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Próxima parada, a la calle

Los defectos de un furgón facilitaron la fuga de cuatro presos en Valladolid

Viernes, 22 de febrero 1991. El furgón de la Guardia Civil está ante las puertas de la prisión de Alcalá-Meco. Uno de sus ocupantes, el preso José Romera Chulía, ha tenido tiempo de rumiar una obsesiva idea desde que salió horas antes de la cárcel de Daroca (Zaragoza). "El suelo de este furgón está muy mal. Esto lo puedo hundir yo". Es una lámina de chapa de apenas un milímetro de espesor corroída por el óxido a causa de los repetidos lavados.

Condena de 46 años y una corpulencia cimentada en unos 90 kilos de peso y 1,92 de altura son herramientas suficientes para horadar el suelo, piensa. Las puertas de Alcalá-Meco se abren. En ese centro, Romera Chulía coincide el fin de semana con otros tres presos con largas condenas: Antonio Vázquez Vázquez, José Campillo Nin y Juan José Garfia Rodríguez.El lunes siguiente, 25 de febrero, los cuatro embarcan, con otros 32 presos, en el mismo defectuoso furgón de la Guardia Civil, que ahora cubre la línea carcelarla Madrid-Segovia-Valladolid-Palencia- Burgos-Nanclares de Oca. Según su declaración judicial, media hora antes de subir al autobús Romera Chulía expone su plan a Garfia.

-Se puede hundir el suelo del furgón.

-Pues yo me quiero ir.

-Pues yo también.

En medios de la investigación se da por seguro que Romera Chulía dio idéntico recado a Campillo y Vázquez. Estos dos ocupan la celdilla número nueve del furgón. Garfia y Romera, la siete. Romera, nada más arrancar el furgón, se pone manos a la obra con sus poderosas manos y una pata metálica arrancada del asiento. En menos de dos horas ha recortado la chapa como si fuera una lata de sardinas. Los guardias "no oyeron ningún ruido fuera de lo normal en toda conducción", según el atestado. Media hora antes de llegar a Valladolid el agujero está acabado. Lo comunican en jerga incomiprensible para el guardia que vigila el pasillo del furgón, pero no para los presos de la nueve. Este agente, por causas aún ignoradas, no advierte que el cierre de ambas celdillas ha sido bloqueado por los reclusos. "Lo que un hombre hace, otro lo puede destruir", explica Romera. El vigilante tampoco observa que Vázquez y Campillo se pasan de su celdilla a la siete, donde ya está practicado el agujero y Garfia y Romera esperan el momento oportuno para salir por él. Todos se han deshecho ya de los grilletes.

Mucho ruido

El furgón entra en Valladolid. Garfia, según Romera, se resiste a que la fuga se produzca en esta ciudad por cinco poderosas razones: tres asesinatos y otros dos frustrados. Cuatro víctimas pertenecían a las fuerzas de seguridad. Teme que su huida "arme mucho ruido y provoque represalias sobre su familia". Pero se impone el común criterio: Valladolid es la primera gran población por la que pasa el furgón. 13.10 horas, el furgón se detiene en un semáforo de la Avenida de Salamanca, apenas a un kilómetro del hogar de, Garfia. Los cuatro deciden huir en ese momento. Por el agujero de la celdilla, bajan al maletero. Abren la portezuela sin dificultad, saltan a la calzada, y se lanzan a la carrera ante el estupor de los guardias que escoltan el furgón. A partir de ese momento, cada uno para sí. No hay un plan común posterior a la fuga, según Romera. Éste es reducido inmediatamente. Al ser preguntado por el paradero de Garfia, replica: "Soy delincuente, no guardia civil".El valenciano Campillo, carente de contactos en la ciudad, apenas disfrutará de 13 horas de libertad. Al tratar de identificarle una dotación policial, ya de madrugada, emprenderá una carrera. No tarda en ser acorralado. A mediodía del martes, dialogaba en el calabozo con otro preso.

-¿Qué te echarán por esto?

-Unos seis meses.

-Pues vale la pena.

A sus 24 años, su opción es clara ante una dilatada condena por diversos robos, atracos y narcotráfico. Garfia, de 25 años también estima que sólo pierde los grilletes, que abandonó en la celdilla, y 113 años de condena.

Su huida hacia adelante empezó a los 17 años, cuando sustrajo Goma 2 de la mina de León donde trabajaba "para enseñarla a un amigo", según su padre. Tres años en la prisión de Cáceres II. "De allí salió muy puteado", explica el padre, que asegura que hasta entonces era muy normal, lo que contradicen otras personas, que le atribuyen una adolescencia "muy bronca".

El 15 de septiembre de 1987 acabó de sellar su vida. Juan José Garfia, en libertad condicional, su hermano Carlos y la novia de éste vuelcan en la cuneta con el seiscientos robado que conducían de Valladolid a Tordesillas. Una patrulla municipal se detiene junto a ellos para socorrer lo que creen un accidente. Antes de que los agentes desciendan del vehículo, Juan José, sin mediar palabra y a un metro escaso, vacía sobre ellos sendos cartuchos de su escopeta de caza recortada. "No nos dio ninguna opción. Sentí mi cara ensangrentada y que me iba para atrás", recuerda el agente Miguel Ángel Mongil Redondo, que perdió un ojo. "Aún tengo dentro un montón de perdigones, pero me han hecho una buena labor en oftalmología y en maxilofacial y sería mucho peor sacármelos. Normalmente, no me molestan. Es un hormigueo".

Agente rematado

Jesús Ignacio Ortiz detiene su vehículo junto al seiscientos. Juan José le vacía a quernarropa su recortada. Muere en el acto. El agente Daniel Prieto Díez, malherido, intenta salir del coche patrulla. Juan José le remata con el revólver que le ha sustraído. Los dos hermanos emprenden la huida. Al día siguiente, una pareja de la Guardia Civil les pide que se identifiquen. Por todo DNI, Juan José saca su revólver y liquida al agente Avelino Martín Fuente, mientras que su hermano Carlos hace otro tanto y hiere gravemente al guardia Ángel Noriega Martín, cuyas graves secuelas le apartaron del servicio. Los hermanos serían finalmente detenidos. Tres asesinatos consumados y dos frustrados. "Eso le puede pasar a cualquiera", dice el padre.Disconformes con ese aserto, decenas de agentes de la Guardia Civil, Policía Municipal y Cuerpo Nacional de Policía peinan Valladolid en busca del que juzgan enemigo público número uno. Y no ahorran envenenados elogios: "Es frío, muy inteligente y sanguinario. Sabe que no tiene nada que perder. Le da lo mismo cargarse a uno que a ochenta". Algunos agentes aseguran que sólo emplearán su arma si peligra la vida de un companero o la propia. Pero otros apuntan una sutil diferencia. "Si me lo encuentro, actuaré bajo la suposición de que está armado". La policía ha tocado a sus confidentes para averiguar si Garfia está sondeando en el hampa local la compra de armas, algo aún no comprobado. Se investiga y vigila a sus familiares, antiguos amigos y cómplices, y cuantas personas podrían apoyarle. "No se ha movido aún, pero lo tiene que hacer", indican fuentes policiales.

Más sorprendente resulta que se haya evaporado en Valladolid el recluso Vázquez, tan lejos de su Huelva natal. Mientras los policías apuestan por una labor de paciente investigación, alguno de los jueces que condenaron a 113 años de condena a Garfia se remueven inquietos en su asiento, según funcionarios de la Audiencia de Valladolid. En la celdilla siete del furgón permanecen sin usuario unos grilletes.

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