilla. Estuvimos dando vueltas al tema y alguien decidió llevarlo a la federación de futbolistas. Resultó ser para Di Stéfano, y el dibujo quería significar la Saeta Rubia. Otro sobre para lista de correos con tres palabras por señas: para mi hijo. Un buen día llegó un desconocido preguntando si había alguna carta de su madre y dijimos todos: aquí está el hijo. Recuerdo también misivas con remite sevillano, dirigidas a ciertas cafeterías céntricas, conteniendo un trozo de yeso, lotería vieja, un bolígrafo...". Tras 20 años de extravagante correspondencia sin una sola respuesta dejó de escribir. Todos pensaron que había muerto. Jesús caminaba siete horas diarias, llegando a repartir 2.000 cartas en una jornada. Eran cartas adornadas con el rostro de Franco y la mísera cantidad de 50 céntimos, dos pesetas como mucho. "Encontrabas cartas a los Reyes Magos, a la cigüeña. Cartas prohibidas, con notas en el sobre que, si no eran muy ordinarias, las entregábamos. Yo nunca dejé nada sin repartir. Por miedo al despido, pero sobre todo", asevera, "por amor propio".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.